Capítulo 15 No puedo permitir que vea a Juan
La voz fría de Abel la sacó de su ensimismamiento, por lo que buscó su mirada. «¿Amenazarlo? ¿En qué momento lo hice?», se preguntó a sí misma al no entender a lo que se refería.
—Señor Cruz, no sé de qué está hablando.
—¿Tanto miedo tienes de reconocer lo que hiciste? —se burló y al notar el desconcierto en su rostro agregó—: Solo una mujer como tú podría hacer algo tan bajo como jaquear el sistema de una empresa. De cualquier forma, me causa curiosidad cómo fue que te convertiste en una hacker y también en una doctora.
A la mujer no le sorprendió que supiera que era una médica, pero lo del jaqueo… «¿Juan habrá hecho algo? Hace un rato, se puso a jugar con la computadora mientras estaba solo, ¿se habrá vengado de mí jaqueando la web de su empresa?»
—Tuve profesores tanto de programación como de medicina —admitió al darse cuenta de lo que había sucedido y para alivianar la tensión.
—¿Así que lo aceptas? ¿No temes por tu vida al hacer esas cosas? —amenazó a la par que sus ojos fríos se entrecerraban y un aura intimidante lo envolvía.
La pregunta la dejó estupefacta al instante. «¿Acaso piensa matarme por eso? ¡Aún no puedo morir! Tengo que criar a mis bebés y asegurarme de que Edgar mejore».
—Si me mata, Edgar no mejorará.
La mención del nombre de su hijo hizo que su semblante se ensombreciera, pues era innegable que la terapia de acupuntura que estaba llevando a cabo era de gran ayuda. Ahora que solo tenía un tratamiento, el niño se sentía mucho más tranquilo. «En ese caso, la mantendré con vida por ahora para que trate a mi hijo. Esta es su oportunidad de retractarse y ya después pensaré qué hacer con ella».
—¡No puede matar a mamá, señor! ¡Ella trabaja muy duro para criarnos! —rogó Maya con una expresión inocente y de súplica.
—¡Si mata a mamá, lo odiaremos para siempre! —sentenció Nina que lucía tan enojada como un toro.
Al bajar la mirada para ver a las pequeñas que protegían a su madre, lo embargó la ira. «¿Es difícil criarlas? ¿Me odiarán de por vida? ¿Acaso es mi culpa que haya sido complicado educarlas? ¡Ella se lo merece!», pensó.
—Isabel Domínguez, te perdonaré la vida por el momento. Deberías alegrarte de que te estoy dando una oportunidad para que te rectifiques. Seguirás con el tratamiento de Edgar, pero nunca le dirás que eres su madre, de lo contrario…
La rabia que sus ojos desprendían hizo que la mujer se estremeciera, por lo que se paró delante de sus hijas de inmediato y contestó:
—Lo entiendo. No se preocupe, no le diré nada.
—Más te vale que no lo hagas.
Dicho eso, fijó su mirada en ella por un buen rato, hasta que de pronto cuando estaba por irse, el sonido de una taza cayendo al suelo vino desde el dormitorio. «¿Hay alguien más?», razonó al mismo tiempo que se detenía en seco y se volteaba hacia la mujer que tenía una expresión ansiosa en el rostro. «De seguro es el hombre con el que se casó, el padre de las niñas». Apenas ese pensamiento cruzó por su mente, su semblante se oscureció. Su adorado Edgar había sufrido tanto, pero aun así esa mujer vivía como si él nunca hubiera existido. Abel estaba decidido a descubrir quién era ese hombre despreciable, por lo que se dirigió a la habitación tras una pausa breve.
—Señor Cruz, ¡no puede entrar ahí!
«Juan está dentro, si entra de seguro lo reconocerá», pensó.
—¡Muévete!
—No puede…
Al ver cuánto se resistía, se frustró y la empujó hacia un lado con rabia. «Qué nerviosa se ha puesto, ¿acaso le preocupa que le haga daño a su hombre? ¡Maldita sea!», apenas llegó al dormitorio, abrió la puerta de golpe.