Capítulo 501 ¿Has oído de Tomás Rodríguez?
Santiago me llamó parlanchina al menos tres veces ese día. Él era una persona que prefería sentarse en silencio, y yo no era la mejor compañía para eso. Solía ser más callada, pero, al parecer, me comportaba como una niña cuando estaba con él. Me gustaba hablarle, sin importar si respondía o no. Saber que estaba escuchando todo lo que decía era suficiente para mí. Solo nosotros comprendíamos la química que teníamos. También me gustaba hacerle demostraciones de afecto, como molestarlo y quedarme pegada a él todo el día. Sabía que a veces podía ser demasiado pesada con él, pero no era un problema para mí, sino que era mi forma de demostrarle amor. Estaba segura de que a Santiago no le molestaban mis actos; disfrutaba de todo lo que hiciera con él. A fin de cuentas, todos amaban tener a su esposa cerca y que solo tuviera ojos para ellos.
—¿Ya no te gusto? —le pregunté con expresión triste a propósito. Él me miró a los ojos antes de abrazarme y llevarme a la cabaña sin responder. Había dos cabañas de color borgoña conectadas, una de ellas era el baño, la otra era la habitación. El espacio era reducido, por lo que solo entraba la cama. Los hombres habían dejado el equipaje allí antes de marcharse en el crucero. La cama espaciosa estaba frente a la ventana abierta. Me senté sobre el colchón con las piernas cruzadas a contemplar el mar azul frente a mí. Luego me incliné y apoyé los codos en el alféizar para apreciar la vista por un rato antes de mirar alrededor. Santiago ya había abierto la maleta y estaba arreglando algunas cosas—. ¿No estás cansado? —le pregunté al recostarme en la cama.
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