Capítulo 7 La invitación de una mujer bella
Estupefacto, sentí como si me hubiera caído un rayo en la cabeza. «¿La diosa de la escuela quiere que le quite la virginidad?».
—¿Has perdido la cabeza? —pregunté conmocionado.
—¡No! De hecho, estoy siendo racional.
—Estás bromeando, ¿verdad?
Al sentarse a mi lado, Yanet dijo con seriedad:
—Soy consciente del naufragio y de la situación que estamos viviendo. Ayer me encontré con Daniel y sus amigos. Al principio, pensé que, puesto que éramos compañeros de clase, debíamos ayudarnos, así que los conduje hasta a este lago. Sin embargo, pronto me di cuenta de que, en este lugar desierto, los deseos primitivos de un hombre pueden resultar peligrosos.
—¿Así que fuiste tú quien los condujo hasta aquí?
—Sí, pero anoche los ahuyenté a todos.
«¿Así que fue obra suya?». Sorprendido, pregunté:
—¿Cómo lo hiciste? Eres solo una chica...
—No me preguntes cómo. La cuestión ahora es que tú y yo podemos morir en esta isla, ¿verdad? —dijo con un tono de voz suave.
—Cierto.
—Entonces, deseo morir sin lamentaciones. Me agradas y te he estado buscando. Deseaba encontrarte y entregarme a ti.
Sin saber cómo reaccionar, entendí que la intención de Yanet era similar a la de Rosalí, cuando pretendía entregarle su virginidad a Daniel. Sin embargo, había algo que no me quedaba claro. «¿Por qué yo?».
—¿Por qué yo? ¿Es porque te gusto? —pregunté con recelo.
—No me gustas, pero tampoco me gustan los demás chicos de la clase. Rosalí y su pandilla de amigos te acosaban a menudo. En clase, muchos compañeros se burlaban de ti, pero tú nunca te diste por vencido. Al contrario, te esforzabas por estudiar e incluso obtenías buenos resultados. Con frecuencia pensaba que, si yo fuera tú, estaría resentida con el mundo. Sin embargo, tú no lo estabas, eras amable y siempre estabas dispuesto a ayudar a los demás. Te acosaban todo el tiempo, pero aun así ayudabas a que eran más débiles que tú. Para ser honesta, sabía que Daniel había huido anoche, y me escabullí tras él. Me dio mucha ternura cuando te vi protegiendo a Rosalí y a su madre. Como era de esperar, tienes un corazón amable y cariñoso. Suelo sentir curiosidad por muchas cosas, incluidas las relaciones. No quiero morir sin saber lo que se siente, pero como no tengo a nadie que me guste, y mi corazón a menudo sufre por ti, espero que esa persona seas tú.
Si le hubiera confesado aquello a otros hombres, es probable que estos se sintieran eufóricos. Sin embargo, por alguna razón, me sentí mal al respecto. Al notar mi expresión de tristeza, Yanet me sostuvo el rostro.
»No pienses nunca que eres el más débil. Cada persona tiene una luz propia, que puede brillar en direcciones inesperadas. En este caso, el rayo de luz dentro de ti ha brillado hacia mí.
—Yo... —dije mientras suspiraba y suprimía mis ganas de llorar.
«Así que hay alguien que se ha fijado en mí todo el tiempo...».
—¿Estás dispuesto? Aunque es mi primera vez, estoy preparada —preguntó Yanet en voz baja.
Al negar con la cabeza, le dije:
—No, no puedo. Que una chica tan bella como tú me confiese algo así, me hace muy feliz y no es menos cierto que deseo hacer el amor contigo. Sin embargo, no quiero que lo hagas solo porque te agrado. Soy un hombre y tengo mi orgullo, así que espero que algún día te llegue a gustar de verdad.
—No quise herir tu orgullo. Es que te tengo mucho cariño, a diferencia de los demás compañeros.
—Lo sé, así que con más razón no debo tomarlo a la ligera, si pretendo ser digno de tu cariño. —Luego sostuve sus manos y le dije con seriedad—: ¡Te protegeré! Haré todo lo posible para que algún día te enamores de mí y no te dejaré morir. Gracias, tus palabras han traído una nueva luz a mi vida.
Al escuchar eso, Yanet sonrió de repente. Extendió sus manos y me abrazó. Fue un abrazo cálido y cariñoso. Con mi rostro entre sus manos, Yanet me felicitó:
—Pasaste mi prueba. ¡Salgan todas ahora!
—¿Prueba?
Desconcertado, me preguntaba a qué se refería cuando mencionó la palabra prueba. En ese momento, salieron cuatro sombras del bosque y todas eran chicas. «Así que estuvieron escondidas detrás de los arbustos todo el tiempo. No es de extrañar que no las hubiera notado». Sus ropas estaban hechas harapos y parecían un desastre.
—¡Veo que eres todo un caballero, Josué! ¡Digno de confianza!
—No está mal, al final has sido capaz de resistir los encantos de Yanet.
Al oír eso, me quedé sin palabras.
—A casi todas nos intentaron violar cuando llegamos a esta isla. En este lugar, los hombres toman ventaja de su fuerza y se aprovechan de nosotras. Si trabajamos juntas, no podrán hacernos daño—explicó Yanet.
—¿Así que todo lo que dijiste era mentira? —pregunté asombrado.
—Bueno, en parte... —Con una expresión tonta en el rostro, Yanet sacó la lengua y dijo —: Es cierto que considero que eres excepcional. Josué, ¿quieres unirte a nosotras? Aunque les tengamos miedo a los hombres, necesitamos tener a uno de nuestro lado en un lugar como este. Ya somos veinte en una secta. Debido a tus valores morales, sin duda alguna puedes formar parte de nosotros.
—¿Expulsaron ustedes a Daniel? —pregunté por curiosidad.
—Sí, pero este no es un lugar seguro para quedarse. Tenemos que encontrar uno nuevo. ¿Vienes con nosotros?
—¿Puedo traer a Rosalí y a Milena?
—¡De ninguna manera!
Al mencionar el nombre de Rosalí, se opusieron por completo.
—Rosalí es una p*rra. Lo único que hace es seducir a los hombres y además es arrogante. No permitiré que se una a nosotros.
—¡Si Rosalí viene, yo me voy! Todas las chicas en la escuela la odian.
—¡Se cree es superior a los demás, por eso siempre maltrata a las otras chicas! La odio a muerte.
Con las cejas fruncidas, incluso Yanet se opuso.
—Rosalí... yo tampoco estoy de acuerdo.
Con una sonrisa amarga en mi rostro, comprendí sin problemas por qué las chicas odiaban a Rosalí. Después de reflexionar un poco, Yanet sugirió:
»Tengo entendido que su padre te crio. Qué te parece esto, si aún deseas unirte a nosotras después de que las hayas ayudado a asentarse, puedes venir a buscarnos cuando quieras. Nuestra puerta siempre estará abierta para ti.
—Los brazos de Yanet también estarán abiertos para ti. En serio, siempre nos habla muy bien de ti —dijo una de sus compañeras con tono de burla.
—¡Oye! ¿De qué estás hablando? —exclamó avergonzada Yanet.
—Siento decepcionarlas, pero tengo que encontrar a mis amigos —me disculpé con sinceridad.
No había visto a mis compañeros desde el naufragio y estaba preocupado por ellos.
—Ya veo. Como todos nos dirigimos hacia el norte, algún día nos encontraremos. Te estaré esperando —dijo Yanet.
Después de llenar las botellas de agua, decidí despedirme por el momento. Con franqueza, deseaba unirme a ellas, pero tenía que encontrar a mis amigos. Además, tenía que proteger a la única hija del Señor Mateo para pagarle por haberme criado. Justo en ese momento, una chica mencionó:
—Tus amigos son Los Cuatro Debiluchos, ¿verdad? ¿El grupo de perdedores que a menudo eran acosados por los demás, pero aun así se mantenían unidos y se consolaban unos a otros?
Yanet la interrumpió de inmediato.
—No los insultes. ¡No seas grosera!
—¡Tienes razón! Todo el mundo nos llama Los Cuatro Debiluchos. ¿Los has visto? —exclamé perturbado.
—Los vi esta mañana... —Hizo una pausa y continuó—: Cerca del oeste, estaban luchando contra otro grupo, pero los habían golpeado mucho. Pensé que eran ellos sin duda alguna. Si te das prisa, puede que aún los veas allí.