El tiempo corría. Había silencio en la zona frente al Hotel Hilton; solo los guardaespaldas vestidos de negro caminaban de un lado a otro frente a la entrada del hotel, vigilando. Todos y cada uno de ellos tenían contextura robusta y musculosa; sus ojos eran tan agudos que parecía que podían penetrar en la oscuridad, y eso les permitía detectar cualquier peligro inminente.
Entre los arbustos, estaba escondido un fotógrafo de mediana edad que, después de ver a los guardaespaldas, le dijo al joven que estaba a su lado:
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