Capítulo 12 Madre
Aparte del Pequeño Colin, la única familia que le quedaba a Susana era su madre, de forma que llevar a su hijo para que conociese a su abuela le parecía algo natural. Por ello, el segundo día tras su regreso al país de C., la mujer se levantó temprano y se dirigió con su hijo al mercado, donde compró todo lo necesario para darle un buen regalo a su madre. Al principio, el Pequeño Colin estaba entusiasmado con la idea de salir de casa, pero cuando se enteró que irían a comprar presentes para la madre de Susana y que luego irían a su casa, se mostró reacio a salir siquiera por la puerta.
—A la abuela no le gusto. No quiero ir —dijo el niño, cruzándose de brazos en un gesto tan adulto como cómico.
El Pequeño Colin podría ser joven, pero tenía una memoria excepcional. Todavía recordaba que Miriam en una ocasión le llamó «bastardo» mientras hablaban por teléfono, cuando él tenía un año de edad. En aquel momento, no sabía lo que significaba esa palabra, pero percibió con claridad el desprecio que había en la voz de su abuela y, desde entonces, dejó de agradarle aquella anciana que vivía en la lejana Ciudad Heraldo.
Susana conocía el conflicto emocional del niño, y también sabía que Miriam no sentía ningún cariño por él. Sin embargo, uno era su hijo y la otra su madre; en el fondo, pensaba que era su culpa, por haber entregado su corazón a la persona equivocada. Cuando Esteban y Lorena, esos miserables tramposos, conspiraron contra ella para que los familiares y amigos de Susana presenciasen su vergüenza, no sólo se sintió humillada, sino que enfadó a su madre hasta el punto de que la anciana perdió el conocimiento.
Miriam había odiado desde entonces a Susana por avergonzarla delante de todo el mundo, de forma que rompió el contacto con ella los seis meses posteriores a aquel incidente. Cuando volvieron a hablar y se enteró de que Susana estaba embarazada del hijo de aquel desconocido, su presión sanguínea volvió a subir y tuvo que acudir al hospital una vez más. Fue entonces cuando Miriam decidió que Susana estaba más allá de cualquier perdón posible, y comenzó a dirigirse a Colin con el sobrenombre de «pequeño bastardo».
Sin embargo, Miriam era su madre después de todo, y a Susana no le quedaban muchos seres queridos en este mundo. Para cumplir con su deber filial, había elegido agradar a su madre antes que a su hijo.
—Pequeño Colin, vamos a ver a la Abuela. Sólo será una comida y después nos iremos enseguida, ¿de acuerdo? —dijo Susana mientras se acercaba a su hijo con aire conciliador.
El niño guardó silencio y siguió mirando la pantalla de su teléfono, donde no dejaba de teclear dígitos.
—Pequeño Colin, mírame. Pequeño Colin, Mamá te lo ruega, ¿por favor? La Abuela es la madre de Mamá; no la he visto en cinco años, así que la echo mucho de menos. Acompáñame a visitarla sólo en esta ocasión, ¿de acuerdo? Creo que, cuando la Abuela te conozca en persona, te va a querer mucho, mi niño —dijo Susana con dulzura.
El pequeño Colin miró la expresión expectante que había en los ojos de su madre y suavizó su expresión.
—Bien, bien. Iré contigo. Pero tienes que prometer que será una sola comida —respondió en tono derrotado, como si fuese un adulto en miniatura.
—Sé que mi querido hijo es el que más me quiere. Sólo una comida, lo juro —dijo ella sonriendo, y le dio un beso en la frente.
Después de hacer una gran compra en el supermercado, llegaron a la casa de Miriam cargados con multitud de bolsas de todos los tamaños. Cuando su madre abrió la puerta, a Susana se le llenaron los ojos de lágrimas por la emoción.
—¡Madre, he venido a verte!
—¡Hola, abuela! —exclamó el Pequeño Colin con alegría fingida.
Miriam reconoció a su hija y al que parecía ser su nieto, y de inmediato adoptó una expresión malhumorada.
—¡Entrad! —les gritó sin siquiera dedicarles una segunda mirada.
Cuando entraron en la casa, Susana vio a algunas mujeres de la misma edad que Miriam sentadas en el salón, y las saludó con una sonrisa.
—¡Hola, tías!
—¡Hola, abuelas! —secundó el Pequeño Colin.
Las amigas de Miriam no reconocieron a Susana, pero se fijaron en que iba muy bien vestida y que el niño que llevaba en los brazos parecía bien educado, así que todas se volvieron hacia Miriam.
—Hermana Miriam, ¿quién es? Preséntanos.
—¡Eso es! ¡Este niño está muy bien educado! ¡Muy educado! ¿Qué edad tiene?
Miriam solía ser parlanChanam y sociable cuando se encontraba en confianza, pero de pronto adoptó una actitud brusca hacia sus invitadas: ignorando sus preguntas, las guio hasta la puerta de la casa sin ningún miramiento.
—Tengo invitados, así que no puedo atenderos. Volved mañana.
La sonrisa de Susana desapareció, y sintió cómo su corazón se ahogaba en amargura. Había pasado cinco largos años lejos de la Ciudad Heraldo pero su madre aún no la había perdonado, hasta el punto de que prefirió echar a sus amigas, antes que presentarles a su hija. Cuando se fueron las ancianas, Susana, Miriam y el Pequeño Colin se quedaron a solas en el gran salón de la casa.