—Esto debe ser un error. Debo estar alucinando —Shen Ling se frotó los ojos con fuerza sin poder dar crédito a lo que veía.
Y es que las dos singulares joyas desprendían una opulencia deslumbrante y de otro mundo, por lo que le costaba creer que todo lo que sucedía en ese momento fuese verdad. ¿Cómo era posible que una zorra como Bai Yi tuviera derecho a llevar joyas valuadas en diez mil millones? La carcomía la envidia.
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