Su voz resonó como el rugido de un tigre, absolutamente ensordecedor, lo que hizo temblar de miedo a la multitud. El general Bai Hu perdió la cabeza. Miraban a Lin Fan deleitándose con su desgracia, para ellos, su actitud había sido imprudente y había enojado al general. Si ese era el caso, la muerte lo esperaba en la esquina.
Zhou Peize sonrió de manera socarrona; la forma en la que lo miraba era como si Lin Fan fuera un payaso en plano acto de entretenimiento. No debería haber presumido sabiendo que no podría soportar las consecuencias: era evidente que estaba cavando su propia tumba.
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