Capítulo 11 Su calidez
Aunque simplemente se trata de un juego, quería saber lo que se sentiría estar enamorada, después de todo, me quedaba poco tiempo de vida y no podía seguir desperdiciando mi tiempo.
—Ya no tiene nada que ver contigo —respondí.
Cuando estaba a punto de irme Nicolás abrió la puerta del lado del copiloto y se subió a mi auto, como lo que había hecho fue peligroso, me detuve de repente y le dije con enojo:
—¡Qué crees que estás haciendo! ¡¿Perdiste la cabeza?! ¡Pudiste haberte lastimado!
Pero Nicolás era hombre temerario y no se preocupó en lo absoluto. Yo lo miraba con frialdad y estaba a punto de sacarlo de mi auto cuando de repente, me preguntó con firmeza:
—¿Todavía me amas?
Había sido tanto una pregunta, como una afirmación. Me enojaba que tenía a alguien más con quien estar y con quien pronto se estaría casando, pero, aun así, se tomaba sus ratos libres para hacer ese tipo de preguntas. ¿Nicolás creía que podría tener todo lo que quisiera cuando lo pidiera? No obstante, todo era mi culpa porque yo misma había sido demasiado condescendiente con él y por eso se sentía con el derecho de ser así conmigo. La única responsable de sus acciones era yo, por amarlo; y aunque dijera que lo odiaba, estoy segura de que nadie sería capaz de creerme.
—Sí, todavía te amo. ¿Acaso te da asco? —me reí, pero mis palabras estaban cargadas de ira.
Nicolás cerró un poco los ojos y me ordenó:
—Conduce a la residencia Esquivel.
—¿Y tú qué? —pregunté.
—Iré contigo —respondió sin más.
Contemplé durante unos instantes su respuesta, y respondí:
—Olvídalo, no quiero llevarte a mi casa.
—En ese caso, vamos al chalé Ferreiro.
…
Dicho eso, conduje hasta donde me indicó. Cuando llegamos, Nicolás se bajó del auto y caminó hasta mi lado para ayudarme a bajar, luego, me llevó adentro tomándome de la muñeca; el chalé lucía limpio e intacto con los sofás cubiertos de un plástico especial para evitar que se empolvaran, ya que ahora, nadie vivía ahí. Una vez que me senté en el sofá, Nicolás fue hasta la cocina y me sirvió algo de agua tibia. Mientras sostenía el vaso entre mis manos, me sentía un tanto impotente, ya que no entendía cuáles eran sus intenciones.
Ya era después de medio día y la luz del sol comenzaba a entrar por la ventana cayendo sobre mi cuerpo y haciéndome sentir algo de calidez. Mientras tanto, Nicolás no decía nada pues estaba ocupado limpiando el lugar. Ni yo lo molestaba a él, ni él a mí, así que pronto se llegó la tarde, y cuando bajó del segundo piso ya se había cambiado de ropa, ahora estaba usando ropa cómoda para estar en casa, al mismo tiempo su cabello estaba húmedo y desordenado.
Nicolás se sentó en un sofá frente a mí y lo miré directamente a los ojos mientras él hacía lo mismo conmigo; entonces, el hombre me preguntó en tono paciente:
—¿Qué te gustaría comer para la cena?
Sus ojos eran honestos. En el pasado, jamás me pasó por la mente que Nicolás llegaría a ser así de gentil conmigo, porque durante todo nuestro matrimonio se había comportado como un idiota.
Entonces sacudí la cabeza en negación y respondí:
—No tengo hambre.
El hombre frunció el ceño y dijo:
—Pero tienes que comer algo.
Su respuesta me había tomado por sorpresa, por lo que de manera instintiva le respondí:
—No tiene que fingir que te importo.
El hombre también parecía algo sorprendido.
—¿Alguna vez te he maltratado? —me preguntó con amargura.
Durante los tres años que duró nuestro matrimonio, Nicolás jamás me había maltratado, más bien, nunca hizo nada por mí, siempre me había ignorado, y después de cada sesión en la que hacíamos el amor, se iba de casa sin de nada. Nunca lo vi en otro lugar que no fuera nuestro dormitorio, salvo el día que me obligó a abortar a nuestro hijo; mentiría si dijera que aquella vez no sentí odio por él, pero también lo quería. Tardé algo de tiempo en aceptar aquel sentimiento, porque no podía perdonarlo, pero tampoco odiarlo del todo, así que terminé por entender mis emociones y poco a poco estas se fueron apaciguando. Aunque la situación se había convertido en una espina dentro de mi corazón, decidí convertirlo todo en un horrible recuerdo y de vez en cuando pensaba en ello.
Suspiré con una sonrisa y dije:
—No.
De pronto, sonó el timbre de la puerta y Nicolás se puso de pie para abrir. Cuando regresó, traía consigo una caja llena de comida que había pedido por Internet. Así que, llena de curiosidad, le pregunté:
—¿Vas a cocinar?
—Sí, te gusta comer salmón, ¿cierto?
Me quedé en silencio y asentí con la cabeza.
—Sí, me gusta.
Pero en realidad era María a quién le gustaba el salmón. La mujer y yo nos habíamos visto una vez antes de que se fuera de Bristonia, por aquel entonces me miraba con lástima y preguntó:
—¿Sabes por qué a Nicolás le gusta comer salmón? Es porque es mi comida favorita y él siempre prepara mis platillos preferidos. Regina, si él también llega a amarte sabrás que es el hombre más cariñoso del mundo y te convertirás en la mujer más feliz, pero si te ve con odio, temo decirte que serás muy infeliz a su lado, porque será como el mismo hielo.
En aquel tiempo le respondí obstinada:
—¿Quién dijo que me gusta Nicolás?
A lo que María me preguntó un tanto asombrada:
—Entonces, ¿por qué quieres casarte con él?
No me atreví a hacerla sentir poderosa, así que mentí al decir:
—Soy una mujer de la clase alta y debía elegir un compañero adecuado debido a mi estatus, no es por amor sino por lo que dicta la sociedad. Y la familia Ferreiro es compatible con mis estándares, eso es todo.
Aunque odiaba con todo mi ser la petulancia de María, continué preparando la cena para Nicolás cada que llegaba a la casa, y claro, le servía estofado de salmón; cada que pensaba en ello me sentía una tonta porque me había esforzado mucho para complacerlo. Sin embargo, jamás pensé que Nicolás asumiría que a mí me gustaba el salmón, aun así, eso ya no era importante y debía darme igual si sabía cuál era mi platillo favorito o no.
Así, Nicolás se fue a cocinar, mientras que yo subí a mi antigua a mi habitación y me vestía con una camiseta que había dejado. Luego bajé y me serví una taza de agua tibia para tomarme los analgésicos. Dado que me sentía un poco aburrida de estar sola en la sala de estar, decidí quedarme de pie en la cocina mientras lo observaba; la luz brillaba sobre él y lo hacía verse más encantador.
En ese momento se inclinó un poco para cortar las verduras en la tabla de cortar, pero la manera en que sus finos dedos sujetaban con fuerza el cuchillo me distrajo por unos instantes; cuando recobré el sentido, tenía la mente hecha un desastre, después de todo, nunca lo había visto comportarse de esta manera. Sus acciones me ponían los nervios de punta.
Lo había amado durante 9 años y, sin embargo, Nicolás nunca correspondió a mis sentimientos, lo que me llevaba a preguntarme si en verdad tenía que permanecer el resto de mi vida sola. La falta de voluntad en mi corazón era abrumante.
…
Pronto, Nicolás terminó de preparar tres platillos. Me llevé un pedazo de salmón a la boca y mastiqué con cuidado; entonces, el hombre me miró con expectación, tras lo cual sonreí y dije:
—Está delicioso.
—Pero use salmón congelado, no creo que esté tan bueno como el fresco.
A lo que sacudí la cabeza.
—No, este es lo suficientemente bueno.
No tenía por qué importarle la textura del pescado, porque yo estaría feliz con todo lo que hiciera. De esta manera, saboreé lentamente la comida mientras él también terminaba su ración, incluso después de haber terminado no me apuro.
Cuando terminé de comer, se puso de pie y recogió los platos; una vez que salió de la cocina, me despedí de él con la mano, a lo que él se quedó callado un rato mientras me miraba confundido, entonces me preguntó con seriedad:
—¿Tienes tanta prisa de irte?
Me reí y contesté:
—¿Tengo alguna razón para quedarme?
—Esta también era tu casa.
Alguna vez estuve viviendo ahí durante tres años, y mentiría si no dijera que la extrañaba; sonreí levemente y dije:
—Creía que lo era. —Antes de que pudiera marcharme, Nicolás me tomó de la muñeca; lo miré confundida—¿Qué significa esto?
—No has contestado a mi pregunta, ¿por qué quieres tener un romance?