Capítulo 2 Encontrarse con Abel Cruz
Cinco años después.
En el aeropuerto de la ciudad. La cara de Isabel estaba del todo cubierta con unas gafas de sol y una mascarilla. En realidad, estaba tan envuelta que parecía una momia. Se preguntó si el hombre que quería «devolvérselo multiplicado por cien» había seguido buscándola por cielo, mar y tierra durante los últimos cinco años. Si no fuera por el hecho de que tenía que salvar a alguien, nunca habría corrido el riesgo de volver. Entonces, con el corazón acelerado, arrastró su maleta hacia adelante y empezó a caminar más deprisa.
Por su parte, los tres pequeños detrás de ella la seguían mientras trataban de imitar el ritmo de sus pasos con sus pequeñas piernas. De repente, escuchó una fuerte y clara voz aguda que venía de atrás.
—Mami, estás yendo demasiado rápido y de solo intentar alcanzarte, ¡me está dando hambre! Se me antoja un chocolate, unos pastelitos, unas tostadas francesas y…
—Shhh...
Isabel volteó hacia ella y colocó un dedo sobre sus labios. Tenía miedo de llamar mucho la atención, una atención no deseada. La voz era de Maya, su hija menor, una niñita glotona de la cabeza a los pies.
—Maya, compórtate. Mami te traerá por un postre más tarde, ¿está bien?
Al escucharla, sus ojos se iluminaron y asintió entusiasmada. A su lado se encontraba Nina, una copia exacta de Maya, quien hizo un gesto de rechazo como una adulta y soltó un profundo suspiro.
—Si sigues comiendo de esa manera, ¡te convertirás en una pelota! Maya, debemos cuidar de nuestro cuerpo.
La pequeña se volvió hacia ella y le lanzó una mirada de desprecio.
—¡No hables como si tú no comieras!
—Se llama degustación. ¡Yo solo pruebo un bocado!
—¡Un bocado cuenta!
—¡No, no es cierto!
—¡Sí, sí lo es!
—¡Ya te dije que no! ¡Juan, díselo tú!
Nina ya no podía soportarla, así que buscó la ayuda de su hermano.
Al encontrarse en una situación difícil de manera tan abrupta, Juan se rascó la cabeza sin la más mínima idea de qué hacer. Ambas eran sus hermanas, por ello no sabía a quién debía apoyar.
—Creo que... ¡las dos tienen razón!
Al escuchar su respuesta, las dos pequeñas pusieron los ojos en blanco a su hermano y carraspearon muy fuerte antes de adelantarse.
—Muy bien, niños, eso fue suficiente por ahora. Vamos —sentenció Isabel antes de acariciar la cabeza del pequeño.
Juan asintió y la siguió.
Entre los tres, Maya era la más pequeña en estatura. Estaba tan furiosa mientras daba unos pisotones al caminar que no prestó atención hacia dónde se dirigía y, por accidente, chocó con la pierna de una mujer, y terminó cayendo al suelo.
—¿Qué demonios? ¿Estás ciega?
Maya miró a la mujer que parecía que quería arrancarle la cabeza. «Esta señorita se ve muy agresiva», pensó.
—¡Maya! ¿Estás bien?
Al ver a su hermana en el piso, Nina corrió hacia ella y la ayudó a levantarse. Enseguida, le echó un vistazo a aquella mujer. A pesar de que era muy hermosa, no estaba a la altura de su madre. Además, no le gustó lo grosera que fue. Tenía la palabra escrita por todo el rostro.
—¿Por qué me miras así? ¡Discúlpate! —le gritó la mujer a Nina.
—¡Señorita, lo siento! —dijo Maya con su tono de voz tierno y sus ojos llenos de sinceridad.
Por otro lado, Nina le lanzó una mirada vacía a su hermana menor. «¿Qué está haciendo? ¡¿Por qué le pidió perdón?!», se preguntó.
—¡Tú también! ¡Discúlpate! —le ordenó la mujer con un fuerte tono de voz.
Sin embargo, la pequeña clavó la mirada en ella y no dijo ni una sola palabra.
—¿Qué está sucediendo?
—¿Qué pasó?
Se escuchó la voz de un hombre y de una mujer al mismo tiempo. Una de éstas pertenecía a Isabel, mientras que la otra... la otra voz le resultaba muy familiar, así que sin pensarlo alzó la mirada y casi se le para el corazón. En un segundo, bajó la cabeza al tiempo que furiosa decía unas palabrotas para sí: «¡Es aquel hombre de hace cinco años! ¡El maldito Abel Cruz! ¡Qué mundo tan pequeño! ¡No puedo creer que me lo encontré ni bien pisé este país!»