Capítulo 1 Pillada con las manos en la masa
Susana Méndez sintió calor, mucho calor. Sentía que su cuerpo ardía, como si estuviera en un incendio forestal. Su conciencia se desvanecía.
De repente, algo helado la rozó. Sin preocuparse de qué era, se aferró a la fuente. «¡Qué tranquilizador!» se dijo. Volvió a abrir los ojos y miró a su alrededor; se encontraba en una habitación desconocida.
Tenía la cabeza hecha un lío y no conseguía recordar nada; sin embargo, el aroma que flotaba en el cuarto, y su propio cuerpo lánguido, le recordaron el pecado que había cometido el día anterior. Si su marido, Esteban Zárate, se enteraba de lo ocurrido ¡su vida habría terminado! Tan pronto como este pensamiento pasó por su mente, resonó un fuerte golpe. Al mismo tiempo, oyó una voz conocida que la llamaba a gritos.
—¡Susana, sé que estás dentro! ¡Abre! Abre esta maldita puerta ahora mismo!
«¡Es él!» pensó la mujer, y un largo escalofrío recorrió su cuerpo. «¡¿Qué hago?! ¡¿Qué hago?!» se preguntaba sin cesar, pero su mente estaba en blanco.
Antes de que se le ocurriese alguna solución para la situación en que se encontraba, Esteban atravesó la puerta furioso; tras él, un grupo de personas inundó la habitación. Susana reconoció, además de a su propio marido, a sus padres, parientes y a algunos amigos.
Susana no necesitaba decir nada; su estado ya mostraba lo que era obvio, de forma que todos confirmaron lo que la mujer había hecho la noche anterior. Los ojos de Esteban se enrojecieron de furia y una vena se marcó en su cuello. El hombre la miró a los ojos, levantó la mano y le propinó un fuerte bofetón en la mejilla.
—¡Sinvergüenza! ¡Eres una zorra desvergonzada!
El golpe fue tan fuerte, que retumbó dentro de la cabeza de Susana y le dejó la cara entumecida. Ignorando el dolor y la humillación que sentía, la mujer se envolvió con la manta de la cama, se tiró al suelo y abrazó la pierna del hombre.
—Amor mío, lo siento. Lo siento. ¡Perdóname, por favor! ¡Aaah!
—¡Perra! ¡Cómo te atreves a pedirme que te perdone! ¡Te mataré a golpes ahora mismo! ¡Cómo te atreves a engañarme!
Esteban levantó la pierna y la pisoteó con saña, dejando a Susana inmóvil por el dolor durante un buen rato. Ante la mujer que se retorcía en el suelo con cada puntapié, los presentes por fin reaccionaron y se apresuraron a detener a Esteban, temiendo que perdiera la razón y la matara.
—¡Susana, se acabó! No pienses ni por un segundo que te aceptaré de nuevo —gritó Esteban, y resopló como un toro encolerizado mientras los familiares de la mujer le sujetaban.
El corazón de Susana le dolía por efecto de la culpa y el arrepentimiento, y las lágrimas discurrían libres por su rostro.
—¡No! —exclamó ella con todo el aliento que le quedaba, pese a que sentía que iba a quebrarse en cualquier momento.
En un principio, Susana y Esteban se habían divorciado para comprar una casa, pero se habían prometido que, una vez adquirida la vivienda, volverían a contraer matrimonio.
—¡Tía! —gritó alguien entre la multitud.
La madre de Susana no estaba en su mejor momento. Al ver que su hija había cometido un acto tan vergonzoso, se desmayó por la vergüenza. A partir de ese momento, la escena se volvió caótica.
Frente a las puertas del hotel se escuchaba la ruidosa sirena de una ambulancia, pero sólo unos pasos más allá, Esteban, con expresión tranquila, abrazaba a una joven y elegante mujer.
—Nena, qué plan tan brillante. Después de la conmoción de hoy, nuestra relación puede salir a la superficie.
Si Susana estuviera junto a ellos, reconocería de inmediato a la mujer que estaba en brazos de Esteban, pues no era otra que su compañera de universidad, Lorena León.
Con un exquisito maquillaje que embellecía su rostro, curvó sus labios rojos y brillantes en una sonrisa de suficiencia y besó a Esteban.
—Marido, te quiero. Espero que nunca en la vida nos separemos.