Capítulo 6 Hay que divorciarnos
Cuando María me miró comenzó a arrojar cosas contra mí, era como si estuviera viendo al mismísimo diablo, como si hubiera sido yo la persona que intentó violarla. En el momento en que Nicolás se dio cuenta de su comportamiento la abrazó y yo, por mi lado, solo pude imaginar lo que se sentiría sentir su calidez y seguridad.
Mientras tanto, María comenzó a relajarse, pero continuaba pronunciando el nombre de Nicolás en voz baja; y él, quien hasta ese momento todavía era mi esposo, le reconfortó diciendo:
—No te preocupes, María, no puede hacerte nada mientras que estés conmigo. —Pero esa ternura desapareció en el instante en que se dirigió a mí—: ¿Qué estás haciendo aquí? Será mejor que te vayas a casa.
Parecía que siempre que estaba con María quería enviarme de regreso a casa. En eso, me giré hacia otro lado a propósito ya que no quería seguir viendo lo amable que era con ella, pero fue ahí cuando la mujer aprovechó la oportunidad y me arrojó un vaso de agua hirviendo a la cara; entonces retrocedí y choqué con algo antes de caer.
—Nicolás —murmuré mientras abría los ojos y me encontraba con él.
Pude notar los sentimientos encontrados que se estaban acumulando en su interior mientras me miraba y poco después, echó un último vistazo a María y me llevó hasta el área de urgencias. Cuando caminábamos me miré rápidamente en un espejo del pasillo y me di cuenta de que el agua había removido un poco de mi maquillaje; lo único que me quedaba estaba del lado de mi rostro donde tenía unas terribles cicatrices, las cuales se me ocasionaron con la caída de esa misma tarde y luego con mis uñas, cuando dentro del baño comencé a rascarme.
Una vez que llegamos al área de urgencias el hombre tomó una gasa y algo de alcohol y permaneció en silencio mientras desinfectaba mis heridas nuevas; a pesar de que todo me dolía, estaba disfrutando el momento de calidez que me estaba regalando. Con mi cabello negro totalmente mojado, bajé un poco la cabeza para ver como sus dedos delgados y agiles trataban mis heridas y de pronto, me encontré a mí misma diciendo su nombre:
—Nicolás... —A lo que él asintió en forma de respuesta. Entonces, utilizando el mismo tono de voz, pero con un poco más de seguridad agregué—: ¿Todavía no estás dispuesto a salir conmigo? Incluso decidí cederte el Corporativo Esquivel y acepté darte el divorcio.
Sentí como sus dedos dudaron durante unos segundos antes de detenerse por completo y levantar su mirada en mi dirección; en sus ojos se veía la confusión.
—Desde que María regresó te has estado comportando extraña, quiero que me digas qué planeas en realidad —dijo él.
En el pasado, Nicolás me había dicho que me tenía cero paciencia y su ceño fruncido era un claro indicador de ello; pero a pesar de eso, levanté la mano y acaricié su entrecejo con algo de nervios.
—¿En verdad no quieres aceptar? —pregunté una vez más, ahora sonando un poco más condescendiente.
Tal vez fuera porque esa era la primera vez que acariciaba su ceja, pero mientras más lo hacía, más adictivo se volvía. No obstante, Nicolás de repente me tomó de la cintura y me respondió con voz profunda y magnética:
—Puedo salir con cualquier persona, incluso tomaría como pareja a la persona más idiota del mundo, pero contigo jamás lo haría, así que será mejor que te olvides de esas ideas absurdas.
Su respuesta me estaba quemando internamente y de inmediato retiré mi mano de su rostro, pero no pude seguir conteniendo mi tristeza y exploté contra él, quien, hasta ese momento, seguía tratando mis heridas y no se había dado cuenta de que me estaba poniendo sentimental.
—Nicolás, ¿piensas que no siento dolor? —dije con una pequeña sonrisa, a lo que él respondió asintiendo—¿Por eso te gusta intimidarme? ¿Por qué crees que no siento dolor y que, aunque algo me lastime jamás me voy a quejar? Tan solo tenía 20 años cuando acepté casarme contigo y estaba justo en la edad en la que no soportaba la desatención y el odio, en especial cuando estas dos acciones provenían de mi propio esposo. Se supone que tenías que ser la persona en la que más confiara, pero no fue así. Y aunque crees conocerme, no soy tan fuerte.
Ahora Nicolás me observaba con asombro. Una vez más me di cuenta de lo increíble que lucían sus cejas, y mientras pensaba en ello en silencio, de repente me hizo una pregunta que no esperaba:
—¿Por qué quieres... salir conmigo?
Sabiendo que el presidente Ferreiro podría llegar en cualquier momento, decidí acortar nuestra conversación.
—Solo hay que divorciarnos, Nicolás, te daré el Corporativo Esquivel —dije. De pronto su agarré se tensó alrededor de mi cintura, pero a pesar del dolor que estaba sintiendo, sonreí y agregué—: Ya estoy cansada de todo esto, además, ¿no quieres casarte con María?
El hombre no respondió nada de inmediato, solo bajó la mirada. Fue en ese momento que tomé mi bolso y busqué el acuerdo de divorcio.
—Nicolás, serás libre de hacer lo que quieras cuando firmes esto —dije en voz baja.
A pesar de que internamente no quería hacerlo, sabía que no tenía sentido que permaneciera a mi lado, además, quería detenerme de seguir creyendo que debía perdonarlo cada vez que me ocasionaba penas y dolor. El hombre tomó el acuerdo de divorcio y comenzó a leerlo, luego de unos segundos me dijo:
—¿Ni siquiera quieres quedarte con el Corporativo Esquivel?
—Solo quiero que me des 5 millones, lo demás será tuyo —respondí.
Pasó un largo tiempo y el hombre permaneció en su lugar con el papel todavía en sus manos, entonces saqué una pluma de mi bolso y se la entregué, a pesar de que se miraba un poco dudoso terminó por firmar. De repente, pude sentir cómo mi estado de ánimo se vio afectado cuando finalmente firmó, pues sabía durante cuánto tiempo había anhelado ese momento. Así que, ahora que ambos habíamos firmado estábamos oficialmente divorciados.
En eso tomé el papel y me obligué a sonreír frente a él.
—Mi abogado se encargará del resto, dentro de unos días estarás recibiendo el certificado de divorcio y las acciones del Corporativo Esquivel te llegaran en unos meses.
«Mientras que yo me consumo en alguna parte», pensé en agregar.
Entonces pude ver el lado amable de la situación, ni siquiera las heridas que tenía en mi rostro me dolían tanto ahora, pues finalmente lo estaba dejando ir. Le regresé la libertad que le había arrebatado.
Era cuestión de tiempo que el presidente Ferreiro llegara al hospital, así que cuando Nicolás y yo íbamos de regreso a la habitación de María escuchamos como de manera fría y demandante le decía a la mujer:
—¿Qué? ¿En serio vas a negar que tú misma contrataste a esos hombres?
María siempre le había tenido miedo al presidente, así que de inmediato dijo con voz lastimera:
—¡No, claro que no hice algo así! ¡Por favor, deténgase!
—¿Seguirás con este teatrito? ¡Incluso tengo en mi poder una copia de tus transacciones bancarias! ¡No puedo creer que hayas querido culpar a mi nuera! ¡Así que ni siquiera imagines que permitiré que algún día te cases con Nicolás!
Desvié un poco la mirada para ver la expresión de Nicolás, quien se veía tranquilo a pesar de la conversación que se estaba desarrollando en la habitación de su amada, y ahora que lo pienso, puede ser que haya cometido un error al llamar al presidente, pues Nicolás era un hombre astuto y no necesitaba que otros le dijeran lo que él mismo ya había investigado. No obstante, en lugar de exponer las mentiras de María prefirió fingir que no sabía lo que estaba pasando y le brindo cariño. Eso me daba a entender que era demasiado bueno con ella, por lo que ni siquiera tenía sentido que intentara probar mi inocencia. ¡Lo peor es que molesté a su padre!
Tan pronto como pensé en eso entré en pánico y me giré para irme, pero cuando estaba llegando a la puerta del hospital sentí que algo no andaba bien; de manera inconsciente me toqué la nariz con uno de mis dedos y comencé a sentir un dolor agudo que poco después se derivó en un líquido rojo. Cuando levanté la mirada hacia el cielo estrellado me di cuenta de que seguía nevando y abrí una de mis manos para atrapar un copo, pero de pronto no podía mantenerme de pie y me caí sobre los escalones cubiertos de nieve que estaban en la puerta del hospital.
En ese momento creí haber visto al Nicolás de mis recuerdos. Su profunda y amable voz me llamaba mientras decía:
—Chiquilla, ¿por qué no te has ido a casa?
Mientras que yo en respuesta le sonreía.
—Quiero escucharte tocar el piano una vez más, ¿podrías tocar Street Where Wind Resides? por favor.
—Claro, mañana la tocaré para ti durante la clase.
En aquel tiempo no tenía el valor para entrar a su salón, todo lo que hacía era esconderme fuera u observar a través de la ventana color verde de la pared blanca. Enamorarme de Nicolás había sido tan sencillo como eso.
…
Cuando caí todavía estaba un poco consciente e incluso creí haber escuchado a mi Nicolás mientras me decía:
—¡Regina, despierta! ¡Quédate conmigo! —Podía escucharlo muy vagamente, pero estaba segura de que sentí algo de tristeza en su voz mientras decía—: Aceptaré salir contigo si te mantienes saludable, podría hacerlo por el resto de mi vida si así lo quieres.