Capítulo 11 Atorada en su cremallera
Natalia tenía la cara por completo enrojecida y quería enterrarse viva.
Se agarró al asiento del auto con la intención de levantarse. Sin embargo, en el momento en que levantó la vista, sintió un fuerte dolor en la cabeza y volvió a caer.
—¡Qué estás haciendo! —La respiración de Samuel se hizo más pesada y su voz era ronca.
«¡Maldita sea!». Él sabía con claridad que ella no estaba tratando de seducirlo, pero estaba demasiado cerca.
—No te muevas. Mi cabello se atoró en tu cremallera —tartamudeó Natalia. El rubor de su cara le llegaba hasta las orejas y sus ojos estaban entreabiertos.
Era algo mucho muy melodramático.
Su cabello tenía que quedar atrapado en la cremallera de Samuel.
Aunque ya estaba lejos de su entrepierna, tenía que liberar su cabello de alguna manera.
Por primera vez, lamentó tener el cabello tan largo. Cuanto más se esforzaba, más le dolía, pero no podía no hacer nada.
Natalia se dijo a sí misma una y otra vez que se calmara. Después de todo, ella estaba en el campo de la medicina y había visto muchos cadáveres masculinos desnudos en el pasado. No sólo había visto las partes íntimas de un hombre; incluso las había abierto.
Justo cuando consiguió estabilizarse, percibió de repente un sutil cambio.
Se dio cuenta de que todas las que había visto antes eran parte de cadáveres. No podía ser lo mismo ver uno unido a una persona viva.
Se atragantó:
—Ya estoy tratando de liberarme. ¿Podrías dejar de moverte un momento?
Samuel murmuró:
—Tus manos han estado agitándose durante lo que parecen años. ¿Qué se supone que debo hacer? Si quieres que pare, date prisa y sácanos de esta situación.
Natalia se mordió el labio con fuerza. Estaba a punto de perder la cabeza.
—Lo entiendo. Me daré prisa, así que deja de presionarme.
Aunque refunfuñó, sabía que no había una salida fácil. Se acercó a la cremallera y la bajó despacio, luego se sacó el cabello con cuidado. Sin embargo, no había forma de evitar el contacto con su entrepierna.
—¿Dónde crees que estás tocando?
—¿Crees que es a propósito? Deja de quejarte. Ya casi termino.
Cuando lo desabrochó por completo, el cabello de Natalia quedó libre al fin. Se sentó deprisa.
Samuel también tenía una cara bastante desagradable. Volvió a subirse la cremallera.
Siempre se había mantenido bajo estricto control. Era la primera vez que tenía una reacción tan intensa, aparte de lo que había sucedido seis años atrás. Por suerte, Natalia consiguió cortarle el paso justo a tiempo. De lo contrario, podría haber perdido el control por culpa de ella.
No hablaron durante el resto del trayecto, aunque el aura ambigua del auto perduró de manera misteriosa.
Al final, el auto se detuvo frente a una mansión. Fue entonces cuando Natalia se dio cuenta de que había olvidado responder a la invitación de Samuel en medio de todo el caos anterior.
—Ya llegamos —anunció con indiferencia. Sin embargo, el aura que emitía su cuerpo era inquietante.
Natalia sabía que no podría deshacerse de Samuel tan fácil. Además, también quería saber cómo estaba Sofía, así que empujó la puerta y salió de la Hummer.
Cuando volteó para ver la lujosa mansión que había pasado por la rosaleda, no pudo evitar murmurar para sus adentros. «Esta tiene que ser la Residencia Bonilla. Es aún más extravagante de lo que pensaba».
Benito estacionó la Hummer en el lugar designado dentro del patio.
Natalia siguió a Samuel al interior de la mansión, donde Tristán esperaba en la entrada. Cuando vio a Natalia, se quedó muy sorprendido.
Aparte de Yanara, ésta era la única chica que Samuel había traído a casa.
Tristán no tenía intención de ofenderla. Es que la Belleza de Yanara era indiscutible, mientras que Natalia no era nada especial. Tenía pecas por toda la cara, y lo único que en verdad destacaba eran sus vivaces ojos.
A pesar de sus dudas, seguía manteniendo su respeto hacia las dos.
Entraron en la mansión uno al lado del otro. El interior era discreto pero elegante, con el blanco y el negro como eje del diseño. La colosal pared de la ventana del salón mostraba las rosas blancas del patio.
Natalia se paró frente a ella y miró la espalda de Samuel con los ojos entrecerrados.
Se negaba por completo a creer que alguien como él fuera tan amable sólo por haber ayudado a Sofía en el aeropuerto. Seguro había motivos ocultos detrás de que la invitara a comer.
«¿Habrá descubierto ya mi verdadera identidad y quiere que trate la enfermedad de alguien? ¿Se trata de la madre de Sofía o de alguien a quien Samuel aprecia mucho?».
—Vayamos al grano, Samuel. ¿Qué quieres de mí? —preguntó.