Capítulo 28 Volver a entrar a escondidas
Al día siguiente, Isabel se dirigió de frente a la Villa Las Palmas luego de salir del jardín de infancia. Como ya se lo imaginaba, Abel la estaba esperando y no se había ido a trabajar. El hombre quería verla llegar y también irse, por lo que, durante toda la terapia, fijó la mirada en ella como si estuviese vigilando a un ladrón. No obstante, la mujer permaneció imperturbable. «¿Crees que no hablaré con mi hijo si me observas? ¡Já! ¡Tengo una solución para tu plan! ¡Solo espera y verás!», pensó.
Al término del tratamiento de acupuntura y antes de que el hombre le dijera que se vaya, recogió sus cosas y se marchó a toda prisa, lo que hizo que Abel frunciera el ceño, pues se había ido como si alguien la estuviera persiguiendo. Apenas notó que estaba fuera de su vista, apartó la mirada. «Bueno, ¡al parecer esa tonta es consciente de los límites! Si se negaba a irse y montaba un escándalo lamentable utilizando a mi hijo para quedarse, me habría asegurado de que jamás volviera», meditó y le recordó un par de cosas a Edgar antes de irse a trabajar.
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