Capítulo 6 Divorciémonos. No quiero nada más
Tras decir eso, perdió el conocimiento. Tras abrir los ojos, se encontró en un cuarto desconocido con un hombre yaciendo a su lado. Sus ropas desperdigadas eran lo necesario para saber lo que había sucedido la noche anterior.
Sintió la garganta seca y apagó su pena reconfortándose. «Al menos este hombre es mil veces mejor que ese cerdo».
Al recordar el incidente sucedido la noche anterior, Lina se preocupó por Luis. Se apresuró a ponerse su ropa antes de irse. Justo cuando estaba a punto de partir, el hombre en la cama frunció el ceño de repente por el ruido. Ella lo cubrió con una sábana, acarició un poco la tela y canturreó:
—Chs… Está bien. Solo duerme.
Después de cantarle para que se durmiera, como si fuera un niño, se esfumó. Por suerte la casa estaba ya vacía cuando el acreedor encontró su vivienda. Luis no estaba en casa en ese momento.
Lina lo llamó para asegurarle que estaba a salvo, así como para informarle que se quedara en casa de su amigo por un rato. En vista de que era mejor para ambos pasar desapercibidos, ella fue también a casa de Sara.
Tras esconderse por dos meses, Lina se enteró de que estaba embarazada.
…
Eran las 4 AM cuando Lina despertó. Después de beber un vaso con agua, comenzó a mirar una de las más recientes series sobre dramas y películas que trataban sobre el primer amor, intentando reconectarse con ese sentimiento de primer amor que alguna vez sintió.
Al tercer día de estar encerrada en su habitación, la inspiración pasó por su mente. Antes de que siquiera pudiera comenzar a dibujar, su teléfono sonó, era un número desconocido.
—¿Hola, quién es? —Ella apartó su teléfono y respondió el teléfono.
El desconocido hizo una larga pausa.
—Señora, soy Julio Suárez, el secretario del Presidente Peralta. Él irá en un viaje de negocios. ¿Sabe en dónde está su camiseta azul de rallas?
Lina estaba tan molesta porque alguien interrumpió el momento donde tuvo su brillante idea, ya ni hablar de que fuera por un asunto tan trivial. Sospechaba que Adán lo estaba haciendo a propósito, por lo que le espetó:
—¿Está loco? Ya estamos divorciados, ¿entonces qué tiene esto que ver conmigo? Pregúntale a la sirvienta.
Tras decir eso, terminó la llamada sin pensarlo dos veces. Pero su teléfono sonó de nuevo después de un par de minutos. Al ver el nombre de Adán en la pantalla, lo pensó por un momento antes de responder.
—Lina Mancera, regresa aquí en media hora.
—Yo… —Él terminó la llamada antes de que ella pudiera siquiera terminar sus palabras.
Lina lo maldecía en su cabeza por la ira, entonces suspiró a profundidad para recobrar la compostura antes de salir de la habitación.
Sara la vio y le preguntó:
—Lina, ¿a dónde vas a esta hora? Ya es tarde.
—¡Iré a estrangular a ese b*stardo!
Su impulsivo comentario hizo que Sara se quedara sin habla. Sin embargo, no eran más que palabras vacías. Lina sabía que no tendría oportunidad contra Adán.
Para cuando llegó a Villa Costa, el lugar estaba envuelto en silencio ya que las sirvientas se habían ido a descansar. Se dirigió directo al dormitorio que estaba en el piso superior tan solo para ver que Adán estaba sentado en el sillón con su ropa casual mientras ojeaba algunos documentos. Aunque escuchó sus pasos, no se molestó siquiera en mirarla.
Lina entró al cuarto y paseó por el armario antes de lograr encontrar la camisa que Julio mencionó. Al mirar la camisa, se quedó aturdida.
Eso era porque era la misma prenda que le había comprado antes de que Adán se fuera en un viaje de negocios durante su primer año de matrimonio. Era el atuendo perfecto para ir a la playa, pero él solo le lanzó una oscura mirada cuando se lo dio.
—No trates de suavizarme con esta clase de método tan barato. Es obvio que puedo ver a través de tus engaños.
A pesar de que Lina no sabía de qué supuestos engaños hablaba, ese fue el último día que le compró algo. «¿Pero por qué me llamó para que le ayudara a buscar lo que abandonó alguna vez? ¿Por qué más puede ser además de para vengarse de mí y molestarme?».
Se fue de la habitación y colocó la camiseta en la cama. Justo cuando quiso hablar con él, se dio cuenta de que había estado en una llamada por teléfono durante todo ese tiempo. Su voz estaba tan calmada mientras ignoraba por completo su presencia como si estuviera solo en la habitación.
Al principio, tenía la intención de hablar con él sobre el divorcio, no obstante, terminó dejándolo, pensaba que no era el mejor momento para hacerlo. Similar a cuando llegó con premura, se fue sin titubear.
No fue sino hasta que Lina se fue de la habitación que Adán por fin levantó su cabeza para mirar su espalda. En vista de que no esperaba que se fuera tan pronto, le dijo por teléfono:
—Hum. De acuerdo. Colgaré ahora.
Cuando ella llegó a la sala de estar, él la llamó desde las escaleras mientras la miraba con indiferencia.
—¿Encontraste la camisa?
—Está en tu cama.
—¿Y la otra?
—¿Qué quieres decir? —Lina no comprendía.
Él frunció el ceño, enojado.
—Me iré durante una semana. ¿Crees que una sola camiseta es suficiente?
Ella se quedó sin habla al recordar el pasado. Estaba a cargo de empacar su equipaje para sus viajes de negocios cuando se quedaba en Villa Costa.
Ni en sus más grandes sueños podría imaginar que su comportamiento cumplidor hubiera hecho algo más que inflar su arrogante comportamiento.
De todas maneras, Lina intentó hablarle de forma ecuánime.
—Presidente Peralta… Quiero decir, Señor Peralta, déjeme decírselo de nuevo. Estamos divorciados. Por lo que no tengo la obligación de buscar su ropa o de hacer su equipaje. Por favor pídaselo a sus sirvientas o a su futura esposa y no me llame para estos asuntos. Gracias.
El rostro de Adán permaneció pálido mientras descendía de las escaleras para colocarse ante ella.
—Déjame recordarte también que aún no firmamos los papeles. Por lo que eres la única que puede hacer esto al ser mi esposa legal.
—¿Es tu última palabra? —Lina se mordió sus labios.
—No hagas que lo repita.
Ella apretó sus labios y sacó su teléfono.
—Bien. En vista de que te gusta tanto darle órdenes a la gente, llamaré a Mía para que empaque tus cosas. Es seguro que vendrá corriendo.
Antes de que pudiera siquiera marcar el número, Adán le quitó su teléfono y su rostro se ensombreció.
—Lina Mancera, ya me quitaste mucha libertad.
Ella miró su mano vacía y le espetó:
—Cuidado con lo que dice, Presidente Peralta. No tengo derecho a hacerle eso.
El brillo en sus ojos resplandeció.
—Deja de jugar. Mancera. Deja de probar mi paciencia y tan solo dime lo que quieres.
Ella hizo una pausa antes de continuar.
—Presidente Peralta. Creo que ya le dije que quiero Grupo Peralta. ¿Me lo dará?
—Es imposible.
—Entonces vamos a divorciarnos. No quiero nada más.
Frunciendo el ceño por la conmoción, Adán colocó sus manos en sus bolsillos.
—Me está comenzando a molestar que uses esa palabra.
Él era muy persistente, incluso desde el principio, él siempre era quien quería deshacerse de ella, pero parecía querer que se pusiera de rodillas para darle el divorcio.