El aire del banquete era tan tenso que se podía cortar con un cuchillo. Los aspirantes a asesinos se habían transformado en aspirantes a cadáveres mientras contemplaban el suelo ensangrentado. Sólo se oía el sonido de respiraciones pesadas y corazones palpitantes mientras enviaban en silencio sus últimas plegarias.
Justo cuando pensaban que toda esperanza estaba perdida, la profunda voz de Mateo resonó por el pasillo mientras declaraba sardónicamente:
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