Capítulo 15 Rumor
Lorena había acudido ese día al colegio para recoger a su sobrina; salió de su coche y esperó en la puerta de la escuela, pero en ese momento vio a Susana sonriendo mientras ella y su hijo se despedían de la profesora Lamas. Después, salieron del patio y se marcharon.
Lorena entornó los ojos y después saludó con efusividad a la señorita Lamas, pues acudía con frecuencia a la escuela para recoger a su sobrina y ambas se conocían.
—Ese niño del que se ha despedido no me resulta familiar. ¿Es un nuevo alumno trasladado? —le preguntó Lorena con fingida inocencia.
La maestra se echó las gafas de montura negra hacia atrás con el dedo índice antes de responder.
—Así es. Ese niño acaba de regresar al país, y ha venido con su madre para conocer nuestra escuela. Les ha gustado, así que mañana comenzará el curso de forma oficial con nosotros.
—Oh, ya veo. Parece muy mono.
—Sí, es muy obediente, pero parece un poco tímido; no habla mucho, ni siquiera con su madre.
Después de que Lorena recogiera a su sobrina, Luci Soler, y ambas subieran al coche, la mujer se giró hacia el asiento trasero, donde estaba sentada su sobrina, con una sonrisa afilada.
—Luci, ¿le harías un favor a la tía?
Luci sólo tenía cinco años, pero era muy despierta para su edad.
—Cómprame la Barbie de edición limitada y entonces te ayudaré —respondió la niña, y puso los ojos en blanco.
La Barbie de edición limitada que la pequeña quería costaba entre 40 y 50 mil; cuando Lorena vio el precio del juguete por internet, se le congeló la sonrisa. «Sin embargo, si 40 o 50 mil pueden hacer sufrir a Susana, ¡vale la pena!» se dijo la mujer, así que decidió aceptar el chantaje de su sobrina.
—¡Está bien, te lo prometo! Pero ahora préstame atención; haz lo que te digo, y mañana te llevo la Barbie a tu casa.
—¡Sí, me aseguraré de hacer lo que quieras! —exclamó la niña y asintió con rapidez.
Susana llegó a la casa y comenzó a forrar los libros que habían traído de la escuela. Estaba de tan buen humor, que escribió textos coloridos y dibujó ilustraciones que se correspondían con las diferentes materias de los libros que el Pequeño Colin tendría que llevar al día siguiente. Así, para el libro de arte, había dibujado a Colin haciendo bocetos, y para el libro de cuentos lo había dibujado escuchando historias mientras estaba tumbado en el sofá.
Al fin y al cabo, Susana era diseñadora y, de hecho, se ganaba la vida con utensilios de escritura y papel. Aunque sus ilustraciones no se podían comparar a las de una pintora profesional, sus dibujos para obras de arte infantiles eran, sin embargo, únicos. Al pequeño Colin le gustaban, al menos. Cuando ella terminó de dibujar, el niño agarró sus libros con fuerza y se negó a soltarlos mientras sus labios se curvaban en una sonrisa. Por una vez, mostró su lado más tierno e infantil.
—¿Quién era el que no quería ir a la guardería? ¿De dónde han salido todos estos bonitos libros? —bromeó Susana.
El pequeño Colin guardó con cuidado sus libros en la mochila y miró a su madre, que le observaba con aire divertido.
—Si no voy a la guardería, Mamá no me forrará los libros. ¿Es eso?
El perfil lateral del Pequeño Colin transmitía un aire frío que hacía que cualquiera que le observase se estremeciera.
Susana negó repetidas veces con la cabeza.
—Eres mi hijo. Siempre que necesites que Mamá te ayude a forrar tus libros, Mamá sin duda lo hará.
Temiendo que estuviera enfadado con ella, lo besó; cuando el niño inclinó la cabeza para recibir el beso, soltó una risita. Llegó un nuevo día y Susana dejó a Colin en la puerta de la escuela. Aunque trataba de aparentar calma para no transmitirle sus inquietudes al pequeño, no podía dejar de sentirse nerviosa por cómo le iría a Colin en aquella nueva aventura.
—¿Recuerdas el número de Mamá? —preguntó ella mientras se inclinaba para que los ojos de ambos quedasen a la misma altura. El Pequeño Colin asintió y recitó el número de teléfono de memoria.
—Si hay algo que te incomoda en la escuela, levanta la mano y dile al profesor que llame a Mamá, ¿entendido? No molestes a tus compañeros y no juegues a escondidas con tu teléfono.
Colin asintió un par de veces más, echó un vistazo al reloj que llevaba en la muñeca e interrumpió a Susana.
—Mamá, ya son las 7:45am. Si no te das prisa en ir a tu oficina, llegarás tarde. Recuerdo todo lo que has dicho. De hecho, ya lo recordaba cuando lo dijiste la primera vez.
Susana consultó su reloj de pulsera; el niño tenía toda la razón, así que besó a Colin en la frente como despedida y volvió a subir al taxi que los había llevado hasta allí.
El Pequeño Colin siguió su camino, entró en el aula del jardín de infancia de Nuevo Sol, localizó su asiento y sacó sus libros y su teléfono. Mientras jugaba con su móvil, una niña rechoncha, de piel clara y con coletas a ambos lados de la cabeza se apoyó en su pupitre y le observó con ojos malévolos.
—¿Cómo se llama tu padre? —preguntó en voz muy alta, para que todos los niños la escuchasen.
—No tengo papá —respondió Colin en tono átono, sin molestarse siquiera en levantar los ojos de la pantalla del teléfono.
Como si hubiera oído algo increíble, la niña se tapó la boca con gesto de exagerado asombro.
—¡Todo el mundo tiene papá y mamá! ¡Tú no tienes papá, así que eso debe significar que eres malo! ¡Ni tu padre te quiere! —berreó Luci con voz chillona.
—Sun Wukong, el legendario Rey Mono, nació de una roca. Yo también salí de una roca que puso mi madre. Por lo tanto, sólo tengo una madre y ningún padre —replicó Colin con frialdad, como si estuviese diciendo algo muy obvio.