Capítulo 10 Comprobarlo por ti misma
Natalia fue obligada a entrar en el auto. En medio de su conmoción, estuvo a punto de devolver el golpe en represalia, pero la otra parte se movió más rápido.
El hombre le sujetó el brazo con firmeza. Su aliento abrasador le rozó la oreja, y ella pudo sentir cómo sus labios hacían un breve contacto con ella.
—¡Suéltame! ¿Qué clase de patético animal eres, que tienes que recurrir al secuestro? —se burló Natalia. Cuanto más intentaba escapar, más se apretaba el agarre de él. El espacio entre la espalda de ella y el pecho de él se iba cerrando poco a poco.
Su voz era magnética y su profunda risa le rozó el oído.
—¿Estás cuestionando mi hombría? ¿Te gustaría comprobarlo por ti misma?
—¿Cómo se supone que voy a hacerlo si me has inmovilizado las manos? —Natalia puso los ojos en blanco.
No pudo negarlo y le soltó los brazos.
En el siguiente segundo, ella giró y blandió su puño hacia él. Sin embargo, él lo atrapó con mucha facilidad. Mientras se agarraba a su puño, tiró de ella hacia su lado, y la distancia entre ellos volvió a reducirse.
—Vaya que tienes carácter —comentó.
Ella lo miró con una mirada feroz.
Sus rasgos eran profundos e insuperables. Eran sencillamente perfectos, sin ningún defecto que señalar. Su mirada era gélida e insondable, con ojos profundos como un océano. El lunar que tenía bajo el ojo derecho no hacía más que aumentar su elegancia.
Había una sonrisa descarada en su rostro. Tanto las buenas como las malas intenciones se revelaban en su frío rostro. Todo en él era tan misterioso.
Durante los últimos veinte años de su vida, Natalia había conocido a muchos hombres atractivos. A pesar de ello, el hombre que tenía delante era la cúspide de la perfección.
Su mirada parpadeó mientras observaba a la aturdida Natalia.
—Llevo mucho tiempo queriendo invitarla a comer, Señorita Nava. Sin embargo, usted no deja de rechazarme, así que no tuve más remedio que hacer esto para que nos conociéramos —explicó Samuel mientras soltaba su pálido puño—. Mi nombre es Samuel, Samuel Bonilla.
En el momento en que Natalia escuchó ese nombre, volvió por fin a la realidad.
—¿Así que tú eres Samuel Bonilla? —Natalia retrocedió y se apretó lo más posible a la puerta del auto. Estaba claro que se había puesto en guardia contra él—. Ni siquiera te conozco. ¿En serio me estás diciendo que me secuestraste sólo para invitarme a cenar?
Samuel había sido testigo de todo tipo de mujeres a lo largo de su vida: distinguidas, coquetas, gentiles e incluso frágiles. Lo que todas tenían en común era el hecho de que querían estar con él. Sin embargo, la mujer que tenía delante era la única cuyos ojos claros estaban llenos de precaución contra él.
No era para nada una mujer atractiva, pero a él le interesaba su razonamiento claro y lógico.
Quería verla mejor, así que se agachó y se acercó despacio. Por otro lado, Natalia estaba retrocediendo de manera frenética hasta que no había otro lugar donde correr. Había una aguja escondida en su mano, que tenía detrás de la espalda. Si se acercaba más, lo apuñalaría en el cuello.
Justo cuando Natalia estaba a punto de hacer su movimiento, él se detuvo de repente. Su mano se dirigió a su espalda y le arrebató la aguja.
—¡Oye! —protestó ella.
No esperaba que él fuera tan observador.
—Está pensando demasiado, Señorita Nava. Soy el padre de Sofía Bonilla. Sólo la invito a comer como agradecimiento por haber cuidado de mi hija en el aeropuerto —aclaró.
«¿Sofía Bonilla?». Natalia recordó a la linda niña con afasia del aeropuerto en cuanto escuchó ese nombre.
—No tienes que darme las gracias. Sofía es una niña linda. Cualquiera la ayudaría. —Natalia no pudo evitar sonreír al pensar en Sofía, y su expresión se suavizó—. Me pregunto cómo estará. Es tan obediente que no puedo evitar recordarla con cariño.
Samuel la miró de manera fija. Tenía una cara sencilla, pero su mirada brillante le fascinaba.
Sofía le gustaba más de lo que había esperado en un principio. No era por adulación ni porque tuviera segundas intenciones. Más bien, le salía del fondo de su corazón.
Eso hizo que Samuel se sintiera un poco ilusionado.
«Parece que a Natalia le gusta Sofía incluso más que a Yanara».
En ese momento, el auto dio vuelta a la derecha de manera tosca. La mujer perdió enseguida el equilibrio y se estrelló contra él.
Por desgracia, esto hizo que la cara de Natalia quedara enterrada justo en la entrepierna de Samuel.
Benito, que conducía el auto, dijo algo a través del sistema de altavoces del auto.
—Disculpe, Señor. Un camión se cambió de carril de repente y no pude frenar a tiempo.
El tabique del auto no bajó, y la Hummer siguió acelerando por el camino.
Sin embargo, en el asiento trasero, Natalia y Samuel estaban en una posición por completo ambigua.