Capítulo 14 Jardín de infancia
El trato que recibió de Miriam, tras cinco largos años sin verse, hizo que a Susana se le partiera el corazón. Sin embargo, el saber que el Pequeño Colin estaba a su lado hizo que volviera a ser la misma mujer positiva y voluntariosa tras una noche de sueño reparador.
El segundo día, antes de que el reloj marcase las 7am, Susana cargó en brazos a Colin hasta el baño del apartamento, le aseó y al fin le sentó ante la mesa del comedor. Los ojos del Pequeño Colin aún estaban casi cerrados, y su cabeza colgaba baja. Susana sintió un cosquilleo en el corazón, pues sentía que su hijo era el niño más adorable del mundo. Puso el pan y la leche del desayuno sobre la mesa, tras lo que besó con fuerza a su hijo para despertarle.
—¡Nene, no te duermas! Es hora de despertarse. Es tu primer día en la guardería, así que no puedes llegar tarde.
En cuanto escuchó lo que le esperaba, Colin se despertó de pronto con un estremecimiento y frunció el ceño.
—¡No quiero ir a la guardería! No quiero ser amigo de esos monstruos a los que les moquea la nariz, ni de esos pequeños demonios que lloran a gritos por todo.
Un año atrás, cuando Colin estaba a punto de cumplir cuatro años, su madre le inscribió en una guardería. En cuanto entró por la puerta, comenzó a dolerle la cabeza por la incesante cacofonía de infantes que gritaban. Tras ese primer y único día, cuando Susana trató de despertarle para ir a la guardería de nuevo, el pequeño se encerró en su habitación y no abrió la puerta hasta que la hora de entrada hubo pasado. Finalmente Susana, derrotada, canceló la suscripción a la guardería.
Susana untó el pan con mermelada, lo cortó en trozos pequeños y lo puso en el plato que estaba frente a su hijo.
—Pequeño Colin, Mamá empieza a trabajar mañana, y no me sentiría segura si te quedas tú solo en casa. La tía tampoco está aquí —explicó ella con tono paciente.
La tía a la que se refería Susana era la hermana menor del padre de Yamila, que residía en la casa de vacaciones familiar en Francia; ella era quien cuidaba del niño cuando Susana tenía que ir a la oficina, pero ya no estaban en París. Ahora vivían en el país de C, y allí sólo podían contar con ellos mismos. Al no poder encontrar un adulto responsable que cuidara de su hijo, la única opción que le quedaba a Susana era enviarlo a la guardería. Además, pensaba que el Pequeño Colin era demasiado maduro para su edad; por lo general, estaba solo, y ella deseaba que hiciera más amigos de su edad.
—¡Puedo cuidar bien de mí mismo! —exclamó el niño. En lugar de comer el pan que tenía delante, se sentó erguido, miró a Susana directo a los ojos con determinación y continuó—: Puedo poner cámaras por toda la casa. Te prometo que podrás verme siempre que quieras mientras estés trabajando.
Susana le metió un trozo de pan en la boca y esperó a que terminase de masticarlo, antes de responderle.
—Cariño, Mamá sabe que hay muchas opciones en internet para poderte vigilar. Pero sólo tienes cinco años, ¿qué pasa si alguien malo entra en casa? Mamá no te quiere dejar solo, es demasiado peligroso.
Susana trató de lanzar una mirada severa al niño, pero en sus ojos almendrados sólo había preocupación y el pequeño se dio cuenta, así que, tras un breve duelo de miradas, por fin el Pequeño Colin cedió. Abrió la boca al máximo y se comió la tostada de un solo bocado.
—Está bien, Mamá. Te prometo que probaré a ir a la guardería, pero si hay un montón de pequeños monstruos con mocos y demonios llorones, ¡no volveré a pisar allí!
Ella asintió de inmediato en señal de aprobación.
—Sí, tenemos un trato.
Cuando terminaron de desayunar, Susana vistió al Pequeño Colin con una camisa azul claro a cuadros de manga corta, pantalones largos negros y zapatos Oxford del mismo color. Esa indumentaria transmitía el mensaje de que era un niño educado y cortés. El único problema era que a Colin no le gustaba sonreír, lo que daba a su rostro un aire triste e inexpresivo. Susana le cubrió de besos al verle así vestido, y él respondió limpiándose los restos de saliva de la mejilla con la mano.
La mujer se vistió con un bello vestido color naranja de una sola pieza y dejó que su cabello suelto cayese en cascada sobre sus hombros, lo que le daba un aire cercano y cordial. Aquélla era la primera vez que los dos acudían a la guardería Nuevo Sol, y como era de esperar, la profesora les dio una cálida bienvenida. La señorita Lamas observó con atención a Colin, que se mantenía quieto al lado de Susana, y pensó que ese niño era muy obediente.
La guardería Nuevo Sol era una de las mejores escuelas de su barrio. Susana quedó muy satisfecha, tras observar las obras de arte que habían pintado los niños colgadas de las paredes, y también le agradó el ambiente que se respiraba en la clase de Colin. Cuando llegó la hora de la comida, ambos almorzaron juntos en el comedor de la escuela, y se fijó que, aparte de estar bien preparados, los alimentos constituían una comida equilibrada formada por carne y verduras. Los otros niños que comían junto a ellos parecían ser también muy agradables.
Una vez que tuvo claro que aquél sería el nuevo colegio del Pequeño Colin, se giró hacia su hijo para saber lo que pensaba él. Colin había descubierto que sus compañeros de clase eran un poco tontos, pero al menos no eran monstruos con la nariz llena de mocos ni demonios llorosos. Por lo tanto, decidió dar una oportunidad a esa escuela.
Los dos se quedaron hasta la hora de salida. Por el camino, la pareja charló y se rio mientras subían a un taxi, y estaba tan entretenida por la agradable conversación de su hijo que Susana no se percató de que Lorena estaba de pie junto a la puerta de la escuela; la mujer, que sí los había visto, les observó con ojos venenosos hasta que se alejaron del lugar.