Capítulo 4 Regreso al país
Cinco años después, en el aeropuerto internacional de Ciudad Heraldo, una suave voz femenina anunciaba por megafonía las últimas actualizaciones de vuelo.
—Señoras y señores, el vuelo CT078, que partió de la capital del país de F, acaba de aterrizar. Por favor, prepárense.
La gente que esperaba junto a la puerta de llegada se empezó a poner nerviosa. Una joven que llevaba un cartel donde se leía «Diseñadora Susanasana» se apretujó al frente de la multitud. Los ojos de Xenia Ávalos escudriñaban sin descanso la fila de viajeros que descendía del avión en busca de una mujer madura y elegantemente vestida, pero no encontró a nadie de ese perfil.
Sin embargo, le llamó la atención una mujer con un sombrero negro de cubo que iba acompañada de un niño pequeño, el cual estaba sentado encima de una de las maletas que componían su abultado equipaje. Para ser más exactos, lo que atrajo su atención fue la ropa que la mujer vestía: desde la perspectiva de un diseñador de moda, la ropa de la mujer y la del niño coincidían de la cabeza a los pies.
El cuerpo de la mujer del equipaje era ágil y proporcionado de una manera cautivadora. Su atuendo, compuesto por una camiseta recortada de la Casa F con letras negras, unos pantalones tobilleros color verde militar de la Casa C y unos botines beige, le daba un aspecto fresco y seductor al mismo tiempo. Aunque vestía con gran elegancia, lo más llamativo de la mujer eran sus rasgos, que no tenían nada que deberle a los de las celebrities más cotizadas del país: tenía un rostro en forma de corazón, ojos grandes y brillantes, un puente nasal marcado y la boca pequeña.
Los diseñadores siempre se decantaban por modelos con cuerpos esculturales pero con rostros regulares; así, se enfatizaba aún más la belleza y las particularidades de la ropa que lucían, pero la atención no se centraba en ellas. Las modelos demasiado hermosas sólo atraerían la atención de los espectadores hacia sus rostros, y no hacia la ropa que debían mostrar.
La mujer a la que Xenia estaba mirando se acercó a ella y le dedicó una sonrisa.
—Hola, soy Susana.
Xenia tragó saliva con discreción, pues la había tomado por sorpresa.
—¡Señorita Méndez, bienvenida a la Ciudad Heraldo! —dijo mientras le tendía la mano.
Antes de llegar al aeropuerto, ya sabía que tenía que recoger a una mujer con un currículum impresionante, pues no sólo realizó dos desfiles en París, sino que había ganado el Premio al Joven Diseñador de MF del año pasado. Sabía que Susana era joven, pero nunca se había imaginado que fuera tan hermosa.
Susana se fijó en la expresión sorprendida de Xenia y se rio.
—En realidad, soy nativa de la Ciudad Heraldo. Por así decirlo, estoy regresando a mis orígenes.
Miró los alrededores del aeropuerto, que brillaban bajo la luz del sol y se recortaban contra el cielo azul. Habían pasado cinco largos años desde que vio por última vez aquel lugar. Dejó la ciudad debido a acontecimientos trágicos, pero había regresado con la nueva identidad de una joven y prometedora diseñadora conocida por sus modelos vanguardistas.
Xenia corrigió al instante su comentario anterior.
—¡Bienvenida a casa, señora Méndez! Su coche ya está esperando. Vayamos por aquí —dijo en tono cortés, e hizo un gesto invitador con la mano para que la siguiera.
Susana asintió pero, en lugar de seguirla, colocó la palma de su mano sobre la pantalla del teléfono con el que el niño que la acompañaba había estado jugando sin parar.
—Colin, ¿qué le has prometido a Mamá? Si vuelves a jugar, me enfadaré —le reprendió con suavidad.
La sorpresa enmudeció a Xenia durante unos instantes, pues jamás habría imaginado que una mujer tan joven y bella como Susana tuviese ya un hijo de esa edad. De hecho, al observar las delgadas y armoniosas líneas de su cuerpo, nadie podría suponer que había gestado un bebé en algún momento. La mujer estaba tan perpleja que casi se olvidó de respirar y, en ese momento, el niño levantó la cabeza.
El pequeño llevaba un atuendo similar al de su madre, Susana. La parte superior estaba constituida por una camiseta negra, sus pantalones eran de color verde militar y estaba calzado con unas botas bajas y negras. Pero lo que hizo que no pudiera apartar la mirada de él fue su rostro: con los ojos hundidos, un puente nasal pequeño pero prominente, los labios finos curvados en un leve mohín y unos carrillos regordetes, ese niño era la imagen exacta de un joven príncipe de los cuentos infantiles.
Colin agarró el teléfono con fuerza y sus dedos regordetes bailaron sobre la pantalla táctil del smartphone.
—Mamá, espera un poco. El programa está casi terminado. Estoy en el último algoritmo —respondió el niño, y se volvió a concentrar en el teléfono.