Capítulo 8 Mami es la doctora milagrosa
Enseguida, la expresión de Abel se congeló.
—S-Señor Cruz, Edgar se la llevó diciendo que usted había dado esa orden...
«¿Edgar se fue con Isabel?», se preguntó mientras una pizca de duda apareció en su mirada.
—¿Estás seguro de que era Edgar? —interrogó poniendo énfasis a cada palabra.
—Señor, ¿cómo podríamos equivocarnos? ¡Todos lo hemos visto con nuestros propios ojos! Edgar insistió en que era usted el que quería ver a la mujer...
«¿Edgar dijo eso? ¡Yo lo crié sin ayuda de nadie! ¡Ese muchacho jamás en su vida ha dicho una mentira, pero inventó aquella para salvar a esa mujer! Y lo que es peor aún, ¿cómo y cuándo siquiera conoció a esa loca?»
—¡Encuéntrala de inmediato!
El rugido del jefe asustó tanto al guardaespaldas al otro lado de la línea que éste le prometió repetidas veces que sí lo harían.
Tan pronto como Abel cortó la llamada, estalló de rabia y, justo en el momento en que estaba a punto de desahogarse con algo, alguien tocó la puerta de su oficina.
—¡Adelante!
Aquella voz fría hizo que su asistente, Jacinto Torres, trague saliva del miedo al otro lado de la puerta. El hombre se armó de coraje, empujó la puerta para abrirla y entró con cuidado.
Entonces, Abel levantó la cabeza y le lanzó una mirada fría mientras que su asistente fingió una sonrisa que más lucía como una mueca.
—¡Será mejor que sea algo que valga la pena!
Luego de escucharlo, Jacinto recordó la razón por la que había ido ahí.
—Señor Cruz, hackearon la red de nuestra empresa y se cayó todo el sistema.
—¿Qué?
En el acto, Abel encendió su computadora para verificarlo. Era verdad, manipularon la clave de cifrado de la red y, en la pantalla negra, una serie de palabras de color rojo aparecieron frente a él: Abel Cruz, ¿cómo te atreves a intimidar a mi mujer? ¿Quieres morir?
—¿Quién hizo esto? —preguntó con una expresión demasiado oscura.
—¡T-Todavía no lo sabemos!
Un segundo después, el sonido de un vidrio hecho pedazos resonó en toda la oficina. Éste había venido de una taza de edición limitada que arrojaron al suelo derramando agua y dejando pequeños fragmentos de vidrio en todas partes.
—¡Entonces encuentra al responsable! ¡A menos que tú prefieras sufrir las consecuencias!
—¡S-Sí! ¡Sí!
Jacinto dio media vuelta y salió de la oficina como si lo estuviesen persiguiendo, tenía mucho miedo de quedarse un segundo más en aquel lugar. Una vez afuera, soltó un largo suspiro de alivio como si hubiera escapado del infierno.
«¿Qué debo hacer? ¿Cómo voy a encontrar al culpable? ¡El mayor problema es que incluso los expertos de la compañía se han quedado sin ideas!», pensó para sí.
En Los Jardines.
Juan estaba sentado frente a la laptop con una sonrisa presumida. Habían pasado ya varias horas, pero la red de la compañía de Abel seguía sin funcionar. De tan solo recordarlo, el pequeño se sentía maravillado. «¡Esto te pasa por meterte con mi mami!»
—¡Juan! ¡Ven rápido! ¡Estás en la tele! —exclamó Maya desde el estudio.
Lo que dijo despertó la curiosidad de Juan. «Sé que soy muy guapo, pero tampoco tanto. Además ¿cómo podría haber salido en las noticias justo después de volver?», dijo para sí al entrar a la sala de estar con la mirada confundida. En cambio, al observar la pantalla, sus ojos se pusieron como platos. ¡El niño de la tele que llevaba un traje, era muy parecido a él!
En ese momento, Nina e Isabel también llegaron al lugar luego de haber escuchado gritar a Maya. En la televisión, se estaba transmitiendo una noticia sobre el presidente del Grupo Cruz, el cual ofrece una gran recompensa a quien logre encontrar a una persona en particular.
El corazón de Isabel se detuvo. Cinco años atrás, Abel también había ofrecido una recompensa de un millón para dar con su paradero. «¿Podría ser...» La escena en la pantalla cambió para mostrar el hermoso rostro de Edgar una vez más. «Él es...» Su corazón dio otro vuelco y de pronto se acercó al aparato para echar un vistazo más de cerca. «¿Ese es el hijo que dejé con Abel Cruz? En verdad se parece a Juan», pensó Isabel mientras extendía la mano con los dedos temblorosos para tocar la cara del pequeño en la pantalla con los ojos llenos de lágrimas.
—Mami, ¿por qué se parece a Juan? —preguntó Nina confundida.
—Mami, ese niño parece estar enfermo, así que su papá está buscando a la doctora Cabrera. Me siento mal por él —comentó Maya parpadeando de manera inocente.
«Cabrera...», repitió Juan en su mente y luego volteó hacia Isabel.
—La doctora milagrosa, a quien ese señor está tan desesperado buscando, ¡es nuestra mamá!