Capítulo 4 Justo lo que te mereces
La mayor arma de una mujer era su belleza. Rosalí solía tratarme peor que a un perro, pero cuando me pidió que la abrazara mientras estaba débil y temblando, mi corazón se ablandó de repente y la atraje hacia mis brazos. Estaba helada, así que la abracé con fuerza y la calenté con mi cuerpo. Tenía tanto frío que también me abrazó y recorrió mi cuerpo con sus manos, mientras ignoraba con crueldad mis sentimientos, pues solo le importaba volver a entrar en calor. Mientras jadeaba en mi oído, su olor fragante me confundía.
Al cabo de unos minutos, se fue calentando poco a poco y la llevé hasta donde estábamos. Tenía la linterna encendida, así que cuando la luz alcanzó a Milena, noté que había aprovechado la oscuridad para quitarse también el sujetador. Se apresuró a cubrirse con las manos, pero, aun así, la luz iluminó sus hermosos hombros y su cuello. Al apagar rápidamente la linterna, Rosalí me dio un puñetazo en el estómago. Luego, Milena corrió hacia Rosalí y la abrazó, mientras ambas sollozaban. A continuación, le entregué a Milena una botella de agua mineral. En cuanto la abrió, bebió de ella con prisa y tosió al atragantarse con el agua. En ese momento, le recordé:
—Bebe con moderación. Puede que no encontremos agua después de que se acabe el suministro actual.
Sin embargo, me reprendió al decir:
—Maldita sea, ¿eres un hombre? Si lo eres, ve a buscarnos agua. No bebas de la que trajo Rosalí.
Poco me importaba que me regañara. Sus reprimendas no me importaban mientras hubiera agua para beber. Entonces nos desplomamos en la playa para descansar, y nos hundimos en la arena para entrar en calor. De repente, cuando aún estaba medio dormido, percibí un movimiento a mi lado. Milena y Rosalí se habían levantado. Sin embargo, no tenía ni idea de lo que estaban haciendo con tanto secreto. Me picó la curiosidad. «¡Lo más importante es que se llevan el agua mineral!». Así que las seguí a escondidas, arrastrándome para que no me oyeran.
De repente, se detuvieron y Rosalí dijo:
—Milena, sé que hay una fuente de agua en el bosque. Hace poco me encontré con mi novio. Al principio quiso rescatarme y dijo que los demás compañeros estaban en el bosque, pero me negué a irme con él porque no llevaba mis pantalones cortos. Incluso dijo que allí tenían comida. ¿Por qué no me prestas tu falda, pues de todos modos llevas ropa interior?
—¿Por qué me dices algo tan bueno con tanto sigilo?
—No podemos traer a esa bestia horrorosa con nosotros. Debemos llevarnos el agua para que muera.
—Pero, ¿por qué haríamos eso?
—¿Olvidaste que papá compró un seguro para nosotros dos? Si logramos escapar y él muere aquí, ¡disfrutaremos de incalculables riquezas!
—¡Tienes razón! En aquel entonces, me molestó comprar un seguro para ese bast*rdo, ¡pero esta es nuestra oportunidad!
«¡Qué p*rras! ¡Fui yo quien las salvó!». El odio me invadió. «¡Pues si me quieren muerto, no me culpen entonces por lo que pueda hacer después!». Luego, las seguí en secreto. Al parecer, Rosalí conocía el camino, pues utilizó la aplicación de la linterna en su teléfono para iluminarlo. Como no había luz detrás de ella, no pudo verme. Volvieron a los arrecifes y subieron con dificultad. En ese preciso momento, salí corriendo de repente. Halé a Milena por la pierna con fuerza antes de darle una patada en el rostro.
»¡Aah! —gritó de dolor y se desplomó en el suelo.
Aterrorizada, Rosalí gritó asustada, pero la agarré por el cuello y la inmovilicé debajo de mí.
—¡Suéltame, bestia horrorosa! —Arremetió contra mí vehemencia.
Sin embargo, me limité a sonreír y le dije:
—¡Me has obligado a hacer esto p*rra!
Enfurecida, me golpeó con los puños, pero su poca fuerza ni siquiera me hizo daño. Tomé su teléfono, lo apagué y lo tiré sin pensarlo. Al instante, quedamos sumidos en la oscuridad, y Milena gritó ansiosa:
—¡Rosalí! ¿Dónde estás? ¡Rosalí!
Al poner una mano sobre la boca de Rosalí, la arrastré hacia un lado. Esto hizo que Milena gritara asustada, pero no podía vernos. Rosalí siguió luchando. Por lo general, la dejaría ir, pero ¿cómo podría hacerlo en ese momento? Cerré la mano en un puño y la golpeé dos veces en el rostro. Luego, le halé el cabello y le dije:
—¿Quién fue el que te rescató p*rra? ¿Así es como me pagas? Bien, te devolveré el gesto. — Al decir eso, la tiré de nuevo al arrecife.
Al instante, gritó de dolor. Al oírla, Milena se apresuró a arrastrarse en nuestra dirección. Sin embargo, su pierna estaba herida, así que no podía llegar hasta allí. Cuando una ráfaga de viento se llevó las nubes, me miró fijamente mientras estaba de pie en el arrecife, pero no podía bajar.
—¡Esta es mi venganza contra ustedes! —le dije mientras sonreía.
Sumergí la cabeza de Rosalí en la playa, lo que provocó que se ahogara y tragara abundante agua de mar, que expulsaría luego con agonía. Sin embargo, no había ni una pizca de misericordia dentro de mí, así que sumergí su cabeza una vez más. Presa del pánico, Milena empezó a llorar mientras decía:
—¡Suéltala, bestia horrorosa! De lo contrario, no pagaré más tu matrícula una vez regresemos...
—¡Por mí está bien! De todos modos, ¡no vamos a volver nunca! —grité con rabia y la dejé sin palabras.
Mientras Rosalí tosía sin cesar, le di dos bofetadas.
»¿Quién te salvó la vida? —le pregunté.
—Tú... —murmuró adolorida.
—Entonces, ¿cómo me lo pagas?
—Solo pensaba ir a buscar algo de comida para todos nosotros.
—¡Mentirosa! —Una vez más, la abofeteé dos veces.
«Esta es la primera vez que me atrevo a golpear a una mujer tan hermosa y además sin contenerme. No importa, ¡porque es una p*rra!».
»¿No te gustaba que te lavara los pies todos estos años, Rosalí? ¡Pues hoy no lo hice! —le dije con tono de burla.
Al decir esto, la arrojé al mar. Las serpenteantes olas la hacían forcejear sin cesar, pero cada vez que quería salir, ¡le pisoteaba el rostro y la empujaba de nuevo hacia abajo! Aterrorizada, Milena entró en pánico y se puso de rodillas.
—¡Todo ha sido culpa nuestra! ¡Por favor, perdónala! No lo volveremos a hacer —gritó.
—¿No decías que no tenía derecho a mirarte? —le dije con desdén.
—Yo…
—Te salvé, pero no tengo derecho a mirarte. No les debes la vida a los demás, pero corres hacia ellos en ropa interior. ¡Eres una p*rra!
—¡Soy una p*rra! ¡Soy una gran p*rra! —suplicó Milena de rodillas, una vez que su actitud altanera y arrogante se esfumara.
Por fin levanté a Rosalí, que regurgitó con dolor grandes cantidades de agua de mar. Mientras le pisoteaba el rostro, le dije con tono de burla:
—Querías ir a buscar a tu novio, ¿verdad, p*rra? He oído que su familia es muy rica y que has hecho todo lo posible por conquistarlo. Incluso piensas guardar tu virginidad para él, ¿verdad? ¿Estás tan desesperada por casarte con un hombre rico, p*rra?
—¿Qué quieres? —tartamudeó Rosalí aterrada.
Le quité la falda y la arrojé al mar. Luego, bajé hasta donde estaba. Mientras le sujetaba sus largas y esbeltas piernas, la escupí en el rostro y gruñí con furia:
—¡Ni sueñes con reservarte para él! ¡Quiero hacerte mi mujer! ¡Esta es mi venganza contra ti! Esto es justo lo que te mereces, p*rra.