Capítulo 3 Dejar el país
Aturdida por el curso de los acontecimientos, Susana, que estaba parada al lado de sus maletas en el arcén de la carretera, se dio cuenta que no tenía a quién recurrir.
Su madre estaba todavía enfadada con ella, y no quería molestarla aún más, ya que estaba enferma. Además, la casa donde vivía su madre en realidad pertenecía a su padrastro. Las llaves de las dos casas a nombre de Susana estaban en posesión de Esteban, así que ella no podía entrar a su propia vivienda. Por lo tanto, el único lugar en el que podía quedarse era un hotel.
Acababa de encontrar un hotel cercano y se disponía a reservar una habitación, cuando se dio cuenta de que no tenía suficiente saldo en su cuenta de Paypal.
—Lo siento. Lo siento mucho —murmuró con timidez mientras la recepcionista del mostrador le lanzaba una mirada de impaciencia.
Desanimada, arrastró su equipaje fuera del hotel.
Encontró un cajero automático y comprobó todas las tarjetas que llevaba en la cartera. Para su sorpresa, la mayor parte de su dinero había desaparecido, de forma que el saldo disponible se había reducido hasta los dos dígitos. Con las tarjetas bancarias en la mano, se tiró al suelo, enterró la cabeza entre los brazos y sollozó sin consuelo.
Esteban conocía la clave de sus tarjetas y todas estaban vinculadas a su número de teléfono, de forma que él se había quedado con su dinero. Ella siempre confió en su marido, pero después de lo que éste le había demostrado a lo largo del último día, se daba cuenta de lo estúpida que había sido.
Esteban y ella se conocían desde hacía ocho años, habían salido durante seis y llevaban casados sólo seis meses. Ella se había desvivido por él, pero él la había tratado con una crueldad injustificada. ¿De verdad quería que ella terminara sin nada?
Susana permaneció agachada y llorando hasta que sonó el teléfono. Al principio no quiso tomarlo. Sólo quería estar en paz, pero el agudo timbre de la llamada entrante la incomodó tanto que terminó por responder. La persona al otro lado de la línea era su mejor amiga, Yamila Cáceres.
Al oír una voz conocida y amable, los ojos de Susana volvieron a empañarse y ya no pudo controlar la tristeza que brotaba de su corazón.
—¡Yamila!
Yamila se puso enseguida nerviosa, al escuchar el llanto de su amiga.
—¿Dónde estás ahora? Voy a buscarte. Quédate ahí y no te muevas.
Susana le indicó la dirección y, media hora después, vio el coche deportivo rojo brillante de la otra mujer.
Yamila miró a Susana, que estaba de pie junto a la carretera con el equipaje y las bolsas a su alrededor; tenía un aire desolado que encogió su corazón. Sus ojos se humedecieron al instante y se apresuró a abrazar a Susana. Luego la ayudó a meter sus pertenencias en el maletero del coche y le dio un pañuelo de papel, porque todavía estaba llorando.
—¿Qué ha pasado?
Acto seguido, Susana le contó todo lo que había sucedido.
Yamila siempre había tratado a Susana como una hermana. Después de escuchar que Esteban la había lastimado hasta ese punto, se puso furiosa, dio la vuelta con su coche y llevó a Susana a la casa de Esteban. Por el camino, también llamó a algunos de sus guardaespaldas para que las apoyasen.
Llamaron a la puerta y, para su sorpresa, la que abrió fue nada menos que Lorena en camisón.
Susana salió al instante de su aturdimiento cuando vio a su antigua compañera de universidad, lo que le bastó para atar cabos y descubrir qué había ocurrido de verdad.
La aparición de Lorena fue la gota que colmó el vaso de Susana. Se puso tan furiosa que perdió por los estribos; levantó la mano con rabia y trató de agarrar a la otra mujer por los cabellos.
—¡Lorena, zorra! ¿Cómo se atreven tú y ese bastardo de Esteban a engañarme?
Sin embargo, Lorena tampoco era una hermana de la caridad. Evitó el agarre de Susana y contraatacó abofeteándola.
—¡Susana, no me culpes sólo porque no puedes controlar a tu hombre! Hace tiempo que está harto de tu actitud quejumbrosa y principesca.
Yamila no pudo tolerar más la escena y pateó con saña a Lorena. Luego hizo un gesto a los guardaespaldas que tenía detrás para que se acercasen.
—¡Destruyan este lugar! —exclamó con voz firme.
Los cinco o seis fornidos escoltas entraron en la casa y, sin inmutarse lo más mínimo por los chillidos y gruñidos de la pareja de amantes, destrozaron por completo la habitación. Y tampoco olvidaron llevarse el teléfono que tenía almacenadas las fotos comprometedoras de Susana.
La familia de Yamila era muy influyente, así que ella no era alguien a quien una persona tan ordinaria como Esteban pudiera permitirse el lujo de ofender. Pese a que su casa estaba destrozada y él mismo había resultado herido, no tuvo más opción que tragarse su indignación en silencio.
Yamila observó el rostro inexpresivo que tenía Susana mientras destrozaba el teléfono con el que la había amenazado Esteban.
—Susana, ya se lo he consultado a mi abogado. Las posibilidades de recuperar tus casas y tu dinero son escasas. ¿Quieres viajar al extranjero conmigo y dejar todo esto atrás? —le preguntó Yamila con recelo.
Susana miró el cielo azul sin nubes y asintió.
—Sí.
En ese lugar ya no había nada ni nadie que mereciese la pena para ella. Viajar al extranjero podía ser una buena forma de empezar de nuevo.
Ese día, en el aeropuerto internacional de Ciudad Heraldo, otra mujer con el corazón roto viajó a bordo de un avión con destino al país de F.