¡Bum, bum! Bajo el constante bombardeo de balas, el Santana se acercaba más y más. ¡Doscientos metros! ¡Cien metros! ¡Cincuenta metros!
¡Clanc, clanc, clanc! Lao San había disparado todas las balas que le quedaban en la pistola, pero el Santana se le seguía echando encima como una bestia salvaje.
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