―Menos mal que envié a alguien para que te vigilara; si no, te habrían destrozado esta noche —dijo Sylvester con un suspiro, pero al darse cuenta de que la mujer que estaba entre sus brazos comenzaba a temblar sin control al escuchar aquello, se dio un fuerte golpe en la mejilla—. ¡No he debido decir eso! Perdóname, Rainie. Esos tipos no volverán más —añadió en tono tranquilizador.
La mujer rompió a llorar a moco tendido en brazos de Sylvester, pero en esa ocasión, él no trató de consolarla: era consciente de que ella acababa de pasar por una experiencia traumática, de manera que consideró que Rainie necesitaba desahogarse. Cuando ella se recompuso y salieron del túnel, Sylvester se dirigió a sus hombres.
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