«Maldita sea, no debo perder de vista jamás a ese hombre tan peligroso. Puede que no le haga nada a Shannon si acaba en sus manos, pero tal vez ella se vuelva loca ante la amenaza que él supone» pensó Bailey con el ceño fruncido. Sabía que el nombre de Micah era una pesadilla de la que Shannon no podía escapar; después de todo, él había sido el responsable de su brazo tullido y su hijo muerto. Entonces, tomó su móvil e hizo una llamada.
―Prepárame el avión privado. Lo voy a usar dentro de una hora —le dijo a uno de sus hombres en cuanto respondió.
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