En el calabozo de una de las sucursales de Tarragon, Micah, Shannon y sus compañeros de cautiverio estaban encerrados en la celda más profunda. Wendy los miró con una disculpa en los ojos mientras apretaba la mano de su hijo.
—Lo siento, me he equivocado; jamás habría sospechado que me usarían para drogaros. Estáis aquí por mi culpa —gimió ella en voz baja.
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