Capítulo 13 La señora Ferreiro, María Huerta
Maya y yo nos conocíamos desde antes de que Nicolás apareciera en mi vida, así que ella claramente sabía todo lo que sentía por él; y era obvio que conocería hasta mis contraseñas, pues en su mayoría eran el primer día en que él y yo nos vimos: el 27 de diciembre de 2009, durante la primera nevada del año.
—Gina, te ves muy pálida y no pareces sincera al sonreír...
—¿En serio? Tal vez tengo mucho frío.
Luego de platicar un rato con mi amiga, me fui, pero cuando estaba a punto de regresar al chalé, recibí una llamada de un número desconocido.
—¿Quién habla? —contesté.
—Soy la señora Ferreiro, María Huerta.
Hice una mueca y respondí:
—Todavía no estás casada con Nicolás.
María se quedó en silencio unos instantes y luego respondió:
—Lo sé, pero pronto lo estaré y será la señora Ferreiro, el puesto que ocupaste durante tres años ahora será mío, Regina. Estuve esperando por este momento durante años, así que ya es momento de corregir los errores y tomar lo que me pertenece; seré la envidia de todos.
Lo que María no sabía era que con tener el apellido Ferreiro, no podía ganarse el respeto de la gente; lo mejor que podía hacer era ser amable con los demás y no crear problemas.
—Como digas —dije desinteresada.
A lo que la mujer me respondió:
—Pero tampoco puedo culparte por todo lo que pasó, cualquier otra mujer habría luchado por ocupar el puesto que me quitaste, incluso pudieron haber sido más crueles que tú y no me dejarían ir si decidía luchas por su amor. Así que me gustaría darte las gracias por haber sido misericordiosa conmigo.
—¿Eso es todo? —pregunté con calma. Pero no era que yo fuera amable, sino que María no merecía mi atención.
—Sí, pero ahora me he dado cuenta de mis errores, en un principio no pude evitarlo, había querido ser la señora Ferreiro durante tanto tiempo que no me contuve... —Tras una pausa, pude escuchar una carcajada saliendo de su boca—¡Yo soy la señora Ferreiro! ¡María Huerta es ahora la señora Ferreiro!
A lo que le recordé con indiferencia:
—Todavía no estás oficialmente casada con él y su padre todavía no ha aprobado el matrimonio.
Uno como mujer no debería confiarse de nada, mucho menos del hombre que amas.
Maya Huerta parecía haber sonreído.
—Tarde o temprano nos dará su bendición.
Se estaba metiendo conmigo, pero me daba flojera pelear con ella. Entonces colgué la llamada y agregué su número a mi lista de contactos bloqueados.
En eso, miré una figura que me resultaba familiar en la calle, parpadeé y luego volví a ver el camino, pero parecía que últimamente estaba teniendo alucinaciones porque no había nadie. Sacudí la cabeza y me dirigí a la playa, lugar en donde me había casado con Nicolás. En cuanto llegué, recibí una llamada de él:
—¿Por qué me estás evitando? —preguntó impaciente.
Últimamente Nicolás me había estado llamando y me pedía que nos viéramos, pero yo siempre lo rechazaba e incluso le decía groserías para alejarlo; pero él seguía acosándome y me decía cosas que me confundían.
Miré en dirección de las agitadas olas y pregunté:
—¿Todavía no lo sabes?
—Sí, pero te prometo que no volveré a verme con María antes de la boda, dedicaré a mis días a ti durante dos meses. Regina, en verdad quiero compensarte.
Tal vez se había dado cuenta de que durante mucho tiempo me estuvo minimizando y haciendo sentir horrible y por eso ahora quería compensarme, pero solo era por lástima.
—Nicolás, ¿crees que esto es lo que quiero? —pregunté riéndome de mí misma.
—¡Regina, tú querías un romance para divorciarte y luego vender a tu familia! Sin embargo, solo yo fui beneficiado de todo esto, y no, no soy un hombre codicioso que aceptaría cualquier cosa como si fuera un regalo; jamás aceptaré la empresa de tu familia sin pagar un costo, así que te devolveré todo si no estás de acuerdo con mi ofrecimiento. Después de todo, odio la idea de deberle a una mujer.
Había olvidado que Nicolás era un hombre orgulloso y perseverante y que nunca se rendiría una vez que se había planteado una meta; y esta vez, estaba decidido a salir conmigo y, sobre todo, no aceptaría el negocio de la familia Esquivel si no aceptaba su trato. Sin embargo, no había otros candidatos para que se hicieran responsables de lo que mi familia había creado, así que me quedé sin palabras y solo pensé en su propuesta.
La brisa marina soplaba contra mí y mi cuerpo comenzaba a estremecerse del frío; al parecer Nicolás no tenía prisa porque esperó pacientemente por mi respuesta. Incluso se hizo un silencio largo entre los dos hasta que fui capaz de responder.
—Solo tengo dos condiciones.
—¿Cuáles son?
—En primer lugar, no quiero ver a María otra vez y tú tampoco puedes verte con ella antes de casarte, ni siquiera debes mencionarla a menos que te lo pida. Y, en segundo lugar, nada de sexo.
Ahora que mi enfermedad estaba empeorando, si me acostaba con él tendría hemorragias, además, tampoco quería que se diera cuenta de mi condición.
—¿Por qué eres tan mandona ahora? —me preguntó Nicolás soltando una leve risa al otro lado de la línea.
—¿Estás de acuerdo con mis condiciones? —le pregunté.
—Sí, claro. Tengo que arreglar unas cosas en la empresa, pero después de eso tendré tiempo para ti. Durante los próximos dos meses, seré solo tuyo —dijo.
«Seré todo tuyo».
Su respuesta sonaba tan sensual. Una vez que colgamos el teléfono me quedé atónita. Nunca imaginé que sería capaz de decir que sí, ni siquiera pensé en que podría tenerlo a mi lado de esta manera. En eso, levanté mi mano y me toqué mis ojos húmedos por las lágrimas, pero debía ser por la brisa marina, ¿cierto? Si no, ¿por qué más iba a llorar?
…
Desde ese día, no volví a recibir una llamada de Nicolás, y aunque no me importaba mucho, tenía que reconocer que sí me sentía un poco decepcionada. Pasaba la mayor parte del tiempo de pie frente a las ventanas estilo francesas, o me recostaba en mi cama mirando hacia el techo y esperaba; ni siquiera estaba segura de que estaba esperando, pero en secreto deseaba que se hubiera quedado en mi casa aquella noche que nos encontramos.
Al igual que el viento en las montañas y la luna brillante en el cielo estrellado, después de haber pasado por el bien y por el mal, sentir la gratitud y el resentimiento, sin importar la tristeza que alguna vez nos ocasionamos, quería verlo sonreír una vez más fuera de mi casa. Era probable que para entonces Nicolás ya se hubiera arrepentido de su decisión, pero el hombre que yo conocía jamás lo hacía. Y, aunque yo sabía esto, no podía evitar imaginar que simplemente había estado perdiendo el tiempo y que desde un principio ya no quería continuar. Para entonces ya habían pasado tres días y yo estaba encerrada en el chalé Esquivel; y en todo ese tiempo no había recibido ni un mensaje o llamada de su parte.
Pero justo cuando estaba perdiendo todas mis esperanzas, Nicolás me llamó. Pero no tomé la llamada de inmediato, solo fui al baño y me duché. Después de salir y secarme el cabello me serví una copa de vino y tomé un libro para leerlo frente a la ventana. La habitación estaba tibia como de costumbre, pero de repente comenzó a llover afuera, cuando me asomé quedé atónita por lo que mis ojos estaban viendo fuera de mi puerta: Nicolás llevaba un abrigo azul oscuro que le llegaba hasta la rodilla. El hombre estaba de pie frente a mi casa llevando un paraguas negro en una mano, mientras que la otra la mantenía dentro del bolsillo de su abrigo.
«¿Cuánto tiempo lleva ahí?», me pregunté.
Luego de dudarlo un rato, tomé el teléfono y le pregunté:
—¿Hay algo que quieras hacer conmigo?