Capítulo 6 Encuentro por casualidad
Al observar el resultado final en la pantalla, las mejillas regordetas de Colin se levantaron en una leve sonrisa. A continuación, bajó del equipaje con tranquilidad, se metió las manos en los bolsillos y se dirigió a la salida del aeropuerto.
—¡Mamá, vámonos! —ordenó con su vocecita infantil.
Arrastrando su pesado equipaje tras ella, Susana le siguió tras indicar a Xenia, que seguía algo aturdida, que se pusiera en marcha.
—Xenia, vamos —dijo Susana amablemente.
Una vez que llegaron al coche y encendieron el aire acondicionado para combatir el intenso calor, Xenia, que había quedado muy sorprendida por las habilidades de programación del pequeño, aterrizó de nuevo en la realidad y miró con curiosidad a Colin, que estaba sentado al lado de Susana.
—Señorita Méndez, ¿de verdad su hijo sólo tiene cinco años?
No era la primera vez que le preguntaban aquello a Susana; antes de responder, sacó de su bolso una botella de agua mineral y se la tendió al niño.
—Así es. Es que mi querido Colin tiene un coeficiente intelectual inusualmente alto y una capacidad de estudio asombrosa. Aprendió sobre ordenadores durante seis meses con nuestro vecino, que también es programador; sin embargo, sólo le dio tiempo a aprender lo básico.
Sin embargo, Susana sabía de sobra que no había dicho la verdad. El coeficiente intelectual de su hijo era de 250. A los seis meses, ya había aprendido a hablar y su memoria era excepcional. Y a los cinco años, no sólo sabía programar, sino que cursaba estudios de secundaria y hablaba seis idiomas. La programación no se la había enseñado ningún vecino, sino que la había aprendido de manera autodidacta.
Susana nunca había deseado tener un hijo extraordinario, lo único que quería era que creciera feliz y sano. Por eso, cuando alguien le preguntaba por alguna de las cualidades excepcionales de Colin, nunca decía la verdad.
Xenia quería jugar con el pequeño Colin, así que sacó un caramelo de malvavisco y se lo dio.
—Pequeño Colin, soy la tía Xenia —le dijo con una sonrisa amistosa. Pero para su sorpresa el niño, lejos de abalanzarse sobre el dulce, giró la cara y la ocultó en el hombro de su madre.
—Es tímido con los extraños —le explicó Susana a Xenia, al tiempo que le lanzaba la sonrisa incómoda de quien ha vivido mil veces esa situación.
Xenia aceptó al instante su explicación y no le dio mayor importancia; de hecho, pensaba que el hijo de Susana era un muchachito muy agradable y se sentía intrigada por él, pues nunca había conocido un niño así. Por ello, a lo largo del viaje, le hizo muchas preguntas a Susana sobre el pequeño; la mujer quería responderlas, pero temía incomodar a Colin.
—Mi querido hijo es demasiado tímido. ¿Podemos hablar de esto en otro momento?
Xenia asintió varias veces con entusiasmo, pues consideraba que aquel niño era en verdad muy interesante.
Después de acompañar a Susana y a su hijo al apartamento con gastos pagados que les había proporcionado la compañía, Xenia regresó a la oficina, y en el trayecto envió un mensaje al grupo de WhatsApp de la empresa, informando de que el hijo de Susana era un genio.
Aunque la docena de empleados de la sucursal de VG en la Ciudad Heraldo aún no conocían a Susana, la noticia de su prodigioso hijo ya se había hecho pública.
Ajena al interés que habían suscitado, Susana estaba terminando de colocar todos sus enseres cuando recibió una llamada de Yamila.
—¡Nena, Susana! ¿Mi ahijado ya está en la Ciudad Heraldo? ¡No puedo esperar a verlo!
Susana sonrió al escuchar la voz emocionada de su mejor amiga.
—Sí, sí. Ya está aquí. ¡Eres tan insensible! Sólo piensas en ver a tu ahijado, ¡pero no a mí!
Yamila se puso eufórica y le mandó un sonoro beso por el teléfono.
—Ha pasado más de un año desde la última vez que os vi. ¡Les he echado tanto de menos! Tengo que entrar a una reunión ahora mismo, así que no puedo hablar mucho, pero te propongo que vayamos de compras y a cenar al centro comercial esta noche.
—Ve entonces. Nos reuniremos más tarde.
Susana sabía que Yamila estaba muy ocupada, pues era la directora general de la corporación que pertenecía a su familia, así que no la retuvo.
El pequeño Colin quería transferir los datos del teléfono a su portátil y guardarlos allí, por lo que al principio se negó a salir de casa. Sin embargo, la persuasión de Susana y la promesa de un nuevo portátil Apple Mac hicieron que al fin aceptase salir con su madre y su madrina. Cuando salieron del coche, Susana se giró hacia Colin, que parecía algo enfadado, lo abrazó y le cubrió las mejillas de besos.
—Ay, mi pequeño, ¿no te había prometido mamá que te compraría un portátil? ¿Por qué sigues disgustado?
Aunque tenía un coeficiente intelectual de 250, seguía siendo un niño después de todo. El Pequeño Colin le lanzó una mirada ofendida.
—Mamá, hace demasiado calor.
Se encontraban en el punto álgido del verano, por lo que había treinta y ocho grados en la calle, pese a que estaba anocheciendo. Cualquiera que saliese quedaría empapado de sudor enseguida, y el pequeño nunca había tolerado demasiado el calor, por lo que su cabello estaba tan mojado por el sudor como si acabase de ducharse. Susana se fijó en los cachetes enrojecidos del pequeño y sintió una punzada de culpa en el corazón. Sin importarle lo que pensaran los demás transeúntes, lo levantó en volandas y corrió hacia la entrada del centro comercial, pues éste contaba con aire acondicionado y Colin podría refrescarse.
Antes de que pudiera bajarlo al suelo, alguien irrumpió y chocó contra ella. El Pequeño Colin estuvo a punto de salir volando por la colisión, lo que hizo que Susana palideciera y protegiese al niño del impacto con su propio cuerpo.
Para su consternación, la mujer que había chocado con ella fue la primera en quejarse.
—¡¿Vas con los ojos cerrados, o qué?! ¡Me acabas de romper el bolso!
Aquella voz le resultaba familiar, así que Susana levantó la cabeza para observar a la mujer, y se quedó de una pieza. «¿No es ésta mi antigua compañera de cuarto de la universidad, Lorena?» se dijo, al tiempo que maldecía su suerte.