Capítulo 9 Estoy embarazada
Lina alzó la cabeza para mirar al edificio. Aunque no podía ver a través de la pared de vidrio, pudo sentir la perforadora mirada sobre ella, lo que le causó escalofríos.
Dada la conmoción inesperada, apostó que Adán la resentía más e incluso tenía el corazón para matarla de una vez por todas.
Se estrujó por la multitud a empujones para ver a su padre bajo la asistencia del guardia de seguridad. La fatiga la envolvió casi al instante de verlo rodando y tirándose al suelo como un niño haciendo berrinche.
—¿Qué crees que estás haciendo exactamente?
Jerónimo se desempolvó la ropa en cuanto vio a su hija.
—Vienes justo a tiempo. Llama a Adán en este momento para discutir la división de la propiedad.
—Ya te dije de manera clara que su dinero no tiene nada que ver conmigo.
Él alzó la voz tras escuchar eso:
—¡Tonterías! Durmió contigo por los últimos tres años, ¿cómo podemos dejarlo ir tan fácil cuando tiene una amante? Deja de bromear conmigo.
Lina abrió los labios, pero nada fue enunciado, ya que ella no tenía nada qué decirle a él. De manera casual, se giró hacia Julio.
—Por favor, llama a la policía.
Julio asintió bajo su comando y ella estuvo a punto de irse hasta que Jerónimo la detuvo.
—¿Cómo puedes irte así? ¡Estoy haciendo esto por ti! Tomaré una parte del dinero y tú puedes tomar las otras, sin embargo, ¿así es como me pagas? ¡Malcriada insolente!
Ella empujó su brazo lejos de ella.
—Tú sabes por quién estás haciendo esto. Si no vas a irte, adelante. Puedo disfrutar de dos días de paz si te llevan a custodia de todas formas. Ah, además, ni Luis ni yo te sacaremos esta vez, así que puedes quedarte en la estación de policía para siempre. Ellos te darán comida y no te perseguirán los acreedores. Genial, ¿no es así?
Furioso, Jerónimo la bofeteó en el rostro y la fulminó con la mirada.
—¿Es así como le hablas a tu padre? Yo los crie por tantos años ¿y es así como me tratas? Debes de estarme subestimando tras haberte casado con un hombre rico
—Como sea. —Dado que la multitud se estaba convirtiendo en una turba, Lina no tuvo más intención de quedarse. Agachó la cabeza y se alejó de las personas.
Ahora que Adán no iba a actuar y que Lina se había ido sin preocuparse por él, Jerónimo sabía que estaría en problemas reales una vez que llegara la policía. Miró a los guardias de seguridad.
—¡Díganle a su presidente que regresaré en unos días!
La multitud se dispersó en el momento en el que se fue Lina. Julio entró al edificio y marchó hacia el hombre, que estaba parado frente a la ventana francesa.
—Presidente Peralta, el Señor Mancera se fue.
Adán metió la mano en su bolsillo mientras sostenía su teléfono con la otra, expidiendo una disposición distante y fría.
—¿Qué hay de Lina?
—También se fue.
Adán resopló.
—¿Se fue?
—Sí y la… —«la golpearon en la cara»
Adán interrumpió a su secretario antes de que pudiera terminar.
—Aplaza la junta de la tarde a mañana.
—Entendido —respondió Julio.
Adán, inexpresivo, desbloqueó su teléfono antes de enviarle un mensaje a Lina:
«3:00 PM. En la Oficina de Asuntos Civiles».
Recibió una respuesta solo después de diez minutos.
«Está bien».
Sentada en una banca junto a la calle, Lina guardó su teléfono en la bolsa tras responder el mensaje de Adán. Entonces, se abrazó las piernas y enterró la cabeza en sus rodillas.
«Si tan solo pudiera ir a un lugar donde nadie sepa quién soy. De esa forma, podría empezar desde cero. Sin Jerónimo, sin Adán y sin insultos vergonzosos».
Después de un largo tiempo, se limpió las lágrimas del rostro y trató de ir a la Oficina de Asuntos Civiles a esperar a Adán. Sin embargo, en el momento en el que se puso de pie, todo dio vueltas ante sus ojos y poco después, se desmayó.
La siguiente vez que Lina abrió los ojos, el aroma a desinfectantes le pasó por la nariz, diciéndole que estaba en el hospital. Movió la cabeza mientras revisaba la hora.
Al darse cuenta de que ya eran las 4:30 PM, se quedó sin palabras. «Genial. Estoy frita».
Justo cuando estuvo a punto de contactar a Adán para explicarle sus circunstancias, una enfermera sonriente abrió las cortinas.
—Estás despierta. El doctor te hizo una revisión. No desayunaste antes y tienes baja el azúcar. No es anda serio. Puedes descansar antes de que te demos de baja.
Lina asintió.
—Gracias
—Ah, también estás embarazada, pero como tu cuerpo está muy débil, tienes que tener mucho cuidado, en especial durante los primeros tres meses. Si estás libre en estos dos días, se recomienda que tu esposo y tú vayan a una revisión de embarazo. —La enfermera soltó las impactantes noticias y se fue.
La primera oración metió a Lina en un trance. El impacto y la impotencia no eran mejores que la noche en la que se enteró de que Jerónimo le había heredado una gran deuda. Era como si alguien hubiera construido una pared enorme frente a la salida cuando solo quedaba un paso antes de liberarse de la oscuridad. Sin importar lo mucho que intentara, ella jamás lo podría superar.
Se levantó de la cama y fue al departamento de obstetricia y ginecología, poniendo a Adán al fondo de su mente.
Cundo terminó la revisión, el ginecólogo le dijo:
—Tienes como cuarenta días de embarazo. El bebé está bien, pero tu cuerpo está bastante débil por no descansar bien tras un aborto espontáneo. Es un milagro verte embarazada ahora, pero no hay nada de qué estar nerviosa ni ansiosa. Todo lo que tienes que hacer es darle recuperación a tu cuerpo.
Con los ojos vacíos, Lina le preguntó:
—¿Y si… no quiero al bebé? ¿Es posible que aborte?
El doctor se quedó impactado por un momento, ya que esa no era la reacción que había esperado.
—Es posible, pero te recomiendo que lo reconsideres. No es sencillo que te embaraces dada la condición de tu cuerpo, así que el aborto infringirá daño a largo plazo a tu cuerpo. Tal vez no puedas…
—¿Tal vez no pueda embarazarme en el futuro?
—Sí puedes, pero será difícil. Depende de cómo esté tu cuerpo
Lina agachó la cabeza, en silencio.
Entonces, el doctor sugirió:
—Por favor, reconsidera tu decisión. Es muy poco recomendable hacerte una cirugía ahora por tu mala salud, de todos modos. Si ya estás decidida, por favor, regresa después de dos semanas.
—Bueno, gracias.
Al final del día, Lina ni siquiera se enteró de cómo logró salir del hospital en tal estado mental. La idea de decirle a Adán le pasó por la cabeza, pero pensó que era innecesario. Además de aborrecer la idea del embarazo, él seguía sospechando que ella tenía motivos alternos para querer divorciarse. Si iba a ponerse a su nivel, eso solo le daría más razones para su «crimen».
Por otra parte, él nunca le daría la bienvenida al bebé, ya que solo incendiaría su resentimiento.
Lina investigó en Internet en su camino a casa para encontrarse con que las pastillas anticonceptivas no eran cien por ciento seguras. «¿Y a quién puedo culpar por esto?».
Cuando Sara regresó a casa esa noche, la casa estaba oscura. No fue hasta que encendió la luz que vio que Lina estaba sentada en el sillón como una estatua de adorno acobardada.
Sara se sentó junto a Lina antes de mover una mano frente a su amiga.
—¿Estás meditando?
Lina abrió los ojos poco a poco. Con serenidad, soltó la bomba:
—Estoy embarazada.