Capítulo 47 Qué tal, señora
Me senté en mi silla mientras veía cómo Roberto acababa con una docena de ostras crudas. Ni siquiera se molestó en echarles jugo de limón antes de ponerlas en su boca. Parecía un bárbaro hecho y derecho.
Yo había comido ostras, pero nunca crudas. Primero tenían que cocinarse a la perfección. Me sentí hinchada cuando él terminó de comer, como si la carne y las ostras hubieran acabado en mi estómago en vez del suyo. Se levantó y pasó junto a mí. Santiago, que había estado sentado en una orilla, se levantó y fue a pagar la cuenta. Ni siquiera se molestó en mirarme a los ojos después de haberse divertido conmigo.
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