Capítulo 7 El adiós
Luego de eso soñé que estaba de regreso en el chalé de los Esquivel y mis padres y Nicolás también estaban ahí hablando como si fueran viejos amigos; su conversación era sobre mi fiesta de cumpleaños número 23. Yo estaba a un lado en el sofá y podía escuchar que Nicolás se dirigía a ellos con calma y ternura.
—A Gina le gusta el color rojo, creo que deberíamos decorar el lugar con rosas rojas y también tocaré el piano para ella. —La expresión en su rostro era radiante debido a los rayos del sol que caían de manera delicada sobre él.
Levanté la mano para tocar su entrecejo, pero cuando quise hacerlo, mi extremidad lo atravesó de repente, como si se tratara de un fantasma y comencé a entrar en pánico; grité su nombre en diversas ocasiones, pero él no me escuchaba. Entonces empecé a llorar y a seguir gritando con todas mis fuerzas, sin embargo, en cuestión de segundos, la escena desapareció y todo se volvió blanco.
En eso, abrí los ojos de golpe. Lo primero que miré al regresar a la realidad fue que estaba en una camilla de hospital todavía con el vestido que me había puesto; mientras tanto, Nicolás estaba en la orilla de la cama observándome con una expresión de frialdad. Tal vez porque recién me había encontrado con el viejo y amable Nicolás de mis recuerdos, fue que me era difícil verlo de frente. Así que cerré los ojos y pregunté sonando lo más casual posible:
—¿Me pasó algo?
En lugar de responder, el hombre se limitó a bajar la mirada y no dijo nada. De pronto, la puerta de mi habitación se abrió y el presidente Ferreiro entró; su mirada iba de mí a Nicolás cuando dijo:
—¡Me asustaste cómo no tienes una idea! ¡Fue horrible verte caer con el rostro cubierto de sangre! ¡Eso jamás te habría pasado si no hubieras venido al hospital por culpa de esa maldita mujer! Gina, le has tenido mucha paciencia a Nicolás, necesitas ponerle un alto a tu marido.
Dijo marido... Fue en ese momento que recordé que recientemente nos habíamos divorciado. Levanté la mirada para encontrarme con el hombre que estaba junto a mí y no parecía molesto por las palabras de su padre.
—Suegro, ya nos divorciamos —dije con una media sonrisa en el rostro.
Nicolás abrió un poco más los ojos cuando me escuchó, mientras que el presidente parecía estar sorprendido, sin embargo, solo le tomó un par de minutos recuperar la compostura porque dijo:
—Hablaste conmigo sobre esto apenas hace unas horas, ¿por qué se divorciaron tan rápido?
—¿Cree que fue rápido? —pregunté frunciendo los labios—Nicolás había querido divorciarse desde hace tres años y nadie se ha beneficiado de esta relación. Y, por cierto, tampoco soy buena para los negocios y siento que el patrimonio de los Esquivel se va a perder si continuó administrando la empresa, así que pueden combinar nuestras compañías si quieren, no me opondré.
El presidente Ferreiro dejó escapar un suspiro y respondió:
—Gina, cómo puedes permitir que alguien más se haga cargo de tu arduo trabajo...
Una vez que terminamos nuestra conversación me las arreglé para soportar el dolor en mi vientre y me puse de pie para irme del hospital; durante todo ese tiempo Nicolás siempre estuvo a mi lado. Iba a mi auto cuando de repente él detuvo su Maybach negro frente a mí.
—¿Qué estás haciendo? —le pregunté con las cejas levantadas.
—Súbete, te llevaré a casa.
Su respuesta me tomó por sorpresa porque jamás me había permitido subir a su carro, no obstante, no creí que fuera necesario considerando que nos habíamos divorciado. Así que, de la manera más relajada posible, le dije:
—No hagas esto más difícil, yo puedo irme en mi propio auto, además, tampoco debo dejarlo aquí, ¿no crees? Lo mejor será que vayamos por caminos separados y sin resentimientos, Nicolás Ferreiro. Por favor trátame como antes, como si fuera una total extraña.
En el momento en que terminé de hablar el hombre desapareció en su auto, de hecho, para el momento en que llegué al mío él ya no seguía dentro del estacionamiento. Tan pronto como llegué al chalé preparé el agua caliente de la tina y me metí, no habían pasado ni 10 minutos cuando el agua comenzó a pintarse de un color rojo; este era un síntoma normal de las personas que padecían cáncer de útero. Y todo se lo debía a Nicolás, porque no solo gracias a él tuve que abortar a mi hijo, sino también manteníamos relaciones sexuales cuando ni siquiera me había terminado de recuperar del procedimiento, y lo peor era que, yo tampoco me había negado. Así que la culpable de mi situación era yo. Poco a poco comencé a sentirme más exhausta y cuando menos lo esperé, me quedé dormida.
Desperté a la mañana siguiente sintiendo el frío del agua de la tina. Entonces me puse de pie y me enredé en una bata para baño antes de salir del agua ensangrentada. En eso llamé a mi asistente y le pedí que viniera por el acuerdo de divorcio; más tarde regresaría porque tenía que entregarme el certificado oficial.
Un poco absorta en mis pensamientos le pregunté:
—¿Ya le entregaste su copia del certificado?
—Sí, yo personalmente se lo llevé al señor Ferreiro.
—Perfecto, de ahora en adelante él se hará cargo de todo lo relacionado con la empresa. También quiero que busques a alguien que pueda limpiar este chalé antes de que se lo des en unos tres meses —dije. Pero entonces traté de recordar qué otra cosa podría pedirle que hiciera y agregué—: Además, necesito que solicites al departamento de Finanzas de los Ferreiro que transfieran 5 millones a mi cuenta; luego de eso, no tendré nada que ver con ellos.
—Presidenta Esquivel, ¿qué tiene planeado ha...? —Mi asistente se mostraba un poco confundido ante mis peticiones.
No obstante, antes de que pudiera terminar su pregunta lo interrumpí.
—No me preguntes nada y haz lo que te he pedido.
Después de un rato recibí el dinero en mi cuenta. Entonces fui a mi habitación, recogí mis cosas e hice mis maletas para irme al chalé Esquivel, el cual seguía igual, hasta en mis sueños lo había visto como la última vez que estuve ahí. Luego de entrar, me quedé de pie en la sala de estar observando el espacio en el que mi familia y Nicolás habían estado sentados en mi sueño, pensando en el momento en qué, él dijo lo mucho que me gustaban las rosas rojas y que hasta había prometido que tocaría el piano para mí; todo se había sentido tan real. Era increíble que hasta en mis sueños Nicolás fuera el hombre perfecto.
Me quedé dormida luego de subir a mi habitación, pero poco después fui despertada por unos terribles dolores en el vientre por lo que decidí llamar al señor Guillén para que me consiguiera unos analgésicos.
Cuando menos lo esperé, ya habían pasado 7 u 8 días desde que me mudé a mi antigua casa; el tiempo había pasado demasiado lento para mí y justo cuando sentía que la soledad se estaba apoderando de mi ser decidí salir de la cama y fui a la calle con mi tarjeta de 5 millones. Estaba decidida: si no tenía a nadie quien me quisiera, ¡entonces pagaría por encontrar a alguien! Ni siquiera me importaba que no hubiera sentimientos honestos de por medio, solo necesitaba a alguien cuyo tiempo pudiera comprar con esa cantidad de dinero para que me diera algo de amor por unos meses.