Capítulo 12 Hay que salir
Nicolás me miraba con insistencia. A veces, no podía entender lo que estaba haciendo.
«¿Por qué finge preocuparse por mí después de que nos divorciamos?».
Me solté de su agarre e intenté calmarme cuando dije:
—No es nada, solo creo que a mi vida le falta algo de romanticismo, por eso decidí comprar el amor; de todas formas, no es como no lo haya hecho antes. —Tras una pausa, lo miré fijamente a los ojos y dije—Vendí a mi familia para obtener mi matrimonio contigo, pero ahora quiero amor de verdad, eso es todo.
—Salgamos juntos.
Dejé caer mi bolsa de mano debido al asombro.
—¿Qué dijiste?
—Dije que salgamos juntos, fingiré quererte, te voy a mimar y te sostendré de la mano; dejaré que experimentes la felicidad y no te voy a desobedecer, puedo ser el novio perfecto si así lo deseas, pero luego me casaré, esto será hasta las vísperas de mi boda.
Esa última oración había sido una advertencia, estaría compartiendo a Nicolás con otra mujer, así que por muy desesperada que estuviera, y aunque tuviera que buscar a otro hombre al azar, jamás estaría con él. Después de todo, le había dado una última oportunidad antes de divorciarnos, además, parecía que me estaba compadeciendo, así que, a pesar de que en verdad estaba desesperada por conocer su amor, lo rechacé porque no quería perder mi dignidad.
Entonces me fui del chalé Ferreiro y tras regresar al mío, me metí directamente a mi habitación y fingí no haber leído su mensaje.
«¿Por qué huyes?».
No fui capaz de responderlo, pues Nicolás amaba a su prometida, amaba a María Huerta. Me habría hecho muy feliz si me lo hubiera dicho antes del divorcio, pero ahora que las cosas habían cambiado, yo no necesitaba de su lastima.
«¡Aunque me muera de soledad, jamás lo volveré a necesitar!».
Durante la semana siguiente, me la pasé dentro de mi casa, ni siquiera salí al jardín a tomar el sol; mi enfermedad se estaba agravando y poco a poco perdía la energía, así que solo estuve en la cama durante días. Viví de esta manera hasta que recibí una llamada de Maya, pidiéndome que la acompañara a visitar a Alán. Me dijo que le faltaba valor para ir a verlo sola, sobre todo porque temía su rechazo, por eso le prometí que iríamos juntas.
Por costumbre, me maquillé antes de salir, pero cuando llegué a la cafetería de Maya, la encontré vestida muy simple; solo llevaba una camiseta blanca y unos pantalones de mezclilla azules y tampoco se había maquillado, parecía otra persona, así que me sorprendí.
—Es raro verte sin maquillaje —dije.
A lo que Maya respondió incómoda:
—Jamás me ha visto maquillada, y oí que su familia es pobre, así que...
—¿Tienes miedo de que se sienta inferior cuando te vea? —pregunté yendo al grano.
Maya se obligó a sonreír y dijo:
—No quiero presionarlo.
—Aun así, te ves hermosa.
Alán había logrado esconderse de Maya hace 8 años, así que ¿no dudaría en esconderse otra vez si viera su resplandor natural? Al oírme, Maya se quedó muda, pero luego me insistió para que también me cambiara de ropa y me quitara el maquillaje; no la rechacé, tuve que buscar un conjunto sencillo entre sus cosas y ponérmelo, pero cuando salí, Maya todavía seguía insatisfecha con mi apariencia.
Finalmente admitió:
—Creo que no era la ropa.
La miré y pregunté:
—¿Entonces qué era?
Maya sacudió la cabeza con tristeza.
—Nunca fue la ropa ni el maquillaje, tu belleza es natural y no puedes ocultarla con nada, eres como yo, ni cambiándote de ropa o quitándote el maquillaje dejas de ser hermosa.
Me di cuenta de que a pesar de que estaba decidida por ir a Alán, de pronto empezaba a arrepentirse, entonces la animé y dije:
—¿Por qué no lo intentas, aunque sea una vez? Yo creo que deberíamos ir.
Entonces Maya me preguntó:
—¿Crees que me rechace?
—Estoy segura de que no lo hará, te tratará con respeto.
Sin embargo, siempre había un espacio abismal entre lo que uno quería, y la realidad.
Luego de que Maya y yo llegáramos al pueblo en el que Alán estaba viviendo, su abuela no nos quería dejar pasar; así que tuvimos que hablar con ella antes de que nos aceptara. Esa era la primera vez que me encontraba con Alán, el hombre llevaba una chaqueta un poco desgastada y estaba sentado en una silla de ruedas sin sus dos piernas, mientras observaba un árbol de ciruelas que ya se había marchitado. El hombre se notaba muy demacrado y su rostro estaba lleno de pequeñas cicatrices; al verlo así, Maya no pudo contener las lágrimas y comprendí el dolor en su corazón.
Entonces la mujer se acercó a él y susurró:
—Alán. —Su voz estaba siendo muy baja porque tenía miedo de molestarlo.
El hombre parecía sorprendido y giró lentamente la cabeza para mirarla, entonces preguntó con extrañeza:
—¿Quién eres?
Maya hizo una pausa y parecía perdida. En eso intervine y le pregunté a Alán:
—¿No recuerdas a Maya?
El hombre sonrió como si fuera un niño confundido por los peligros del mundo y preguntó con inocencia:
—¿Quién es Maya?
Al escucharlo, Maya miró a la abuela de Alán, a lo que la anciana suspiró y explicó:
—Es normal que diga esas cosas, creo que está loco.
El paso del tiempo había desgastado no solo su cuerpo, sino también su mente, y solo se podía oír la impotencia en el tono de su abuela, aunque parecía que ya se había acostumbrado a ese comportamiento de su parte.
Por otro lado, Maya no dijo nada, solo lo miraba fijamente queriendo encontrar aunque sea una pizca de esperanza en sus ojos; luego de un rato, Maya dijo:
—Vamos a casa.
Y así, regresé a Bristonia con ella. Cuando íbamos en el auto, Maya me dijo:
—No está loco, estoy segura de que me reconoció, en sus ojos vi como luchaba por contenerse.
—Entonces, ¿por qué...?
—No quería verme.
Parecía que Maya había tomado una decisión, pues luego de regresar a la ciudad me comentó que vendería la cafetería, a lo que le pregunté con seriedad:
—¿Estás segura? ¿Aunque tu familia no esté de acuerdo y todo mundo lo desprecie, aun así, quieres estar con él? ¿Quieres pasar el resto de tu vida cuidando de un hombre que no puede valerse por sí mismo?
Ante mis preguntas, Maya asintió segura.
—Yo tenía que haber muerto hace ocho años, así que mi vida de hoy en día fue la que yo le quité. No me importa si no me conoce o si finge estar loco, quiero pasar lo que me queda de vida a su lado. Mientras pueda pasar tiempo con él, soportaré todo tipo de dolor, porque creo firmemente que podré alcanzar la felicidad si permanezco a su lado; de hecho, en este momento ya me siento muy feliz porque antes de encontrarlo pensaba que jamás volvería a enamorarme, y que nunca sentiría amor de nuevo, sin embargo, Gina... Mientras él siga vivo, yo también lo estoy.
Maya repitió la palabra felicidad en más de una ocasión. No obstante, necesitaría dinero para dejarlo todo e irse con él, porque en el futuro, tendría que comprar artículos de primera necesidad entre otras cosas.
Justo entonces, recordé algo y dije:
—Te dejé una tarjeta de crédito a un lado de tu computadora, sé que sabes que era mía, pero jamás te di la contraseña.
Maya frunció los labios en una sonrisa.
—Conozco la contraseña.
Al oírla, sonreí y dije:
—De verdad me conoces bien.