Me apuré a levantarme y acomodarme los piyamas. Al pie de la cama se encontraba un hombre con una expresión casual en su rostro. Nicolás era el único que podía hacer algo tan descarado como esto; Cristóbal jamás haría algo así. Él alzó una de sus cejas y preguntó:
—¿No soy bienvenido? —Se expresó como si tuviera el derecho a hacer esa pregunta.
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