Aún en ese momento, a Tian Hao no le importaba en lo más mínimo los miserables chillidos de Lin Guangyao. Lo miraba con tal frialdad como si estuviera mirando a un perro.
—¡Eh! ¿No te enteraste? Todos hemos quebrado nuestras propias piernas en muestra de disculpa hacia el señor Lin. ¡Eres un don nadie, Lin Guangyao! —gruñó en un tono frío e insensible.
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