Capítulo 8 Por favor, sal conmigo
Extrañamente, era otro día nevado en Bristonia y los copos de nieve caían sin parar como si fueran pétalos plateados caídos del cielo; era una vista maravillosa para apreciar de la ciudad. En esta ocasión estaba usando un vestido largo y dorado, el cual combiné con un abrigo color blanco y un par de aretes de plata. También me había hecho uno de los maquillajes para espectaculares para salir a dar la vuelta.
Era deprimente que la ciudad de Bristonia se viera tan animada y llena de vida mientras que yo, no podía evitar sentirme extraña; así que, de pie entre la multitud y un poco indecisa, empecé a prestar atención a las personas que pasaban cerca de mí. A pesar de que era invierno y de que el viento soplaba con intensidad, yo no podía sentir el frío. Al final, me decidí por seguir a un hombre que se miraba regular y tampoco era muy alto, pero aproveché que se había detenido a fumar y me armé de valor al decir:
—Te daré 5 millones si aceptas salir conmigo durante tres meses. —Al mismo tiempo saqué mi tarjeta del bolso.
Me di cuenta por su mirada que pensaba que estaba loca, por lo que pasaron unos cuantos segundos hasta que me respondió:
—Lo siento, tengo novia.
—Está bien —respondí. La realidad es que solo me había acercado a él porque lo había visto solo.
Así que, ahora que me habían rechazado, regresé a la calle para buscar a mi siguiente objetivo, quien al igual que la primera persona, era un hombre común. Era extraño, pero los hombres me estaban rechazando, y ni siquiera era porque fuera fea, porque incluso les estaba ofreciendo 5 millones... Aunque, pensándolo bien, puede que esa sea la misma razón por la que me decían que no.
—¡Por favor, sal conmigo!
—¿Te sientes bien? ¿Necesitas que llame a algún familiar?
—No, estoy bien. Buscaré a alguien más —dije y sonreí.
No me tomó mucho tiempo elegir otro hombre y hacer la misma petición:
—¡Por favor, sal conmigo!
—Lo siento, no puedo.
…
No estaba muy segura de que debía hacer a continuación, pero en verdad estaba desesperada por encontrar a alguien que me amara y que quisiera estar en una relación, todo porque quería conocer cómo se sentía el amor. Y, a decir verdad, ni siquiera estaba segura de qué era estar feliz, pues lo último que recordaba de mi relación con Nicolás eran mis celos enfermizos por culpa de María.
Mientras pensaba en todo eso seguí caminando con la cabeza gacha, y cuando me topé con alguien más dije:
—Por favor, sal conmigo...
Pero de repente, pude escuchar una voz llena de sorpresa:
—¡Regina, sí eras tú!
Sorprendida, levanté la mirada rápidamente y me encontré con un familiar de los Ferreiro, su nombre era Sofía Ferreiro, y el hombre frente a mí era nada más, ni nada menos que el insensible e inexpresivo, Nicolás. En ese momento no pude evitar querer que la tierra me tragara pues me sentía muy apenada, pero aun así Sofía continuó hablando:
—Regina, Nick y yo te vimos desde hace un rato, pero no estábamos seguros de que fueras tú, aunque teníamos curiosidad de saber qué les estaban diciendo a esos hombres... Nos enteramos hasta que te topaste con nosotros.
Miré a mi alrededor y decidí que lo mejor sería irme, pero de repente una figura fuerte y prominente me detuvo de la muñeca y me llevó con él; escuché como Sofía nos gritaba algo desesperada, pero Nicolás simplemente le dio una instrucción:
—Vete a casa y no le digas a nadie sobre lo que viste ahora.
—¡¿Y ya no iremos al concierto de esta noche?!
El hombre no le respondió y me siguió alejando de la situación. A pesar de que me estaba esforzando para que me soltara y de que le gritaba, Nicolás no me dejó ir hasta que llegamos al estacionamiento. Entonces comencé a darme un leve masaje en el área en que el hombre había ejercido presión, mientras que él encendía un cigarro y comenzaba a darle un par de caladas. No fue hasta que se lo terminó que finalmente se dirigió a mí:
—¿Qué estabas haciendo, Regina? —me cuestionó.
Pero yo ya no era la misma persona de antes que se tragaría cualquier tipo de insulto o comentario, por lo que en esta ocasión lo miré directamente a los ojos y sin intenciones de seguirme conteniendo, respondí:
—¿No me viste? Estaba buscando a alguien con quien salir.
—No me digas que así es cómo te gusta vivir ahora —soltó.
—¿Cómo? ¿Hablas del hecho de que estaba buscando hombres en la calle?
De repente, noté como a Nicolás se le cortó la respiración y bajó la cabeza para toser levemente, después tiró la colilla de cigarro y subió a su auto, pero este no encendió y me miró de nuevo.
—¿Viniste en auto?
El hombre a quién estaba viendo lucía mucho menos molesto de lo que yo recordaba, tampoco había asco en su mirada y se veía ligeramente apacible. Al escucharlo, sentí un poco de miedo y respondí sin pensar:
—No, use el transporte público.
Así que Nicolás no tuvo más remedio que bajar de su auto, llamar a la grúa y después me acompañó hasta la estación de autobuses; el hombre no llevaba cambio, así que sacó un billete de 100 de su cartera de cuero y se lo entregó al conductor, quien, a su vez, miró a Nicolás con una expresión extraña en su rostro, como si estuviera viendo a una persona adinerada por primera vez en su vida.
Nicolás me llevó a la parte media del abarrotado autobús y me hizo pararme junto a la ventana mientras utilizaba su cuerpo para separarme del resto de los pasajeros; al mismo tiempo, yo miraba con tristeza el paisaje nevado que había fuera. En eso, se me ocurrió hacer una pregunta:
—Nicolás, ¿qué significa todo esto que estás haciendo? Se supone que estamos divorciados.
Entonces el autobús se detuvo de repente y como me tomó por sorpresa, me estrellé contra el pecho del hombre; al instante, pude sentir que mi ritmo cardíaco estaba cambiando y el calor de mis mejillas subió. Tal vez quedé tan perdida por su tacto que en ese momento no pude evitar sujetarme de su cintura.
—Nicolás, estoy usando tacones —dije en voz baja—, y tengo miedo de caerme. ¿Me dejarías sujetarme de ti? Prometo que solo será por un rato, te soltaré cuando llegue a mi parada. —Cualquier persona podría ser capaz de percibir mi miedo al rechazo al decir estas palabras; y es que, sin importar que estuviéramos divorciados, yo seguía enamorada de él. Siempre que Nicolás estuviera cerca de mí, mi mundo se derrumbaría.
Con las manos todavía alrededor de su camisa, levanté la mirada y mis ojos se encontraron con los de él.
—¿Cómo han estado María y tú? —pregunté. Era evidente que Nicolás no estaba seguro de querer responder, ya que solo asintió con desconcierto, así que, con los labios fruncidos, hice otra pregunta—: ¿Te vas a casar con ella?
Al instante se hizo un silencio extremo entre nosotros dos y lo único que se escuchaba era el sonido de nuestra respiración; miré fijamente al hombre frente a mí y esperé en busca de una respuesta, hasta que finalmente terminó por ceder y contestó:
—Sí, le debo una boda.
—¿Cuándo se van a casar? —Poco a poco había comenzado a aflojar mi agarre de su cuerpo.
Nicolás todavía me miraba y pude notar que seguía inseguro de responder, pero entonces dejó escapar un suspiro y me dijo:
—El 26 de diciembre.
Su boca sería el día después de Navidad. Probablemente yo ya no estaría viva para entonces, así que sonreí con sinceridad.
—Felicidades, Nicolás —le deseé alegremente.
Su mirada ahora era diferente y me sujetó fuertemente del brazo mientras se inclinaba un poco acercándose a mi oído. Fue entonces que su voz grave resonó:
—¿Por qué estabas buscando a alguien para que saliera contigo? —me preguntó.
Y yo, fui incapaz de entender la expresión en su rostro.