«¡Es un perro! ¡Un perro loco!», se recordó Bailey, muda ante sus palabras, y respiró hondo unas cuantas veces para calmarse.
—Señor Luther, es cierto que me vendí a un hombre hace siete años por dinero. También es cierto que le di a ese perro un bebé muerto, y que mi padre me echó de la familia. Con esos antecedentes, creo que convendrá en que lo mejor es que se aleje de mí, pues soy una mujer llena de banderas rojas. Estar cerca de mí terminará por arruinar su reputación.
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