Capítulo 9 Gaviotas devoradoras de hombres
Lo que dijo Rosalí me molestó. «¿Qué quería decir con “Nuestra comida se está comiendo a Daniel”?». Me arrastré en silencio hacia el arrecife y Naomi me siguió, pues por supuesto no quería quedarse con Rosalí. Cuando llegué al arrecife me encontré con algo infernal. Utilicé todas mis fuerzas para evitar vomitar. Esas gaviotas estaban picoteando el cuerpo de Daniel... ¡No, se lo estaban comiendo! Al mismo tiempo, Naomi gritó horrorizada. Recordé un vídeo que había visto antes. Una gaviota devoraba un patito y la mamá pato, enfadada, la ahogaba. Dios, se comen casi cualquier cosa, ¿eh? Bueno, de todos modos, no somos diferentes a estos animales.
—Tenemos que atraparlos. —Apreté los dientes—. O vamos a morir de hambre.
—¿Cómo las atraparemos? Volarán en cuanto nos acerquemos.
—Puedo intentarlo. ¿Puedes darme tu vestido, Naomi?
—Soy toda tuya. Por supuesto, puedo darte mi vestido.
No fue hasta que se quitó el vestido de flores que me di cuenta de sus curvas sensuales. Su trasero prominente se arqueó un poco y sus pechos brillaban bajo el sol. Sin embargo, nunca noté su figura cuando nos abrazábamos en la secundaria. Naomi se sonrojó por mi mirada, pero sin reparo dijo:
—¿Te gusta lo que ves?
—Me gusta —dije con suavidad al besar sus labios calientes.
Rosalí, que estaba a cierta distancia, no pudo soportarlo más e interrumpió:
—¡Oye, deja de retozar con Media Cara y tráenos algo de comer!
«¡Tch, Rosalí es una aguafiestas!». Até el vestido de flores, haciendo una bolsa improvisada y me acerqué despacio a las gaviotas. Los animales son curiosos por naturaleza, pero también se asustan con facilidad. Incluso los leones se acercan despacio a sus presas y solo se abalanzan sobre ellas en el último momento. Me esforcé por no asustarlas, pero aun así algunas de las gaviotas salieron volando, mientras otras seguían picoteando a Daniel. Cuando me acerqué al cuerpo, el aire se llenó del hedor de la sangre, pero lo soporté y me quedé allí, inmóvil. Hacerse el muerto era un juego largo en el que la paciencia era la clave.
Estuve bajo el sol casi diez minutos y pude sentir que me quemaba, pero finalmente, las gaviotas volvieron para darse un banquete con Daniel. En verdad, no quería acercarme, pero ellas tendrían que convertirse en nuestra comida o nosotros nos convertiríamos en su cena. Mientras devoraban el cuerpo, blandí con rapidez la bolsa improvisada y atrapé a todas las gaviotas. Estas intentaron huir, o en este caso, volar, pero ya era demasiado tarde. No estaba seguro de cuántas había atrapado. Ellas luchaban por liberarse de la bolsa, pero la sujeté con fuerza. Algo afilado me atravesaba, podían ser sus picos o garras. No quería que se movieran demasiado por si desgarraban el vestido, así que las golpeé contra el arrecife unas cuantas veces y espanté a las gaviotas que me rodeaban. Al final, las que estaban dentro del vestido ya no se movían. Por si acaso se hacían las muertas, las golpeé contra el arrecife unas cuantas veces más antes de desatar el vestido. Había tres gaviotas dentro, que estaban inconscientes o muertas. En cualquier caso, serían nuestra comida, así que al final estarían muertas. Feliz, regresé con nuestra comida y cuando Naomi vio lo que traía, me dio un abrazo, como haría un koala con un eucalipto. Fue demasiado seductor, así que rápido le dije:
—Oye, apártate, o va a... —Ya podía sentir mi miembro rozándola.
—Y eso es lo que me gusta. —Naomi se aferró a mi cintura y me besó—. Estoy orgullosa de ti, mi amor.
Sentí que ardía, e ignorando a Rosalí y Milena, aparté las gaviotas antes de besar a Naomi. Nos tumbamos en la playa y ella respondió a mi beso.
»Me encanta tu olor.
—Y a mí también me encanta el tuyo. Me gusta cómo te ves, y tocarte —le dije lo que en verdad sentía.
Naomi se sorprendió.
—Pero me dijiste que Rosalí es muy sensual —susurró—. No me importa que pienses en ella cuando me beses. Soy fea después de todo...
—No, por favor, no digas eso —sujeté su rostro—. Para mí eres una mujer preciosa. Si no fuera por ti, hace tiempo que estaría muerto. No voy a pensar en nadie más que en ti, Naomi. Quiero sentirte, amarte y abrazarte. Todo el mundo dice que eres fea, pero yo creo que eres preciosa, tanto por dentro como por fuera.
—¿De verdad? Bésame... —Sus ojos se llenaron de lágrimas y me abrazó de nuevo.
—Oh, por el amor de Dios. —No estaba seguro de cuándo, pero Rosalí se acercó a nosotros y recogió las gaviotas—. No me extraña que se lleven bien. Ella es Media Cara, mientras que tú eres un imbécil —dijo de golpe—. Ven aquí y haz una fogata, Josué. Tienes el encendedor de Daniel, ¿no?
Luego se fue y Naomi me preguntó con curiosidad:
—Esta vez no te llamó feo bast*rdo.
—Nunca sale nada bueno de su boca, especialmente el apodo que te puso. Voy a hablar con ella.
—Olvídalo. Soy fea.
—¡No! ¡Eres mi mujer, así que tiene que respetarte!
Alcancé a Rosalí y la sujeté del brazo.
»Oye, no puedes llamar a Naomi así. Ten un poco de respeto.
—Solo digo la verdad —se burló.
—Dios, eres molesta. ¿No sabes que todas las chicas te odian?
—Eso es porque están celosas de mí.
Dejó escapar una mueca y volvió junto a Milena. Arrojó las gaviotas al suelo y ordenó:
»Desplúmalas.
—No tenemos agua para hervir aquí, así que asarlas es nuestra única opción, yo he cazado esto. Será mejor que te portes bien con Naomi, o te vas a morir de hambre.
Rosalí se mordió el labio y refunfuñó:
—¿Vas a pelearte conmigo por ella? ¿Por Media Cara?
—Oye, ¿qué he dicho sobre el respeto?
—Bien, entonces la llamaré Naomi. ¡Solo hazlo! ¡Me muero de hambre!
Maldita sea, ¿se cree la jefa aquí? Su actitud me molestó, pero Milena se puso de pie y fue a recoger leña a pesar del dolor que sentía. Fuimos a un sitio apartado y seguro para encender el fuego, y en lugar de asar las gaviotas, tomé unas cuantas hojas grandes y preparé pollo del mendigo, lo que significaba asarlas bajo tierra. Cuando se apagó el fuego, las saqué y les quité el polvo, y el aroma se esparció por todas partes. No era la comida más limpia, pero al estar hambrientos, no podíamos preocuparnos por eso. Arranqué el muslo y se lo di a Naomi antes de comer. Delicioso. La verdad, la carne no estaba nada suculenta, pero cualquier carne se agradecía en aquella situación. Sin quererlo, Milena incluso lloró.
—Nunca he pasado hambre tanto tiempo.
Tras acabar con las gaviotas y tomar un poco de agua, recuperamos algo de fuerzas. Entonces, Rosalí volvió a ordenarme:
—Busca un lugar para dormir y asegúrate de que pueda albergarnos a todos. Si alguien nos ve, probablemente intentará hacer alguna travesura. No puedes protegernos a todos tú solo, así que date prisa.