Capítulo 9 Mami lo siente
Sin embargo, Isabel parecía no oír lo que decían sus hijos. Los ojos los tenía clavados en la pantalla mientras escuchaba con mucha atención a Abel hablando de la condición de su hijo.
«Ha estado muy enfermo desde que era un bebé y necesita tratamiento de manera urgente…» Aquella frase parecía haberse convertido en una canción que se repetía varias veces en su mente. «Ed, perdóname... Todo es culpa de mamá. Ella no pudo ser una buena madre. ¡Mami en verdad lo siente!», pensó.
Al ver a su madre, Nina no podía entender el porqué estaba perpleja. Ella siempre había podido con todo, desde luchar contra ladrones y mafiosos hasta realizar milagros y deberes del hogar. Los crio a los tres sin ayuda de nadie y sin derramar una sola lágrima, ¡incluso en los momentos más duros! Enseguida, se volteó hacia Juan y lo encontró con la misma expresión.
Al mismo tiempo, Juan de repente recordó el incidente en el que lo confundieron con otra persona y pensó: «Aquellos guardaespaldas deben de haber creído que era ese niño, Edgar. A menos que... ¿será mi hermano? Entonces, Abel Cruz, quien se parece demasiado a Edgar y a mí, ... ¿podría ser nuestro papá?». Los engranajes en su pequeño cerebro giraron a toda marcha mientras se le abría un poco la boca y se le iluminaban los ojos.
Por otro lado, Maya bajó de la pequeña y acolchada silla en la que estaba sentada y se acercó a Isabel. Al llegar a ella, estiró su pequeña y rechoncha manito y dijo:
—Mami, no llores. ¡Ten, un caramelo! Para ti.
Isabel volvió en sí y enseguida se limpió las lágrimas. Mientras rodeaba a su pequeña entre sus brazos, sintió cómo el calor se entendía por su pecho. En ese momento, Juan le estaba susurrando a Nina un enorme secreto que acababa de descubrir dejándola igual de sorprendida.
—¿En serio?
Debido a que habló con un tono de voz muy alto, llamó la atención tanto de Isabel como de Maya.
—Ustedes dos, ¿de qué tanto están hablando?
—Nada, mami. Solo estábamos conversando sobre la enfermedad de Edgar. Fue muy triste escuchar todo lo que tuvo que pasar, así que pensamos en que ¡mami, tú deberías de usar tus habilidades y curarlo!
Juan supo de inmediato lo que su mamá tenía en mente: «Pero... Abel odia mi carácter, ¡así que no me dejará acercarme a Edgar! Hablar sobre infiltrarse en los Cruz para darle un tratamiento es más fácil que llevarlo a cabo».
Aunque todavía era una niña, Nina podía reconocer muy bien la ansiedad que sentía su madre, por lo que corrió a su dormitorio y sacó su caja más valiosa.
—Mami, no tengo problema en dejarte usar mis herramientas mágicas.
—¿Cuáles herramientas mágicas? —preguntó Maya estirando su cuello para ver la caja.
Nina la miró de reojo y le dijo:
—No necesitas saberlo. Te aseguro que no tiene ni chocolate, ni dulces o pasteles.
La respuesta de su hermana hizo que ponga los ojos en blanco.
—Por supuesto que lo sé, tu caja está llena de productos de maquillaje para adultos. Pero mamá no necesita ninguna de estas cosas porque ella ya es hermosa —respondió Maya.
Sin embargo, los ojos de Isabel se iluminaron al entender a qué se refería.
—Nina, ¿estabas tratando de decirle a mami que se ponga un disfraz y así le de tratamiento a Edgar?
—¡Sí! ¡Mami es la más inteligente!
Isabel observó la variedad de herramientas en la caja de maquillaje de Nina, asintiendo de manera inmediata al aceptar la sugerencia de su pequeña en su mente: «De hecho es una buena idea y también la forma más rápida en la que puedo acercarme a Edgar. Menos mal que Dios me bendijo con una hija cuyas habilidades pueden competir con las de maquilladores internacionales. Entonces, este problema ya está solucionado».
Mientras tanto, en el Grupo Cruz.
Jacinto estaba preocupado por la repentina caída del sistema de la compañía en el momento en que vio a su jefe en la televisión buscando algún tratamiento médico para salvar a Edgar y de pronto recordó algo que lo hizo salir corriendo de la compañía.
Veinte minutos más tarde, alguien tocó la puerta principal de la villa Las Palmasai. Enseguida, Augusto abrió la puerta y, al ver quien era, dijo de forma muy educada:
—Señor Torres, ¿está buscando al señor Cruz? Me temo que en estos momentos no se encuentra en casa.
—No, es a Edgar a quien estoy buscando.
Al entrar a la sala de estar, Jacinto encontró a Edgar sentado en el sofá con un aspecto malhumorado. Con ese temperamento frío y arrogante, en verdad se veía cómo una versión en miniatura de su jefe. Aclaró su garganta y se acercó al pequeño.
—Hola, pequeño Edgar. ¿Te acuerdas de mí? Soy Jacinto y vine a verte.
El niño se dio la vuelta para echarle un vistazo antes de responder con un tono aburrido:
—¿De acuerdo? Dime, ¿me veo bien?
«Uh...»
—Sí, por supuesto que sí. ¡Pequeño Edgar, usted es el muchacho más guapo que he visto! —exclamó al tiempo que le daba dos pulgares arriba.
Luego de escucharlo, Edgar le dio otro vistazo.
—Entonces, ya puedes retirarte —dijo antes de darse la vuelta e irse.
Jacinto se quedó de una sola pieza por un instante.
—Pequeño Edgar, aún hay algo más —agregó con una sonrisa forzada.
—En ese caso, ¡déjate de tonterías y ve directo al grano!
A pesar de que apenas era un niño, era muy perceptivo y a menudo parecía que podía ver a través de los pensamientos más íntimos de una persona.
El mayordomo de inmediato sintió que no estaba hablando con un niño, sino con el prepotente e intimidante Abel Cruz.
—Está bien, pequeño Edgar. Entonces, iré directo al grano. He oído que Mateo, el hacker más famoso del mundo, le mostró en persona cómo romper diversos tipos de claves de cifrado del sistema. ¿Es eso cierto? —preguntó el hombre haciendo que el pequeño lo mire impaciente con los ojos entrecerrados, por lo que Jacinto de inmediato soltó—: Hackearon la compañía y todo el sistema no está funcionando. Pequeño Edgar, ¿puedes ayudarme?