Capítulo 356 Entre la espada y la pared
Roberto se había ido y alguien debía ocuparse del funeral de mi madre, por lo que Santiago se fue tras hacerme compañía durante unos minutos. Me quedé de pie en la entrada sin poder dejar de pensar en mi hermano adoptivo y en lo triste que estaba cuando se fue. Dado que no me gustaba la idea de que anduviera deambulando solo por ahí, me lancé a buscarlo calle abajo, pero no estaba por ningún lado. Preocupada, recorrí todos los lugares que pude hasta que, por fin, di con él en una calle cercana. Estaba desplomado sobre un banco y el suelo a su alrededor estaba cubierto de restos del paraguas. La melancolía saturaba el aire y las gotas frías de lluvia caían sobre él sin piedad. Esa versión de Roberto era la encarnación misma de la tristeza. Al menos así lo sentí yo. Su cabeza colgaba hacia abajo y ya ni siquiera intentaba cubrirse de la lluvia, por lo que me acerqué y compartí mi paraguas con él a pesar de que mi hombro quedó al descubierto. Al percatarse de que ya no se estaba mojando, él levantó la mirada. Tenía los ojos llenos de lágrimas, pero estaba tranquilo.
—¿Qué te trae por aquí, Regina? —preguntó. Mi corazón se partió en dos, pero sabía que él no necesitaba mi compasión, así como Elián la había rechazado un rato antes.
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