Capítulo 77 La tentación del héroe
Heros, al volver del viaje, tuvo que retomar el calendario de los preparativos de la boda, con Lacey. Habían adelantado algunas cosas, como el catering y el lugar de la boda. Practicaban el vals, terminaron el curso que debían hacer como novios. Al estar a un solo mes de la fecha, para el matrimonio, todo se fue preparando. Acompañaba a Lacey en cada de las actividades que debían realizar, como si fuera un robot. No hablaba, ni se mostraba entusiasmado. Al bailar con Lacey, se imaginaba que lo estaba haciendo con Hestia. Había tocado el fondo de la inmoralidad, porque no quería casarse con Lacey, y a la víspera del casamiento, tenía relaciones con Hestia cada día en la tarde en la oficina y los fines de semana en el gimnasio. Había perdido sus valores y había traicionado, no solo a su novio, sino también, a sus ideales como hombre y como persona. Al conocer a Hestia se transformó en un nuevo Heros. Pero todo era producto del engaño y a infidelidad. Vivía en mundo de mentiras e ilusiones. No quería hacer sufrir a Lacey y su relación con Hestia era solo sexual. ¿Qué había hecho? Se miró en el reflejo del espejo, sus ojos azules como el cielo, las atractivas facciones de su rostro, la barba moderada que le adornaba la cara y su cabello marrón con un corte a la moda. ¿Quién estaba allí? No se reconocía, ese no era él, sino un monstruo que no tenía perdón de ninguna índole. Estaba utilizando a la mujer de la que se había enamorado, para saciar su libido, y burlándose de la chica, que le había gustado desde su niñez. Se sentía libre y más realizado, pero no era feliz, no mientras estuviera llevando esta vida clandestina. Amaba a Hestia, pero era poco probable que ella estuviera con él. No quería casarse, pero no podía decirle a Lacey que cancelara la ceremonia. Solo era un detestable cobarde, que no tenía el valor de enfrentar la situación en la que se había metido por voluntad propia. La sonrisa se borró de su boca en los días posteriores y el humor murió en su ser. La idea de divertirse, mientras se hallase en este dilema, no tenía cavidad expresar ningún tipo de gesto de alegría. El tiempo cada vez fue pasando más rápido. Divagaba en sus pensamientos sobre contarle a Lacey que ya no deseaba contraer matrimonio. El asunto lo agobiaba y lo mortificaba en las noches, impidiéndole dormir. Mas, el tiempo seguía su curso, sin inmutarse ante las preocupaciones que carcomían su consciencia de manera fastidiosa y estresante.
Era fin de semana. Heros se hallaba en el gimnasio con Hestia. Aunque Lacey había estado pegado a él en las últimas semanas, debido a que ya casi era la boda, se mantenía ocupada atendiendo los detalles de la ceremonia. Hacía memoria cuando era él el que tenía la iniciativa de los preparativos, pero ella siempre se había mostrado desinteresada, pero eso había cambiado de forma drástica, hasta hace poco. Antes, sus ojos solo admiraban a Lacey, pero ese panorama castaño había sido borrado y ocupado por uno rojo carmesí, como el fuego del inframundo. Ahora, solo apreciaba a Hestia y la curvilínea figura con la que había sido bendecida, pero que también había mantenido con el ejercicio, la cual se resaltaba aún más por el atuendo fitness que llevaba puesto; unos leggins y un brasier oscuro, que dejaba ver el abdomen plano que poseía, las esbeltas nalgas, como apetitosos duraznos, las anchas caderas, la cintura angosta y los firmes pechos. Se saludaron con un simple ósculo e iniciaron su rutina en las distintas máquinas y estuvieron ejercitando por las horas siguientes. Alzó la botella de agua y bebió para calmar su sed. Su suéter estaba empapado de sudor. Miró a Hestia que, de igual forma, lo veía con fijeza, en tanto levantaba unas pequeñas mancuernas en cada una de las manos. Entonces, divisó el banco para pesas, que se encontraba cerca de donde estaba ella, y, además, era completado con los grandes espejos en la pared. Recordaba que aquí era donde había comenzado su aventura furtiva. Sus pensamientos divagaban en que lo que hacía estaba mal, lo sabía y era consciente de su vileza, pero no podía evitar caer rendido ante el encanto de su diosa, que solo lo incitaba a pecar. Se encontraba caminando hacia ella, como si sus cuerpos fueran dos imanes de cargas contrarias, que eran atraídos por una fuerza invisible. Percibió en su boca los carnosos labios de Hestia y le fue guiando, hasta la camilla que había observado hace pocos segundos. Le ayudó a bajar los dos objetos pesados, para proseguir sin obstáculos. La agarró con firmeza por la espalda, pegándola contra él; necesitaba olerla, palparla y sentirla, porque Hestia Haller era su dicción, y no tenía que consumir su dosis diaria de besos y caricias, para poder seguir viviendo. No era una ilusión, ni un delirio que pudiera estar con Hestia Haller en este preciso instante y durante los meses pasados. Aunque, ella estaba fuera de su alcance, estaba ahí con ella, unidos como un solo ser. Así que, mientras pudiera tocarla, la haría su mujer hasta desfallecer del cansancio, porque cada minuto era valioso y lo atesoraría por siempre. No sabía por qué, pero había tenido ese presentimiento desde mucho, pero por algún motivo la sensación se había agudizado cuando llegó el doceavo y último mes del año. Algo en su alma le advertía que su romance secreto con Hestia tenía las horas contadas, como la crónica de una muerte anunciada, en la que todos sabían que iba a morir. Sin embargo, no se arrepentía de haber estado con Hestia, porque había crecido como hombre y como persona, a pesar de hacerlo por un camino inmoral y de traición. Y si tenía que defenderse ante un ente superior que todo lo veía y ante la sociedad que todo lo juzgaba, se declararía culpable por haber caído rendido ante los encantos de Hestia, que incluso, al principio había tenido la fuerza de voluntad para rechazarla. Pero eso había cambiado, porque ahora se había enamorado de ella, y se quemaba en el fuego de las caricias de la divinidad a plenitud de consciencia, y con el mayor afán era el de quemarse en la tersa piel de Hestia. Le dio media vuelta y le dobló el cuerpo, haciendo que se apoyara en la máquina de alzar pesas. Tanteó con la yema de sus dedos la cintura, para ir deslizándole la licra, hasta dejarla sin prendas en la parte inferior. Se retiró sus ropas de igual forma, mostrando su tonificado torso, su abdomen marcado, los músculos en sus brazos y piernas. El pecado de la lujuria le susurraba al oído y lo incitaba, más de lo que ya lo estaba a devorar sin pudor, a la preciosa mujer que tenía delante de su vista. Ni siquiera era necesario ser inducido por sus demonios, ya que cada vez que tenía que la tenía al frente, solo anhelaba comerse el corazón latente de la inmortal. Se entregó por completo a su deseo carnal de la fornicación y la lascivia. Los gemidos, suspiros y los choques de su carne, al tocarse, resonaba en el gimnasio a gran volumen. Entonces, cayó cansado sobre el pecho desnudo de Hestia, luego de haberla hecho cuatro veces. Se había recostado encima de una colchoneta de estiramientos. El sudor los bañaba y sus respiraciones eran uniformes. El placer de estar con Hestia seguía siendo el mismo, pero no estaba satisfecho. Le acarició el ondulado cabello carmesí y la vio directo a los ojos verde esmeralda. Las mejillas ruborizadas siempre la hacían ver demasiado hermosa. Así era que anhelaba estar, en el seno de la mujer que amaba con locura. Era una lástima que no pudieran seguir así por la eternidad. ¿Cuándo decidiría que su relación acabaría? Noviembre pasó volando y ya estaban en diciembre, pocos días de la ceremonia nupcial.
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