Capítulo 10 En verdad te quieres enamorar, ¿cierto?
Durante los últimos días había estado nevando con regularidad en Bristonia, dándole un aspecto limpio y claro a la ciudad. Y ahora que los dos estábamos frente a frente en aquel pequeño callejón, las tenues luces de las calles que brillaban sobre Nicolás le daban la apariencia de haber salido de una historieta. Noté que se sorprendió un poco cuando me escuchó decir su nombre, pero pronto sonrió en mi dirección y me miró con curiosidad. Le tomó solo un par de segundos decir con ternura:
—Chiquilla, ¿en dónde vives?
—En el chalé de los Esquivel... —De pronto, recordé que Nicolás jamás había estado en mi antiguo hogar, así que le di mi dirección, a lo que el hombre sonrió.
Luego se quitó la bufanda que llevaba alrededor de su cuello y la envolvió en el mío; todavía podía sentir la calidez de su cuerpo. Tomé un fuerte respiro para impregnarme de su aroma y se ofreció a llevarme a casa.
—Vámonos, te llevaré.
Miré la belleza de sus rasgos faciales y no pude evitar sentirme maravillada al ver lo increíble que se veía al sonreír. Di un paso adelante y caminé a su lado antes de tomarlo de la mano; Nicolás se quedó inmóvil durante un segundo, pero en lugar de rechazar mi tacto, me tomó con fuerza y me llevó hasta mi casa. Ninguno de los dos habló en el trayecto, él no dijo nada ni yo pregunté, de hecho, no fue hasta que llegamos a la entrada del chalé que lo miré con cautela al preguntar:
—Nicolás, ¿te gustaría pasar a tomar una taza de té?
—Ya es tarde, chiquilla —me rechazó con una sonrisa.
No pude decir nada ante eso, solo me limité a pararme de puntillas y a limpiar los copos de nieve que habían caído en su camisa; entonces sonreí y me despedí de él:
—Hasta la próxima.
Nicolás no aceptó, pero tampoco rechazó mis palabras. Y fue justo en ese momento que de repente me di cuenta de que todo lo que había sucedido esa noche no sería más que una simple ilusión, pues él regresaría a los brazos de otra mujer para convertirse en su esposo. Él mismo lo había dicho, le debía una boda a María. Y yo, por otro lado, era alguien a quien ya no quería tener cerca; fui demasiado tonta al esperar que pasase algo entre nosotros.
Cuando el brillo de mis ojos se apagó me di la vuelta y entré al chalé, entonces subí corriendo hasta mi dormitorio y me acerqué a las ventanas tipo francesas para ver al exterior; su figura alta y recta seguía donde mismo mientras metía despreocupadamente las manos en los bolsillos de su abrigo. Me apoyé un poco sobre el cristal y en voz baja y suave, me despedí de él para siempre.
—Adiós, Nicolás Ferreiro, no volvamos a vernos. Espero que tu vida de ahora en adelante sea todo lo que alguna vez soñaste.
En ese momento cerré los ojos y las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas; no pude evitar preguntar por qué últimamente lloraba mucho, pero todavía con una sonrisa amarga en el rostro, esperé ahí hasta que Nicolás se fue. Después, entré al cuarto de baño, me duché y me tomé las pastillas para el dolor para irme a la cama.
Cuando desperté a la siguiente mañana tenía muchas ideas en la cabeza, y lo peor es que también estaba sufriendo un terrible dolor en mi vientre, así que cuando me iba a parar y moví las sábanas de mi cama, descubrí que estas estaban empapadas de sangre. Curiosamente no me sorprendí, así que solo me levanté y las cambié por unas totalmente nuevas y limpias de color negro, luego me duché otra vez.
Apenas estaba saliendo del baño cuando recibí una llamada de Maya, quien parecía estarse volviendo loca al otro lado de la línea.
—¡Regina, lo encontré!
—¿De quién hablas? —pregunté rápidamente.
La chica parecía estar tan emocionada que de pronto comenzó a llorar, y con lo que parecía ser un nudo en la garganta, me respondió:
—¡Encontré a Alán Meza! Jamás me creí la historia de que había fallecido en aquel accidente porque tampoco miré su cuerpo, por eso durante todo este tiempo me rehusé a creer que había muerto, ¡necesitaba verlo con mis propios ojos! —hizo una pequeña pausa debido a las lágrimas y continuó—: Estaba a punto de rendirme porque luego de 7 u 8 años todavía no sabía nada de él, pero ahora... Gina, ¿puedes imaginar lo feliz que me siento?
Sabía que Alán era el hombre que había sido atropellado en lugar de Maya, por lo que pregunté con cuidado:
—¿Y en dónde está?
—Está en la casa de su abuela en el campo, pero tengo mucho miedo de ir a verlo pues perdió sus dos piernas en aquel accidente, temo que él... Por cierto, no está casado.
Ahora entendía porque Maya se había ido de la nada la noche anterior. Y por el tono de su voz, me di cuenta de que no le importaba que Alán estuviera discapacitado, a pesar de todo, ella todavía lo amaba.
—Primero que nada, tienes que calmarte, podrás ir a verlo cuando te sientas lista —dije tratando de persuadirla.
—Sí, me daré algo de tiempo antes de ir —respondió.
Luego de colgar, comencé a recordar la ternura con la que me había tratado Nicolás la noche anterior. Entonces tomé su bufanda color beige entre mis manos y me abracé a ella...
No bajé a la cocina hasta que sentí hambre, y justo cuando terminé de prepararme algo de comer, recibí una llamada inesperada del presidente Ferreiro.
—¿Podemos vernos? —me preguntó con calma. Pero como no respondí de inmediato, el hombre dejó escapar un suspiro y agregó—: Gina, tenemos que hablar.
Aunque sentía que no teníamos nada que discutir, terminé por aceptar.
—¿En dónde nos vemos? —pregunté.
—En la residencia Ferreiro —respondió el hombre.
Como no veía la necesidad de apresurar las cosas, me tomé mi tiempo y disfruté de la comida una vez que colgamos. No fui a nuestro encuentro hasta que terminé de comer.
La antigua residencia en la que vivían los Ferreiro era un lugar al que ni siquiera Nicolás y yo habíamos ido a menudo; él tampoco me había traído con él en los últimos tres años, de hecho, yo solía venir sola y solo hacíamos apariciones públicas cuando se trataba de fechas importantes como Navidad. Pero por mucho que me despreciara, siento que al menos debió traerme con él unas cuantas veces más para presentarme ante los mayores de la familia y mostrar mis respetos.
Me estacioné en la entrada de la residencia y luego bajé del auto para entrar a la casa. En cuanto el presidente Ferreiro me miró me recibió en voz alta.
—¡Gina, ven aquí!
Ya me había dado cuenta de que Nicolás también estaba aquí, pues desde la entrada había visto su auto; el hombre también tenía una expresión sombría en su rostro cuando lo miré. Este, era totalmente diferente al Nicolás que había visto la noche anterior. Entonces, entré a la sala de estar y me senté frente a él mientras fingía cortesía llamando al presidente, «suegro», pues aunque me haya divorciado de Nicolás, el presidente Ferreiro seguía siendo alguien a quien admiraba y respetaba.
Al escucharme, el hombre esbozó una amplia sonrisa mientras nos decía a los dos:
—Jóvenes, no sé qué habrá sucedido entre ustedes y por qué discutieron, pero si tienen algo que decirse, les pido que lo hagan ahora. Lo único que quiero es que María Huerta no ponga ni un solo pie en nuestro territorio, así que hablen entre ustedes y piensen mejor las cosas.
De inmediato, Nicolás miró a su padre con cierto desprecio. Incluyo yo sabía que nadie podría hacerlo cambiar de opinión una vez que estaba decidido. Por otro lado, me di cuenta de que mi antiguo suegro quería que reaviváramos la llama de nuestro matrimonio, por lo que sonreí tranquila al decir:
—No hay nada de qué hablar.
—¿Cómo puedes decir eso? Eres la digna presidente del Corporativo Esquivel y el matrimonio con mi hijo ha traído muchas penas a tu vida, ¿en serio no quisieras decirle algo? Además, ¿cómo puedes renunciar a tu puesto hasta dentro de nuestra empresa? ¡Eres la señora Ferreiro! ¿O acaso quieres algo a cambio? ¡Antes solo querías estar con Nicolás! ¿Qué pasó con eso? ¿Y cómo te atreves tú a querer casarte con otra mujer? —El hombre nos había estado regañando a los dos, pero ahora, con esa última pregunta, solo miraba a Nicolás.
Parecía que todos conocían lo que pasaba por mi mente y estaba segura de que Nicolás también había escuchado hablar de ello gracias a los demás; antes, estas situaciones me parecían graciosas, pero ahora, me lo estaba tomando muy personal. Entonces, me puse de pie y dije:
—Suegro, las personas cambian, y yo también lo hice. La razón por la que decidí divorciarme es porque ya no siento nada por su hijo, y no piense que le estoy dejando la empresa solo porque soy generosa, la realidad es que solo quiero dejar el Corporativo Esquivel en buenas manos porque yo no soy buena haciendo negocios. Después de todo, esa empresa fue construida por mis padres y su arduo trabajo...
—¡Tonterías! —rugió el presidente de repente y me interrumpió—¡¿Crees que puedo creerme esa mentira?!
Preocupada de que dijera algo más, decidí irme y me dirigí al estacionamiento. Cuando salí con el auto me encontré con Nicolás, quien estaba fumando tranquilamente en la acera; iba a dar la vuelta, pero tuve que detener el auto de repente porque el hombre se metió en mi camino impidiéndome el paso.
—¿Qué estás haciendo? —pregunté mientras comenzaba a sentir un leve dolor de cabeza.
Él, sin embargo, se tomó su tiempo para tirar la ceniza que quedaba de su cigarro y dijo:
—Regina, hay que hablar.
Lo de anoche solo había sido un momento de debilidad para él, jamás volvería a llamarme chiquilla; no debía hacerme esperanzas ni expectativas con él solo por lo que había pasado, después de todo, pronto se casaría con otra. Por eso le pregunté con frialdad:
—¿De qué quieres hablar?
Los dedos con los que sostenía la colilla del cigarro se veían inseguros mientras me miraba un poco confuso; unos segundos después volvió a hablar, pero me hizo la pregunta más inesperada:
—¿De verdad quieres salir conmigo?