Capítulo 6 Una belleza sutil
«¡Maldición!». Milena se había caído hacía un momento, así que era probable que su pierna herida se hubiera lastimado aún más. Desconcertado, no sabía qué hacer. «¡Esa p*rra no merece que la salven!». A pesar de que lo sabía, mi mente lo olvidó por completo mientras caminaba hacia ella. Aterrada, Milena se lanzó sobre mí. Mientras intentaba controlarme, la cargué y salí de allí. En lugar de correr, me alejé despacio. Al ver que el oso tenía aún la pata encima del cuerpo de Daniel, me di cuenta de que quería que nos largáramos de allí. Al mismo tiempo, Rosalí se arrastró y me siguió. Helada de pánico, se aferró a mis brazos. Con Milena a cuestas, pasé por encima de los arrecifes y subí. A medida que se acercaba el amanecer, empecé a ver con más claridad.
—Despacio, despacio... No lo asustes —dijo Rosalí mientras derramaba lágrimas de miedo.
Mientras me aseguraba de dar pasos firmes, sabía que, si no era cuidadoso con mis movimientos, el oso se sentiría atacado. Ya se había asustado cuando Milena se cayó de los arrecifes. Cuando estábamos a punto de llegar a la cima, casi pude sentir su respiración acercándose a nosotros. En el momento en que percibí que Rosalí estaba a punto de girar la cabeza para mirar, apreté los dientes y le advertí:
—¡No mires atrás! Hagas lo que hagas, no mires atrás. Una vez que lo hayas mirado a los ojos, todo habrá terminado.
Mientras sollozaba bajito, Rosalí hundió la cabeza en mi brazo y se agarró a mí mientras seguíamos subiendo. Hacía tiempo que nuestra relación estaba a punto de irse al traste, pero en ese momento, con el oso y con Daniel muerto, nos habíamos convertido en camaradas temporales. Por fin llegamos a la cima.
»No corras. Vamos a alejarnos caminando —susurré.
A medida que nos distanciábamos poco a poco, ya no podía oír al oso detrás de nosotros. Cuando nos hubimos alejado bastante, me giré para echar un vistazo y me di cuenta de que había caminado en dirección contraria. Por suerte, no nos persiguió, ni se comió a Daniel. Tal vez se había alimentado hacía poco... Mientras dejaba escapar un suspiro de alivio, me desplomé sobre la arena de la playa, pues mis piernas estaban débiles. Milena y Rosalí también estaban muy cansadas y no pudieron permanecer de pie. De repente, Milena se echó a llorar.
—Milena, ya estamos a salvo. ¿Por qué sigues llorando? —Rosalí intentó consolarla.
—Josué, lo siento... —dijo Milena mientras lloraba—. Te he tratado muy mal y aun así me salvaste. En realidad, soy lo peor.
Por dentro, me sentí triste. Todos esos años me habían tratado mal, pero me había acostumbrado a ello. Si no se disculpaban, seguiría con mi vida mientras intentaba superar el resentimiento que me carcomía. Sin embargo, ahora que lo había hecho, me sentí tan perturbado que pude percibir que mis ojos estaban a punto de llenarse de lágrimas. Rosalí me miró con una extraña expresión en su rostro. Por su mirada, me di cuenta de que había pasado un día infernal y tampoco sabía cómo enfrentarse a mí. Mientras se limpiaba una mancha de sangre de la comisura de los labios, dijo en voz baja:
—Gracias por salvar a mi madre. Fingiré que lo que me hiciste hoy nunca pasó. Ven, te llevaré al lugar donde están los suministros de agua y los convenceré para que te acepten.
—No iré. Será mejor que tú no vayas sola.
—¿Por qué?
—Si el bosque es peligroso, ¿por qué vino a buscarte en la oscuridad? ¿No tenía miedo del peligro? Además, vino solo, sin que nadie lo acompañara. Eso solo puede significar que había algo malo en el bosque.
Sorprendida, Rosalí preguntó:
—¿Hablas en serio?
—¡Si hay un suministro de agua es, de hecho, el lugar más peligroso para ir! —Mientras miraba a Rosalí a los ojos, añadí—: Dime la ubicación. Iré por mi cuenta a comprobar ese lugar. Tu padre fue quien me enseñó que los hombres debemos proteger a nuestras familias. Aunque te odie, cuidaré de ti, pues estoy en deuda con él por haberme criado.
Noté un repentino cambio de expresión en su rostro cuando escuchó que la odiaba. Estaba claro que no esperaba que alguien feo como yo lo hiciera. Al final, me indicó que me adentrara en el bosque hasta llegar a un cruce. Al girar a la derecha, llegaría a un pequeño lago. Mientras yo iba a comprobar el lugar, Rosalí se quedaría con Milena para cuidarla. En lugar de adentrarme en el bosque, me desvié hasta donde estaba Daniel, al cual encontré muerto. Sin saber por qué, no me asusté en lo absoluto al ver su cuerpo sin vida y en su lugar sentí una gran satisfacción. «¡Hasta nunca!». Le quité la ropa, la enjuagué con agua de mar y, de paso, me llevé la falda. Antes de irme, le revisé los bolsillos y, para mi sorpresa, encontré un tesoro: un encendedor. Aunque era uno barato, aún podía funcionar después de haberse empapado de agua. En aquella isla desierta, un encendedor era un preciado tesoro.
Cuando volví, les arrojé la ropa y les pedí que se la pusieran. De hecho, una estaba sin pantalones, mientras que la otra solo llevaba ropa interior; ambas lucían atractivas. Si alguien más se fijara en ellas, sin duda alguna pondría sus manos sobre esas dos bellezas. Luego, Rosalí se puso la falda y Milena los pantalones cortos floreados. Sin embargo, esta última se quejaba de que los pantalones le quedaban mal. Al poner los ojos en blanco ante sus quejas, le dije que era mejor que no llevar nada. Después de pensarlo un poco, Milena introdujo ambas piernas en un lado del pantalón y dobló el otro. Parecía entonces que llevaba una falda corta y ajustada, que acentuaba sus hermosas curvas hasta las caderas. Lucía tan sensual que pude sentir como el calor quemaba mis venas. Atónito, le pregunté por qué los usaba de esa manera. Entonces, su respuesta me desconcertó, pues dijo que, si tuviera que morir en aquella isla desierta, preferiría hacerlo con elegancia. No había forma de que pudiera entender la lógica de esa mujer.
En cuanto entré en el bosque, seguí las indicaciones que Rosalí me había dado. Dentro, había maleza por todas partes y el suelo estaba lleno de hojas secas. De vez en cuando, se oían extraños ruidos que me producían escalofríos. Me hizo preguntarme cómo Daniel había podido caminar por allí solo en la oscuridad. Diez minutos después, llegué al pequeño lago. La masa de agua tenía forma de cuadrado. Por su aspecto, era difícil saber de dónde procedía el agua o hacia dónde fluía. Por lógica, si fuera agua estancada, habría olido horrible, pero no era así. No había nadie en la orilla del lago, pero encontré un zapato, que parecía bastante nuevo. «Tal vez pasó algo aquí, por lo que es probable que alguien se haya ido con prisa y haya dejado atrás este zapato». No obstante, tenía que asegurarme de almacenar agua. Al sacar la botella vacía, la llené de agua y no pude resistirme a beber un poco. «¡Es muy refrescante! Como era de esperar, el agua de manantial es muy limpia».
—¿Josué?
Mientras estaba junto al lago, a mis espaldas, alguien me llamó por mi nombre. Sobresaltado, me giré de inmediato y vi a una chica de pie parada frente a mí. Era Yanet Pérez, miembro del consejo estudiantil de nuestra clase. Rosalí y ella eran las chicas más bellas de nuestra escuela. A diferencia de la primera que era déspota y arrogante, Yanet era más bien una chica bella, inocente, humilde, estudiosa y de buen corazón. Incluso a mí me ayudaba, al defenderme ante los demás. Mientras que Rosalí era la fantasía sexual de todos los chicos, Yanet era la diosa a la que solo podían observar desde lejos con adoración. Con el uniforme escolar, lucía delicada y encantadora bajo la luz del sol. Al verla, me ahogué con el agua. Luego, me limpié la boca.
—¡Yanet, estás bien! ¡Gracias a Dios!
—¿Estabas preocupado por mí? Te he estado buscando. En realidad, tengo algo que decirte, pero espero que no te asuste.
—¿Qué pasa?
Con las mejillas ruborizadas, Yanet dijo con seriedad:
—¿Puedes quitarme la virginidad?