Capítulo 5 Ella no es como tú
Últimamente había tenido unos terribles cólicos y por eso decidí acudir al médico para un chequeo, fue entonces cuando recibí los resultados que por poco y me destruyen la existencia por completo, no obstante, el hombre que tenía encima de mí pensaba que estaba disfrutando el sexo.
¿Qué podría hacer con los últimos tres meses que me quedaban? Mi vida estaba a punto de llegar a su fin y todavía ni siquiera experimentaba lo que era estar en una relación amorosa de verdad, y, de hecho, deseaba con todo mi ser poder vivirlo con Nicolás. Ni siquiera me importaría el hecho de que estuviera fingiendo y disfrutaría cada día a su lado.
Y hablando de, no sabía lo que se sentía ser deseada por alguien más, ni conocía el verdadero amor; a veces sentía celos porque María tenía a alguien que estaba obsesionado con ella. Por eso no me importaba que Nicolás me usara o humillara, pero era una persona tan inferior ante sus ojos ya que yo misma me había rebajado ante él sin siquiera negarme a nada. Justo ahora era un excelente ejemplo de ello, porque sin importar cuánto me estaba doliendo el vientre lo dejaba continuar con el acto.
Luego de que Nicolás estuvo satisfecho me sorprendió que no se fue de inmediato como siempre solía hacerlo, de hecho, fue al baño para ducharse y luego se sentó en el sofá con la computadora sobre sus piernas revisando algunos documentos de la empresa. En eso me puse de pie y me vestí con la bata para dormir y le pregunté:
—¿Pasarás la noche aquí?
Gracias a mi perfecta vista, me di cuenta de que los documentos que había abierto en su computadora eran unos contratos que yo misma había firmado en nombre de mi familia. Últimamente el negocio estaba decayendo, ya que no solo estábamos perdiendo a nuestros antiguos clientes y socios, sino que también las acciones de la empresa estaban cayendo considerablemente; yo sabía que todo eso era obra de Nicolás, pero en lugar de exponerlo y reprochárselo, tenía la esperanza de que considerara mi trato y aceptara todo sin la necesidad de hacer tanto problema.
Por otro lado, el hombre ignoró mi pregunta y yo tampoco quise molestarlo así que lo olvidé. No obstante, abrí el cajón en dónde había guardado el acuerdo de divorcio y lo coloqué sobre la cama en la que, unos momentos antes, habíamos compartido un acto tan apasionado. Mi intención era que nuevamente habláramos sobre nuestro divorcio, pero en eso, recibió una llamada telefónica de María.
Desde la cama pude escuchar su voz llena de terror mientras decía:
—¡Nicolás, ayúdame! ¡Ella pagó a algunos hombres para que me secuestraran y robaran mi inocencia! ¡Quiere que me sometan para no merecer estar contigo!
En cuanto escuchó las palabras de la mujer, Nicolás me miró y con una expresión sombría me preguntó:
—¿En verdad contrataste a alguien para que hiciera eso?
—¿Me creerías si te dijera que no? —cuestioné mientras soltaba una leve risita.
El hombre me miró por unos escasos segundos antes de ponerse de pie y alistarse para salir; cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo me puse de pie y corrí en su dirección para detenerlo. Entonces le acaricié con ternura una de sus mejillas.
—Nicolás, ¿cómo puedes creerle? ¿Qué tal si todo esto es un teatro que ella misma se armó?
—Yo la conozco, Regina, y sé que ella no es como tú.
Su respuesta me dejó en blanco. Al tiempo que permanecí en mi lugar durante un par de segundos, el hombre me empujó para poder irse, pero soy una persona tan terca que esta vez lo abracé por la cintura y le supliqué:
—No te vayas, quédate conmigo.
En el instante en que terminé de pronunciar esas palabras recibí una bofetada tan fuerte que me obligó a caer al suelo, y ahora lo único que podía hacer era observarlo desaparecer a través de la puerta de nuestra habitación. Para entonces ya no podía seguir conteniendo el sabor de la sangre dentro de mi boca y la escupí sobre la alfombra blanca de lana, por lo que una parte de la tela ahora estaba manchada de un color rojo vívido. Esta había sido la primera vez que Nicolás utilizaba su fuerza contra mí, lo que me hacía pensar que, con tal de mantener a salvo a aquella reina del drama, no le importaba herirme ni lastimar mi autoestima como persona.
De repente una idea me llegó a la mente:
«¿Qué rayos hice? ¿Por qué lo puse a escoger entre María y yo?».
Mientras más tiempo permanecía queriendo ser la esposa perfecta, más comenzaba a perderme a mí misma, así que, con una mano presionando mi dolorido vientre me puse de pie y me vestí con un vestido largo de hombros caídos que combinaba con un abrigo largo color piel. También me maquillé de una manera delicada, pero exquisita y me tomé mi tiempo para ondular mi melena que llegaba hasta mi cintura; una vez que me puse mis tacones plateados, llamé a mi asistente.
—Quiero que investigues el paradero de María Huerta —le instruí.
Luego de eso, tomé el acuerdo de divorcio y lo metí dentro de mi bolso y posteriormente conduje hasta el hospital en el que estaba la mujer; cuando llegué, mi asistente ya me estaba esperando en la entrada. Al verme llegar corrió rápidamente en mi dirección y me ayudó a abrir la puerta de mi auto a pesar de que estaba nevando y con todo el respeto, me informó:
—Presidenta Esquivel, el señor Ferreiro y María Huerta están aquí, y los hombres que envié para que atraparan a quienes quisieron secuestrarla me contactaron para decirme que estos confesaron que María les pagó para llevar a cabo el plan.
Después de escuchar lo que tenía para decir, salí de mi auto y me miré una última vez en el reflejo de la ventana mientras me aplicaba algo de lápiz labial.
—¿Ya llamaste el presidente Ferreiro? ¿En cuánto tiempo llega? —pregunté. Pensé que sería bueno llamar al padre de Nicolás porque, aunque me iba a divorciar pronto, quería limpiar mi nombre de cualquier tipo de acusación.
—El presidente estará aquí dentro de 15 minutos.
Mientras miraba mi hermoso reflejo no pude evitar soltar un suspiro, ya que, si tuviera que describir mi apariencia podría decir que me miraba como alguien de la alta sociedad, con un rostro inalcanzable y costoso. Quienes me rodeaban siempre me decían que mi cara había sido elegida y favorecida por el mismo Dios, sobre todo porque mis rasgos afilados eran tan hermosos que cualquiera podría permanecer un largo tiempo admirándome.
Luego de ponerme el lápiz labial lo guardé en mi bolso y entré al hospital junto a mi asistente; tan pronto como llegué a la habitación de María, pude escucharla decir con bastante seguridad:
—¡Tuvo que haber sido ella! ¡Fue Regina! ¡Solo ustedes dos sabían que regresé! Además, ella me odia, Nicolás, ¿no te das cuenta de que me tiene celos? ¡Me envidia porque soy la mujer a la que amas!
Entonces, el hombre respondió con calma:
—No te preocupes por ello, primero asegúrate de estar bien de salud. Yo mismo voy a investigar esta situación y haré que se disculpe contigo si resulta ser la culpable.
¡Ja! ¡¿De dónde sacó tanta confianza cómo para decir algo así?! ¡Eran tonterías! ¿Y por qué debería pedirle perdón? Incluso si en verdad yo hubiera planeado lo que le pasó a María, jamás me disculparía. Todo eso me orilló a cuestionarme si Nicolás lo dijo porque no me conocía tan bien, o porque en todos los años de matrimonio jamás me había revelado contra él.
Así que, sin más, entré a la habitación de la mujer y me mostré fuerte y sin miedo al decir:
—Bueno, si descubres que fui yo, ¿me dirías cómo debería disculparme para que me vea sincera? Nicolás, ¿tal vez debería arrodillarme frente a ella?