Capítulo 59 El aterrizaje
Heros y Hestia aterrizaron en suelo francés. La atmósfera estaba impregnada de una expectativa silenciosa, como si hasta el aire supiera que algo prohibido y emocionante estaba por suceder. Heros bajó del avión primero, un breve gesto de deferencia, casi reverente, mientras se preparaba para recibir a Hestia. Abrió la puerta y ella descendió con una elegancia que bordeaba lo sobrehumano, su cabello rojo y rizado cayendo en cascadas que relucían bajo la tenue luz de la tarde. Parecía flotar en lugar de caminar, y, mientras él la observaba, se recordó a sí mismo que esa mujer era su más hermosa y perversa jefa, una diosa griega hecha carne que gobernaba su mundo de una forma que a otros podría asustar, pero que a él le fascinaba.
Mientras se dirigían hacia el auto, Heros no podía evitar pensar en el poder absoluto que ella tenía sobre él. No era solo su superioridad profesional o su carisma insuperable. Era la forma en que lo hacía sentir: seguro, confiado, valioso, como si él fuera una extensión de su magnificencia. El corazón le latía con fuerza. Cada vez que la miraba, Hestia desataba en él un deseo tan profundo que sus pensamientos solo giraban alrededor de ella. Había algo en su arrogancia, en su maldad y antipatía, que lo cautivaba por completo. No era una mujer cualquiera; era superior, majestuosa y, en su mente, inalcanzable, aunque ya la tuviera, solo para él.
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