Capítulo 5 Cariño
Xenia miró la pantalla del teléfono que sujetaba Colin; para su sorpresa, estaba llena de números y letras que no comprendía.
—Señora Méndez, ¿su hijo está haciendo... los deberes?
—Lo siento, Xenia. Mi hijo es un poco testarudo. Le gusta programar y, como lleva ese algoritmo muy avanzado, no va a querer dejarlo hasta que esté terminado. Vamos a esperar un poco —se disculpó Susana, con una expresión entre resignada y avergonzada.
Xenia había perdido la cuenta de cuántas veces se había sorprendido después de conocer a la señorita Méndez. Sin embargo, aún no podía creer que un niño pequeño pudiera programar, pese a las palabras de Susana.
—Pero señorita, ¡su hijo no tiene ni cinco años!
Cuando ella tenía cinco años, estaba ocupada jugando con arcilla en la guardería, pero el pequeño que tenía delante ya había aprendido a programar. ¿Era ésa la diferencia entre un genio y una persona normal?
Con una expresión algo conflictuada en el rostro, Susana levantó una mano abierta en el aire.
—Acaba de cumplir cinco años hace unos días.
Susana miró a Colin con ojos llenos de afecto. Si no fuera por ese niño, hubiera muerto de pena. Estaba muy agradecida al cielo por haberle concedido ese regalo.
Cinco años atrás, su matrimonio con Esteban había terminado de la peor manera posible, después de que él y Lorena, su compañera de cuarto durante la universidad, conspirasen contra ella y la hiciesen perder cuanto tenía. Su madre también la odiaba, pues la culpaba de la ruptura con Esteban. Desolada, había abandonado el país en compañía su mejor amiga, Yamila, para dejar todo atrás y comenzar una vida sencilla en otro lugar, ya que en el país de C. no quedaba nada para ella: sus padres se habían divorciado tiempo atrás y su madre había formado una nueva familia, mientras que su padre falleció cuando ella tenía diez años y su abuela murió cuando ella apenas contaba con veinte años.
Esteban había traicionado la confianza que ella había depositado en su matrimonio de la manera más cruel: no sólo le había mentido sobre sus sentimientos, sino que también le había quitado la casa que le había dejado su abuela y los ahorros que constituían la herencia legada por su padre.
El día que se marchó del país de C, sintió que ya no le quedaba nadie en quien confiar, y dudaba si quería seguir viviendo; sin embargo, un día Yamila descubrió que algo andaba mal con Susana y la llevó al hospital, lo que fue una suerte porque estuvo a punto de morir desangrada. Cuando los médicos la revisaron, descubrieron que estaba embarazada de mes y medio.
Ella y Esteban no habían hecho el amor durante los seis meses que estuvieron casados, así que la única explicación que se le ocurría era que se hubiera quedado embarazada durante aquel extraño encuentro que tuvo con un hombre cuando la drogaron. Aunque había maldecido cada día a ese bastardo que se aprovechó de ella, cuando se enteró que estaba encinta sintió un cierto agradecimiento hacia aquel desconocido, pues le había hecho sin saberlo el mejor regalo: un pequeño ser de su carne y su sangre. Gracias al niño que crecía en su interior, deseó estar viva de nuevo y retomó su trabajo con los patrones y los lápices de dibujo.
Ella había estudiado Diseño de Moda en la universidad, pero Esteban le había dicho desde el primer momento que era demasiado inocente para una industria tan compleja y agresiva como la de la moda. Ella le creyó como siempre hacía, de modo que, en el momento en que se licenció, renunció a su sueño y comenzó a prepararse una oposición para ser funcionaria.
París, la principal ciudad de Francia, era la capital mundial de la moda, y cualquier diseñador que se preciara soñaba con vivir allí. Susana se había reencontrado con Susanator en París y, gracias a su recomendación, se convirtió en diseñadora asistente en la conocida casa de moda de F Country, VG. Con diligencia y esfuerzo, en tres años había sido ascendida a diseñadora.
Ahora que el país de C. se había convertido en el mayor mercado de bienes de lujo en todo el mundo, VG quería expandirse al país de C. para posicionarse como marca. Por ello, y teniendo en cuenta que Susana era originaria de allí, de forma que tenía la nacionalidad, VG la había trasladado a la sucursal de la Ciudad Heraldo.
Perpleja, Xenia se quedó mirando cómo Colin terminaba de programar y pulsaba la tecla «enter». El lenguaje de la pantalla cobró vida al momento y las tablas de control aparecieron una tras otra. Aunque no entendía muy bien lo que había sucedido, la mujer no pudo evitar pensar que aquel niño de cinco años era un genio de la programación.