Capítulo 3 El parecido
—Abel, esta niña es muy grosera. No se ha disculpado conmigo ni siquiera después de haberme empujado. Solo mírala...
El hombre bajó la mirada hacia Nina. La pequeña era de tez blanca y, en sus ojos claros, había un destello obstinado.
Por su parte, con la cabeza aún baja, Isabel echó un vistazo a Abel, quien tenía los ojos fijos en su pequeña. Todo ese momento estuvo rezando para que no notara el parecido que había entre Nina, Maya y ella. «¡Dios, ayúdame! ¡Por favor!», dijo para sí antes de murmurar una oración silenciosa.
Juan se dio cuenta de lo extraña que se estaba comportando su madre, así que siguió su línea de visión y observó al hombre con los ojos un poco entrecerrados. «Qué raro, ¿por qué este hombre… se parece a mí?», se cuestionó.
Al pequeño le picó la curiosidad y, justo en el momento en que estaba a punto de dirigirse hacia él para ver su parecido más de cerca, Isabel lo agarró del brazo deteniéndolo antes de que pueda dar un paso. Enseguida, sacó una pequeña mascarilla y cubrió su pequeño rostro con ésta. «Hijito, por favor, ¡no me causes ningún problema! Si Abel ve tu cara... ¡todo habrá terminado! ¡Y perderás a tu querida mamá para siempre!», dijo Isabel para sí.
A pesar de que no podía entender cuál era la verdadera intención de su madre con su comportamiento, no se alejó de ella y, por lo tanto, permitió que lo jalara a su lado.
—¿Es su hija? —preguntó el hombre.
La profunda y atractiva voz de Abel casi le causa un infarto. Ella asintió con rigidez, pero no se atrevió a pronunciar alguna palabra por temor a que reconociera su voz.
Entonces, él continuó:
—Debe disciplinar a su hija desde una edad temprana, ¡o crecerá y se convertirá en una persona sin modales!
—¿Usted quién es para decir eso? ¡Esa señorita fue la que primero le habló de forma grosera a Maya! Si ella no anduviera por ahí intimidando a los niños, le habría pedido perdón hace rato.
Luego de terminar de hablar, Nina alzó el rostro y le devolvió la mirada a Abel sin algún rastro de miedo en sus ojos.
—Tu hija sí que es una luchadora, ¿eh?
La señorita, que se encontraba de pie al lado de Abel, se quedó sorprendida y con la boca abierta mirando a Nina mientras que el hombre esbozó una ligera sonrisa.
«Esta pequeñita parece estar muy bien educada, y su testaruda personalidad me recuerda a alguien. A...», dijo para sí a medida que observaba su rostro blanco más de cerca. Luego, posó su mirada en Maya y, por último, clavó la mirada en Isabel, que estaba cubierta de la cabeza a los pies. «Estas dos niñas se parecen tanto a esa mujer. ¿Acaso su madre es…»
En ese momento, Isabel levantó la cabeza y su mirada se cruzó con la de Abel. Sin percatarse, apretó el puño en la ropa de Juan, lo cual hizo que el hombre preste más atención fijando los ojos en la mujer. Cada paso que el hombre daba aceleraba sus latidos. «¡Dios mío! ¿Qué debo hacer? ¿Qué tal si este bastardo insiste en ver mi rostro?», pensó Isabel que podía escuchar los frenéticos pulsos de su corazón cómo si éste fuera a salir volando de su pecho en cualquier momento.
Abel se detuvo justo delante de ella y la miró de manera profunda.
«Perdí, todo se terminó. ¡Estoy acabada!»
—Tú...