Capítulo 1 No queda mucho tiempo
—Señora Ferreiro, tiene cáncer en fase terminal...
Mi rostro palideció luego de pedirle al médico que volviera a decir las palabras que, por un momento, creí haber escuchado mal; entonces, sujetando firmemente mi expediente, el médico escogió con cuidado sus siguientes palabras:
—Señora Ferreiro, la intervención que se le realizó hace dos años debido a su aborto no fue hecha apropiadamente; se produjo una infección en la herida que no cicatrizó. Esto originó el cáncer de útero...
El médico iba a seguir hablando, pero lo interrumpí de inmediato para preguntar:
—Doctor, ¿cuánto tiempo me queda?
—Tomando en cuenta la velocidad en que las células cancerígenas se esparcen por su cuerpo, a lo mucho tiene tres meses más de vida...
Aunque él seguía hablando, mi mente quedó en blanco y lo único que podía escuchar era un sonido sordo dentro de mi cabeza.
…
Había caído la noche en la residencia Ferreiro y el hombre que estaba encima de mí por fin se levantó y se dirigió al cuarto de baño; yo, mientras tanto, permanecí en la cama enterrando mi rostro entre las almohadas con la esperanza de que eso aliviara mi dolor de cabeza. La persona con la que momentos antes había compartido un momento tan íntimo era mi esposo, Nicolás Ferreiro; desde el día de nuestra boda, siempre lo había tratado como una esposa debería ser con su marido, aunque para él yo no era más que una herramienta para obtener un solo objetivo.
Ya habían pasado tres años y siempre que Nicolás regresaba a nuestro chalé teníamos sexo y luego se dirigía al baño sin decir más, me hacía sentir como si yo fuera una especie de basura que tenía que quitarse de encima; incluso después de tomar un baño se iba de la casa con una expresión de frialdad en el rostro, y eso era todo. Claro que hoy no sería la excepción, pues luego de que salió de la ducha se vistió con la ropa que traía cuando llegó y se dirigió hacia la puerta; pero antes de que saliera dije su nombre en voz baja y alcanzó a escucharme. Nicolás se detuvo y me miró con indiferencia.
Al observar su mirada sin empatía, no fui capaz de formular muchas palabras, ni siquiera lo que verdaderamente quería decirle pudo salir de mis labios, así que al final me limité a soltar un:
—Ten mucho cuidado.
Poco después, escuché el sonido de su auto y aún desnuda me puse de pie y caminé hacia la ventana solo para ver como el Maybach color negro se alejaba. Entonces, tomé algo de valor y lo llamé.
—¿Qué quieres? —dijo él con un tono de voz impaciente.
Durante todos nuestros años de matrimonio siempre fui consiente de que él estaba enamorado de alguien más; incluso cuando me tomó como su prometida, tenía a otra mujer en su corazón. Todo esto porque el abuelo de su familia lo obligó a casarse conmigo, poniendo en juego la vida de la otra mujer; claro que Nicolás se negó desde un principio, pero al final no tuvo más remedio que aceptar y hacerme su esposa. Desde entonces había sido muy frío conmigo, por no decir que cruel. Jamás mostraba remordimiento o pena al humillarme, en especial cuando teníamos sexo ya que siempre gritaba y mencionaba el nombre de la otra mujer; lo único que sabía de ella era que se llamaba María Huerta.
De repente, recordé cómo fue la primera vez que miré a Nicolás; yo solo tenía 14 años y apenas estaba empezando a entender lo que significaba que alguien te gustara, cuando somos así de jóvenes nos es sencillo enamorarnos y jurar amor eterno a la persona que decidimos darle nuestro corazón y yo no fui la excepción, pues en aquellos años le di mi amor a un maestro de piano que daba clases en una academia cercana a mi casa.
Incluso hasta el día de hoy me sigo preguntando cómo fui capaz de enamorarme de un hombre que era 7 u 8 años mayor que yo. Pensé en todas las posibilidades y en algún momento creí que se debía a su agradable apariencia y a su formidable voz o a que, por coincidencia, la primera vez que lo escuché tocar el piano estaba tocando la última canción que mi madre tocó para mí antes de morir. Tenía varias teorías, pero aún no estaba segura de cuál era la razón más importante para mí; no obstante, lo que recuerdo perfectamente de aquel tiempo era que durante meses me escabullí dentro de la academia o me asomaba por las ventanas solo para verlo, hasta que, de repente, no volví a saber nada de él. Ni siquiera su nombre.
Durante mucho tiempo no supe nada de él, hasta que el presidente Ferreiro habló conmigo personalmente y me pidió que me casara con su hijo. La familia Esquivel tenía una fortuna y poder incomparable dentro de Bristonia, y por eso en una sola noche me convertí en una de las personas más importantes en la ciudad cuando mis padres fallecieron en el accidente de avión, lo cual sucedió antes de conocer a Nicolás. Curiosamente durante los años más tristes y solitarios de mi vida lo había visto por primera vez, y cada vez que pienso en ello me parece increíble que nos hayamos conocido incluso antes de ser presentados de manera oficial.
Claramente él no recordaba el hecho de que lo había estado siguiendo durante meses cuando era más joven, aunque puedo decir que jamás me prestó tanta atención, por eso tampoco me alejó cuando lo descubrió, porque creyó que era una estudiante más. Una vez cayó la noche y se me acercó para decirme con ternura:
—Chiquilla, deberías irte a casa, es tarde y solo vas a preocupar a tus padres. No es seguro que estés sola a estas horas.
Cada que pensaba en el pasado sentía calor en mi corazón, pues el Nicolás que recordaba era un hombre considerado y gentil. Pero de repente, otra memoria llegó a mi mente y de manera inconsciente cerré mis ojos con fuerza, pues uno de mis más grandes remordimientos era haber aceptado casarme con él; en un principio no quería hacerlo, pues sabía que había muchas otras familias intentando casarme con sus hijos con tal de subir un peldaño más en la sociedad, no obstante, en el momento en que miré la fotografía que el presidente Ferreiro había traído consigo me emocioné, pues el hombre en ella era a quien había anhelado durante toda mi juventud.
Así que reuní todo el valor que había en mí y decidí apostar por mi matrimonio con Nicolás. Quería creer que al menos podríamos tratarnos con respeto, aunque no hubiera amor entre nosotros, y que me cuidaría como un esposo normal lo haría; desgraciadamente no corrí con tanta suerte y lo único que recibí de su parte eran constantes insultos, incluso me hizo me abortar a nuestro hijo hace dos años. Todavía recuerdo la frialdad con la que me habló frente al médico:
—¡Regina, no puedes tener a mi hijo!
A él no le importaba mi dignidad como persona ni mis deseos de convertirme en madre; Nicolás me odiaba tanto que estaba desesperado por deshacerse del pequeño que llevaba en mi vientre, era como si hubiera olvidado por completo a la pequeña joven que lo seguía a todos lados cuando tocaba el piano.
Hoy en día, para él no era más que la mujer que su padre había elegido para que se casara, incluso me miraba como alguien que le había quitado el lugar a la persona que verdaderamente amaba. En pocas palabras, era una mujer que había cometido tantos pecados que ni siquiera merecía su perdón. Creo que me quedé en silencio durante mucho tiempo mientras recordaba el pasado porque de repente, la voz de Nicolás al otro lado de la línea me trajo de regreso al presente:
—No pongas a prueba mi paciencia, ya sabes que cuando se trata de ti la pierdo muy fácilmente —dijo en tono de advertencia.
No tuve más remedio que tragarme el nudo que se había formado en mi garganta y respondí con una leve sonrisa en el rostro:
—Nicolás, hagamos un trato.