Capítulo 11 Sospecha
Mientras Susana sermoneaba al Pequeño Colin sobre la cuenta robada, en la otra punta de la ciudad Lorena exudaba furia por el vídeo suyo que se había difundido a través de Twitter; aunque la publicación original había sido borrada por el titular de la cuenta, a esas alturas el vídeo ya se había hecho viral y se compartía en todas las redes sociales, de forma que era imposible pararlo. Por ello, y porque sabía las consecuencias nefastas que traería para su empresa, Lorena había destrozado cuanto había en su habitación, antes de desahogarse con el vendedor que le había vendido el bolso.
En el fondo, la mujer sabía que no debería haber sido tan tacaña; cuando vio la publicación donde se ofertaba un bolso de la última temporada de GC por sólo 120.000, pensó que había tenido mucha suerte, pues sabía de sobra que en la página web oficial costaba más de 180.000. Sin embargo, la persona que le había vendido el bolso falsificado también vio el vídeo, así que, temiendo las represalias de aquella mujer con tan mal carácter, la bloqueó de redes sociales y puso una restricción a su número para que no pudiese llamarla por teléfono.
Después de que la notificación «Ya no eres amigo de xx. Por favor, envía una solicitud de amistad para poder mandar mensajes» apareciese en su pantalla, Lorena lanzó su iPhone nuevo contra la puerta en pleno ataque de ira; sin embargo, la mala o la buena suerte quiso que Esteban en ese momento entrase en la casa, de modo que el smartphone impactó directamente contra su nariz, provocando que sus ojos se llenasen de lágrimas y su rostro ardiese por el impacto. El hombre había vuelto al domicilio conyugal en cuanto vio el post de Twitter, pero no contaba con ser agredido de esa forma; el dolor y la tensión hicieron el resto, de modo que Esteban estalló como un petardo contra Lorena, a la que empujó a la cama con tanta brusquedad, que ella rebotó un par de veces sobre la superficie del colchón.
—¿Acaso has perdido la cabeza? ¿Pretendes asesinar a tu propio marido? ¡No me dejo la piel trabajando para que te gastes mi dinero en bolsos falsos, y encima te graben! ¡120.000 por una imitación, es impresionante hasta qué punto llega tu idiotez! ¡¿Por qué me casé con una mujer tan estúpida como tú?! ¡Y ya dejemos el tema de que derrochas lo que tanto me cuesta ganar en fruslerías, ¿se puede saber qué le pasa a tu vientre?! ¡Cinco años y nada! —le gritó Esteban en pleno ataque de ira.
Lorena ya traía un fuerte enojo a sus espaldas producto del incidente con el bolso, pero la perorata de Esteban fue la gota que colmó el vaso.
—¡Entonces corre a buscar a tu Susana, porque esa mujer es lo mejor que hay! ¡Después de que os divorciarais, ella dio a luz al hijo de otro hombre, y ese niño todavía está vivo! Búscala y pregúntale de rodillas si todavía está dispuesta a acoger tu lamentable culo.
—¿Susana ha vuelto? ¡¿La has visto?! ¡¿Dónde te la encontraste?! —preguntó Esteban, atónito.
Lorena nunca habría esperado una reacción así de su marido. Lívida, cogió una almohada y se la lanzó.
—¡Largo! ¡Sal de mi vista ahora mismo! ¡Ve a buscar a tu preciosa Susana, porque tú y yo nos vamos a divorciar!
Ante tal nivel de caos, Esteban tomó algunos bienes esenciales del apartamento y se marchó dando un portazo.
Lorena se sentó en medio del desorden, se secó a manotazos las lágrimas de rabia y lanzó un juramento.
—Hace cinco años, fui capaz de echarte del país. Esta vez puedo hacer lo mismo y dejarte sin hogar otra vez.
Cuando sus ojos se cansaron de verter lágrimas ardientes, Lorena puso en marcha su red de información a través de sus múltiples contactos para recabar cuanta información pudiese obtener de Susana y su pequeño bastardo pues, al fin y al cabo, tal y como dice El arte de la guerra de Lao Tsé, «conoce a tu enemigo mejor que a ti mismo y vencerás».
Una vez que salió de la casa, Esteban se sentó en su coche y encendió un cigarrillo. Entonces, las palabras que Lorena le había gritado unos instantes antes regresaron a su mente: «Después de que os divorciarais, ella dio a luz al hijo de otro hombre y ese niño todavía está vivo».
Sus dedos, que se aferraban al volante como un náufrago al madero salvador, temblaban. Esteban se congratulaba de conocer a la perfección la personalidad de Susana: no era demasiado inteligente, de forma que sus pensamientos eran muy básicos. Jamás hubiera supuesto no sólo que encontraría a otro hombre tan rápido, sino que se casaría y engendraría a un bebé después de que él la dejase en la indigencia. Entonces, ¿eso significaba que el niño era suyo?
Recordó que, justo antes de su demanda de divorcio, tuvieron sexo sin protección en una ocasión. Sin embargo, Lorena y él llevaban cinco años casados, pero seguían sin hijos. La ausencia de un heredero le provocaba una angustia constante, y tenía el pálpito de que el problema para concebir podría ser suyo. Sin embargo, su ego masculino le impedía reconocerlo, o siquiera aceptarlo en su fuero interno, de forma que siempre culpaba a Lorena de que los hijos no llegasen.
Esteban se emocionó ante la perspectiva de tener un hijo, que además vivía en la Ciudad Heraldo. Necesitaba encontrar el momento para ver a Susana y al niño.