Capítulo 13 Díganle que Josué lo dijo
Después de saber que íbamos a tener una conversación con los chicos de la clase Uno, Rosalí insistió en ir con nosotros. El hecho de que nos siguiera hizo que Juan se sintiera incómodo y no dijera nada por el camino. La clase Uno era la clase de la élite, aunque todos ellos eran cerebritos. Si los rumores eran ciertos, ni siquiera podían encontrar un lugar para establecerse en la isla y lo único que podían hacer era correr con sus recursos, preocupados de que alguien los atacara para quitárselos. Juan me dijo que se reunirían con Enrique esta misma tarde, en la colina donde cocinamos los conejos, así que deduje que estarían cerca. Pensé que sería difícil encontrarlos, pero cuando llegué a la colina, me reí. «Vaya, ¿ya están aquí? ¿Tan preocupados están por perder la oportunidad de negociar con Enrique?».
Eran cinco chicos y dos chicas. Todos parecían tener la voz suave y llevaban gafas gruesas. Cuando nos vieron aparecer, defendieron rápidamente sus recursos y eso me llamó la atención. Cuando miré lo que tenían, me dio envidia. ¡Tenían fideos instantáneos, carne enlatada e incluso galletas!
—¿De dónde han sacado todo esto? —dije sorprendido.
Los chicos parecían reservados, pero finalmente su líder acomodó sus gafas y dijo:
—Conseguimos esto de la máquina expendedora que vino a la deriva con nosotros.
—¿Ese gran pedazo de chatarra puede flotar? —Fue impactante.
—El barco se estaba hundiendo, pero había una inclinación de setenta y cinco grados, y la inundación no era tan grave en nuestro lado, así que seguimos sacando el agua para mantener el barco a flote y...
—Muy bien, deja de hablar. No es que lo entienda, de todos modos.
Me acerqué a la comida, con interés, entonces el líder me dijo con amabilidad:
—Por favor, aléjate de nosotros. Tenemos un amigo que vendrá pronto.
—¡Vete a la m*erda! —Le di una bofetada, que lo hizo rodar por el suelo.
Los estudiantes de la clase Uno temblaron de miedo y el chico acomodó sus gafas.
—¿Por qué has hecho eso? ¿Intentas quitarnos nuestros recursos?
—Oh, ¿son tuyos?
—¡Vinieron a la deriva con nosotros!
—Aun así, pertenecen al dueño de la máquina expendedora, así que ahora no son propiedad de nadie. —Me encogí de hombros—. El que lo encuentra se lo queda.
—¡Serás…! —Su rostro se puso rojo de la ira.
—¿Cómo te llamas? —pregunté con indiferencia.
—¡Gonzalo López!
—Ah, así que eres el mejor estudiante de nuestra escuela desde el primer día, ¿eh? ¿Quieren aliarse con Enrique?
—¿Cómo lo has sabido? —preguntó con la voz entrecortada.
No respondí a su pregunta.
—Es inútil aliarse con él. Mi amigo acaba de escapar de sus garras. Diles lo que Enrique está planeando, Juan.
—¡Laguardia dijo que va a esclavizar a los chicos y convertirá a las chicas en sus muñecas sexuales! ¡Y ustedes serán comida una vez que dejen de ser útiles! —dijo Juan en voz alta.
Todos los de la clase Uno se sorprendieron al escuchar eso.
—¡Eh, chicos, tomen lo que puedan! ¡Aseguren la carne enlatada y las galletas! Son pequeñas, pero te llenan con facilidad. Los fideos instantáneos son difíciles de llevar, ¡así que déjenlos! —ordené para que los demás se apoderaran de la comida y Rosalí no tardó en obedecer.
Gonzalo entró en pánico y quiso detenernos, pero yo blandí la navaja ante él. Eso logró que se quedara petrificado en el lugar. Después de que cada uno tomó lo que pudo, dije con un tono frío:
—Queda la mitad de tus provisiones. Les debo una y algún día les pagaré. Un consejo para todos: no pidan ayuda a Enrique. Tomen las provisiones y escóndanse. Háganse fuertes mientras tanto. Si Enrique se acerca a ustedes, díganle que Josué lo dijo.
Tomé algo de comida y dejé una mano libre para sujetar mi navaja por si alguien me emboscaba. Sin embargo, todos los de la clase Uno se quedaron petrificados y se limitaron a sentarse en el lugar. Cuando me alejé lo suficiente, me volví hacia ellos.
»Si no pueden siquiera herir a alguien, no sobrevivirán aquí.
Después de eso los dejamos a su suerte. Al volver a la cueva, Rosalí masticó con alegría las galletas, mientras Juan tomó un poco de refresco. Entonces, Rosalí dijo:
—¡No te lo tomes todo, gordito!
—De… de acuerdo —susurró Juan sobresaltado.
Como no quería molestar a Rosalí, solo tomó una pequeña cantidad de comida para consumir. No me opuse a ello, pues sabía que estaba demasiado gordo y que acabaría con nuestras provisiones si no controlaba su apetito. Cuando terminamos de comer nuestra parte, hicimos un inventario y observamos que contábamos con quince paquetes de galletas y veinte latas de carne, así como salchichas.
—Esto debería durarnos tres días si racionamos.
Rosalí me miró fijamente.
—¿Qué te ha pasado en el rostro? ¿Dónde están tus marcas de viruela?
—No cambies el tema. Nuestro objetivo ahora es conseguir una fuente de alimento a largo plazo.
—Es cierto. Este tipo de oportunidad no se da a menudo. ¿Qué tienes en mente? —asintió Milena.
—Tenemos un lago y el mar a nuestro alrededor, pero pescar para alimentarnos es poco práctico y quedarnos en un lugar por mucho tiempo nos expondrá. Aunque en realidad quiero hacerlo así. El agua es una fuente natural de alimento.
—¡Sé cómo hacerlo! —Juan se ofreció como voluntario.
Sin embargo, Rosalí lo descartó.
—¡Si no puedes atrapar ningún pez, te sacrificaré, gordito!
—¡Puedo hacerlo! Mi familia trabaja como pescadores y he aprendido mucho de ellos. Todo lo que necesito es tiempo. ¡Dame unas horas y te garantizo que tendremos suministro de comida en poco tiempo! Pero necesito tu navaja, Josué.
—Será mejor que lo logres —se burló Rosalí.
—Si lo consigo, ¿puedes llamarme Juan en lugar de gordito? —susurró.
—¡Ni lo pienses!
Juan se calmó y se puso de pie.
—Me pondré a ello ahora mismo. Es lo menos que puedo hacer después de que me hayas salvado.
Entonces, tomó prestada mi navaja y salió. No sabía lo que quería hacer, pero confiaba en que mi amigo lo lograría. Todos se fueron a dormir después de la comida para conservar la energía y yo me senté en el pajar para practicar La Senda del Fuego Solar. Esto era algo mágico y yo estaba empezando a entrenar. Estrictamente hablando, ni siquiera era un aprendiz de primera etapa, y sabía que mis habilidades darían un gran salto si lograba completar este primer entrenamiento. La Senda del Fuego Solar era una técnica que utilizaba la Fuerza Solar del cuerpo. Haciendo honor a su nombre, cuanto más me esforzaba, más caliente me ponía y mi boca empezó a resecarse.
De repente, alguien me dio una palmadita en el hombro, lo que me sorprendió. Mi flujo de energía se interrumpió y la reacción fue dolorosa. Eso era lo que ocurriría si alguien me interrumpía mientras cultivaba. Cuando abrí los ojos, me di cuenta de que casi había oscurecido y de pie ante mí estaba nada menos que Milena. Ella sonrió y señaló mis pantalones.
—¿Qué estás haciendo?
Miré hacia abajo y, de repente, todo se volvió incómodo. «Así que la activación de la Fuerza Solar también te provoca una erección, ¿eh?». Estaba buscando una explicación, pero justo en ese momento, Naomi y Rosalí entraron también. Me preocupaba que pudieran ver mi erección, pero Milena me abrazó de repente y se pegó a mí con fuerza, para cubrir mi erección de la vista de las chicas. Bostezó.
—Es tarde, así que vamos a dormir todos. Josué me abrazará de nuevo esta noche. A ustedes les parece bien, ¿verdad?