Capítulo 11 El gran descubrimiento
A pesar de la oscuridad que me rodeaba, vi algo extraño. Mientras mi cuerpo se calentaba poco a poco por los masajes de Milena, noté que algo brillaba en la pared de la cueva. «Qué raro. ¿Qué es eso?». Ansiaba comprobar de qué se trataba, pero tampoco quería que Milena se detuviera. En silencio me dio un beso apasionado y por fin, no pude contenerme más. Eyaculé y me sentí... vacío. Entonces, Milena dejó de moverse y me besó mientras me decía con suavidad:
—Eyaculaste sobre mí. Muy bien, ahora vete a dormir.
Mi cabeza se sentía pesada y no podía decir una palabra por mucho que quisiera. Antes de dormirme, apenas pude percibir como aquello que brillaba entraba en mi cabeza, literalmente. Esa noche, tuve un sueño donde aparecía un hombre y me sonreía.
—Nací en una época en la que las personas sufrían. Me llaman Deidad Solar. Mis amigos y yo intentamos ayudar a los pobres y débiles, pero nos persiguieron los perros del gobierno. Al final, nos quedamos aquí, en Isla Azul. Dejamos siete Legados para que las personas los recibieran. Mis amigos eligieron aumentar sus fuerzas individuales y difundir sus nombres, mientras que yo preferí entregar mi legado solo a la persona indicada. Este mundo está lleno de humanos falsos. Estoy harto de ellos, así que decidí aislarme, aunque eso signifique que nadie me recuerde —dijo el hombre del sueño y luego continuó—: Me encontraba demasiado aburrido y dejé «La Senda del Fuego Solar» en esta cueva. Solo aquellos que revelen su verdadera naturaleza podrán heredarlo. La felicidad, la ira, la tristeza, el anhelo, el horror, la conmoción... No importa. Ahora que has heredado mi legado, te deseo una vida con orgullo, amigo. También te he dejado mi arma: la Espada Flameante. Encuéntrala. Y también hay una Píldora de Purificación en esta cueva. Está ahí arriba.
Una gran cantidad de palabras extrañas comenzaron a aparecer en mi cabeza. Se parecían a los mantras de meditación que se ven en los dibujos animados. Este mantra se llamaba «La Senda del Fuego Solar». Bueno, desde luego, así era como el hombre decía que se llamaba. Tenía cinco etapas y cada una era más fuerte que la anterior. Me desperté de golpe. «¿Es un sueño?».
Miré alrededor y me di cuenta de que las señoritas estaban dormidas. Podía haber sido un sueño, pero fue muy real. Incluso recordaba cada detalle. Deidad Solar debe haber sido un hombre de leyendas. «¿Así que dijo que cualquiera que revele su verdadero ser puede heredar su legado? Si sabe que demostré lujuria, debe estarse retorciendo en su tumba. Entonces, ¿he conseguido un legado? ¿De los tiempos antiguos? ¿No eran solo leyendas?». Cerré los ojos y traté de practicar La Senda del Fuego Solar, y entonces noté que algo mágico corría por mis venas. La sensación me entusiasmó, porque esto era cosa de leyendas. Todo el mundo decía que los humanos tenían Legados en la antigüedad, pero se habían perdido. «¡Así que es real!».
Subí rápido a la parte superior de la cueva e intenté avanzar, pero la luna no brillaba con fuerza esta noche, así que iluminé mi camino con el encendedor. Cuando cavé en el lugar que dijo Deidad Solar, encontré una cajita de madera. La abrí y vi una pequeña píldora roja que brillaba en la noche. Entonces, pasé la lengua por mi labio y me la tomé rápidamente. Todo se iluminó durante un segundo mientras algo explotaba en mi interior. Sentí un calor insoportable y para calmarme, intenté La Senda del Fuego Solar. Aunque conseguí recuperarme un poco, cada centímetro de mi cuerpo seguía sintiéndose como si estuviera en llamas. El dolor era insoportable, pero la sensación que le seguía era incomparable. Cuando abrí los ojos un buen rato después, me di cuenta de que mi cuerpo apestaba a excremento y me sentía pegajoso, por no decir caliente.
—Mmm... —Naomi salió de repente. Pudo distinguir mi silueta bajo la luz de la luna y me llamó—: ¿Eres tú, cariño?
—Estás despierta, querida.
Se acercó y me tomó de la mano, pero rápido le dije:
»Apesto, cariño.
—No pasa nada. —Me abrazó—. No importa en qué te conviertas, sigues siendo el mejor. Sé que debes haberte contenido. Milena y Rosalí son hermosas después de todo. Estoy aquí para ayudar, así que mírame como a ellas.
Sorprendido, le devolví el abrazo.
—¿De qué hablas?
Me besó y me dijo con suavidad:
—Puedes llamarme Rosalí o Milena, y yo responderé. De todos modos, no puedes verme, así que solo finge que soy ellas. —Luego comenzó a hacerme sexo oral.
Me estremecí, pero, aun así, la levanté.
—¡No! ¡No puedo pedirte que hagas esto cuando estoy así de sucio! Dame un minuto. Me bañaré y no fingiré que eres otra persona, Naomi.
—Pero está bien.
—¡No! ¡No permitiré que te pongas por debajo de ellas! ¡Eres mi mujer! ¡Algún día me casaré contigo!
Naomi tembló y se inclinó para abrazarme.
—Solo tú me ves como una mujer. Todos los demás…
—Bien. Ahora tengo que ducharme.
Cuando intenté levantarla, me di cuenta de que Naomi era muy ligera. «No, ¡espera! ¡Yo soy el que se hizo más fuerte!».
Naomi estaba sorprendida por mi fuerza. Cuando miré hacia abajo, se me ocurrió una idea y salté hacia delante con ella en brazos. Naomi dio un grito por el susto, pero caí firme. Luego, miró la cueva detrás de ella, sin poder creerlo.
—Fue un salto de dos metros, ¿y lo hiciste mientras me sostenías?
—Tuve un encuentro.
—¿De qué tipo?
Cuando traté de decírselo, nada salía de mi boca. Por mucho que lo intentara, algo estaba atorado en mi garganta y me impedía contarle la historia. «Oh, espera. Dijo que solo dejaría que una persona heredara su legado. No me extraña que no pueda contarlo».
—Nada. Siempre he sido muy fuerte, pero nunca lo he demostrado. Vamos. Me ducharé y luego me llevarás a esa cueva —suspiré.
La llevé al estanque rápidamente y quedó anonadada con mi fuerza. Luego, salté al agua y me lavé. «!¡Ah, qué alivio!». Cuando salí, Naomi me esperaba boquiabierta, como si hubiera visto algo maravilloso.
»¿Qué pasa? —pegunté.
—Tus… tus marcas de viruela han desaparecido —murmuró.
—¿Mis marcas de viruela?
Toqué mi rostro con curiosidad y descubrí que se había vuelto sedoso. «¿Esa píldora también puede hacer esto?».
—Tú… tú ahora estás atractivo. Creo que debes odiarme —dijo Naomi de repente, con cautela.
—¡No! —Le di un abrazo y le dije con seriedad—: ¡No voy a abandonar a mi esposa! ¡Eres mi única esposa! ¡Mi amor por ti nunca cambiará!
—Bu… bueno, eso puede ser una mentira, pero aun así estoy feliz de que lo hayas dicho.
—Vamos. Juan nos necesita.
Entonces, le pedí que me llevara a la cueva. Para entonces, había amanecido y podía ver todo con claridad. Cuando nos acercamos, oímos un grito espeluznante que atravesaba el aire. Miré más de cerca y vi como esos bast*rdos de la clase Tres agredían a Juan. Ya estaba herido de gravedad y sangraba de pies a cabeza. «¡Malditos sean!». Si hubiera sido hace un día, tendría que evitarlos, pero no después de lo ocurrido. Así que grité:
—¡Déjenlo ya, bast*rdos!